La carta prohibida de Andrés Caicedo

La carta prohibida de Andrés Caicedo

Logré al fin acceder al archivo en la Luis Ángel Arango y ver la carta a un amigo en la que apareció su bisexualidad. Sus dos hermanas la censuraron

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agosto 13, 2017
La carta prohibida de Andrés Caicedo

A mí en el colegio nunca me hablaron de Andrés Caicedo. Si lo hubieran hecho sería un mejor lector. Lo conocí entre los libros que vendían arrumados en el piso los libreros ocasionales de La Universidad de Antioquia en 1997. Bastaron dos meses para leerme todo lo que en ese entonces estaba publicado: Que viva la música, Angelitos empantanados de la colección Cara y Sello de Norma, Destinitos fatales y el Atravesado. Yo no sabía que el jovencito triste y de aires Lewisianos había dejado un baúl repleto con sus cartas y sus críticas de cine.

En esa misma época sus amigos Sandro Romero Rey y Luis Ospina hurgaban entre el baúl invitados a la casa de Caicedo en Ciudad Jardín de Cali por Carlos Alberto, el papá de Andrés, quien estaba dispuesto a publicar todo cuanto su hijo había escrito en sus cortos 25 años.  Parte de ese descubrimiento está en Ojo al cine, el libro de críticas de cine que se publicó en el 2003 y por el que se convirtió en el Santo Patrono de los Cine Clubistas en Latinoamérica

Pero quedaban faltando las cartas, que sabía eran muchas y que el escritor valoraba especialmente. Había conocido las publicadas hasta ahora: nueve en el primer número de El malpensante en 1996; Dos en El cuento de mi vida (Norma 2007) -una durísima, a sus papás desde el hospital donde había sido internado para un tratamiento de droga, otra a su novia Patricia Restrepo   y por lo menos cuarenta en Los Cuadernos de Cine de la Cinemateca Distrital (2007) y las que le dejaron publicar a Alberto Fuguet, bajo la estricta vigilancia de las hermanas, en Mi cuerpo es una celda.

La curiosidad se me despertó cuando supe que sus hermanas María Victoria y Pilar habían vetado el libro Correspondencia del Fondo de cultura económica que incluía 198 piezas.

Me fui a buscar los originales, que sabía estaban en la Biblioteca Luis Ángel Arango, custodiadas en la sección de libros raros y manuscritos, como parte del archivo entregado el 7 de marzo del 2007 por su papa Carlos Alberto Caicedo al Gerente del Banco de la República, José Darío Uribe con la condición de volverlo público para cualquier lector. Entrar no fue nada fácil.

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El acceso al archivo de Andrés Caicedo lo ha vuelto casi imposible la encargada de la sección de Libros raros y manuscritos, Magnolio Hernández

No he sido el único que ha tenido problemas para acceder a los manuscritos de Caicedo en la Luis Ángel Arango, el sancto santorum de las bibliotecas colombianas. La encargada de la sección de libros raros y manuscritos, Magnolia Hernández, ha montado un retén que, a muchos, como supe cuando intentaba superarlo, le ha resultado infranqueable. Investigadores de su obra que viajaron desde Cali en bus, que se bajaron en la terminal del Sur y sin bañarse se gastaron lo último que tenían en sus bolsillos de cine clubista en un taxi que los llevara a la Biblioteca Luis Ángel Arango, debieron devolverse llenos de frustración sin poder mirar un solo texto.

En la entrada piden como condición una autorización escrita de las herederas, las tres hermanas María Victoria, Pilar y Rosario para consultar el archivo, en clara contravía por parte de los directivos de la Biblioteca Luis Ángel Arango de la donación entregada por el entonces cabeza de la familia Carlos Alberto Caicedo. El contrato dice explícitamente: “Que la colección donada sea consultada por los usuarios de la Biblioteca Luis Ángel Arango y sea utilizada dentro de sus actividades sin ningún tipo de restricción. Así mismo, podrá ser exhibida en vitrinas, permitirse su acceso en el caso de que algún investigador lo requiera y digitalizar los materiales que se consideren necesarios”.

Al fin, después de una hora, podía ver los manuscritos de uno de mis ídolos literarios. El archivo está en un desorden absoluto. La digitalización es incompleta. Hay fotocopias de las galeradas de Ojo al cine, la compilación de reseñas, críticas y entrevistas que sacaron en Norma en el 2003 Luis Ospina y Sandro Romero que no le aportan nada al legado. Hay análisis sobre la obra de Caicedo en papel mantequilla a cargo de escritoras como la vallecaucana Carmiña Navia Velasco. Hay otras cosas hermosas que uno quisiera llevarse a su casa para contemplarlas cada noche antes de dormirse, como esas invitaciones al San Fernando en donde los mediodías se presentaba el cine club de Cali con fotos de La edad de oro de Buñuel o Los cuentos de Canbterbury de Pasolini. Las maquetas de las seis Ojo al cine que alcanzaron a salir y cuentos inéditos como uno que empieza “Tu pueblo es como el esplendor perdido”  y un Marconi escrito a mano a Patricia Restrepo del 17 de septiembre de 1976 que empieza “No sabía lo de Vickie, fue horrible”. Encontré listas de 150 libros escritas a máquina en donde Carlos Alberto Caicedo le pedía a Patricia que se los devolviera. Hay misivas conmovedoras como las de Carlos Alberto Caicedo comunicándole a Miguel Marías el suicidio de su hijo y la respuesta inmediata del crítico español.

Muchas de esas cartas deben salvarse del olvido y de la censura celosa de dos de sus hermanas. Capté con mi celular varias, pero estas dos me impactaron:

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Esta carta al escritor Jaime Manrique en la que Andrés revela su bisexualidad fue censurada en el 2008 y no pudo ser incluida en libro de Alberto Fuguet: Mi cuerpo es una celda

 

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El día de su cumpleaños 23 Andrés escribió esta carta a sus papás en el subway de Nueva York.

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