Por primera vez en algo más de medio siglo, el apellido del presidente de Cuba no será Castro. Un hijo de la revolución que viste de civil, ingeniero electrónico de 57 años, con aire de galán tras canas bien cuidadas y cierto aire a Richard Gere, —dicen las cubanas, no sin razón—, un personaje de poco brillo y mucha fidelidad al partido y sus dirigentes, el 19 de abril —tras la confirmación por la Asamblea Nacional surgida de elecciones generales— dejará de ser el vicepresidente para suceder a Raúl Castro. Lo saben los cubanos de a pie, lo saben desde los líderes de la Unión de Jóvenes Comunistas y los comités de base, hasta los jubilados de la Asociación de Combatientes. Lo sabemos todos. La publicidad estatal, las giras internacionales, los foros y las arengas no han dejado lugar a dudas sobre el ungido de Raúl. La cuenta regresiva ha empezado y en 90 días solo un hecho extraordinario nacido de la voluntad de Castro podría reversarlo.
Miguel Díaz-Canel, cautelosamente, puede esperar tres meses más. Lo ha hecho durante tres décadas mientras escalaba peldaño a peldaño la cima del poder, cultivando una figura discreta y hermética para evitar el destino de muchos predecesores, como Roberto Robaina, caídos en desgracia cuando gobernaba Fidel Castro. “Ha sido un buen soldado en la sombra”, dijo a AFP Christopher Sabatini, experto en Cuba y profesor de la Universidad de Columbia. Más que eso, ha tenido cuidado de no eclipsar a Raúl, ha sido cauteloso, con arengas que no han traspasado un ápice el libreto, las declaraciones inocuas que no han ido más allá de alabar el legado de Fidel, y ha guardado silencio ante la prensa extranjera desde el 2014, no obstante ser el vicepresidente.
Todas las señales de Raúl Castro apuntan hacia su vicepresidente
Tal vez por eso, Díaz-Canel sea un misterio. Quizá la élite política cubana lo conozca. Mucho menos la Secretaría de Estado de Estados Unidos, o las cancillerías de Europa. Tampoco los cubanos fuera de Villa Clara, la provincia del centro donde nació el 20 de abril de 1960, en el hogar de Aida Bermúdez, maestra normalista, y Miguel Díaz-Canel, mecánico. Pero lo cierto es que goza de simpatía por su “sencillez” y “porque sabe escuchar”. En Casa del Alba, una institución cultural de La Habana, cuentan que “él ha venido varias veces y se sienta en el piso del portal a hablar con la gente, con cualquiera, pues no tiene protocolo”.
Después de graduarse de ingeniero, recibir el grado de teniente coronel en la unidad de cohetes antiaéreos, ir en misión a la Nicaragua sandinista, ser profesor universitario en Santa Clara, a los 27 años empezó su vida política como dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas hasta llegar al segundo puesto de la rama nacional.
En julio de 1994 se inició en su provincia como primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), cuando se empezaban a sufrir las afugias causadas por la desaparecida ayuda soviética. Se dice entonces que era usual verlo transitar en bicicleta animando a la gente y dándose algunas libertades que debieron pasar desapercibidas al estricto régimen de Fidel: toleró los espectáculos de travestismo en el célebre club El Mejunje, fomentó lo festivales de rock —de adolescente era un “mechudo” fanático de los Beatles— y el periodismo investigativo del programa Alta Tensión de la CMHW.
Esta fue una década de paz bucólica que acabó cuando fue enviado como jefe del partido a Holguín, una provincia muy poblada, turística y compleja, e integrado al selecto Buró Político del PCC. Aunque los habitantes de Holguín califican de intrascendente su trabajo, a nivel personal fue una época crucial. Se divorció de su esposa Martha con quien tenía dos hijos, y empezó un romance que terminó en matrimonio con Lis Cuesta Peraza, quien por ese entonces era directora del Instituto Provincial del Libro, había estado casada con un militar y tenía hijos de otro matrimonio. Hoy trabaja en la agencia turística Paradiso en La Habana.
En el 2003 ingresó al Buró Político. “Ha mostrado una sólida firmeza ideológica”, dijo entonces Raúl Castro. Contra todo pronóstico, Díaz -Canel tomó allí prudente distancia de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, que habían llegado muy alto y muy pronto y deberían ser, por cercanía generacional, sus aliados. Quizá intuía su futuro. Cuando el vicepresidente y el canciller fueron sensacionalmente defenestrados por Raúl en marzo del 2009 por parecer demasiado ambiciosos, haber colaborado involuntariamente con agentes de inteligencia españoles y por criticar a los viejos líderes cubanos, el primer secretario del Partido Comunista en Holguín los vio caer con la misma displicencia con que había visto su ascenso. Dos meses después, Raúl se lo llevaba para La Habana a un ministerio, el de Educación Superior.
Hace cinco años llegó al penúltimo peldaño: fue nombrado vicepresidente del Consejo de Ministros. Comenzó, entonces, la exposición del “elegido”. Una frenética actividad nacional e internacional, en compañía o en representación de Raúl Castro lo llevó a Corea del Norte, a Pekín, Rusia y Venezuela, y hasta visitar al papa Francisco. Viajó con su esposa, contrariando las costumbres, pero la prensa oficial, Granma, Prensa Latina, Juventud Rebelde, Cubadebate, la ignoró.
Con Kim Jong Un en Corea del Norte tras ser elegido vicepresidente. Foto: Reuters
Ahora, a punto de convertirse en presidente, no faltan quienes desde el exterior apuntan que Raúl, a última hora, se decidirá por darle el lugar a su hijo Alejandro Castro Espín. Imposible. Raúl no es Kim Jong-il, y no quiere que Cuba parezca una Corea del Norte. Las que sí cobran más sentido son las inquietudes sobre su “heredero”. Algunos observadores aseguran que Díaz-Canel propiciará al estilo de Gorbachov, la apertura cubana. Imposible. En quince años no se ha movido un milímetro de los postulados de la Revolución. Su consigna repetida a los cuatro vientos es: “La disyuntiva sigue siendo socialismo o barbarie”.
El primer presidente de la era pos Castro tendrá que lidiar una economía disfuncional puesta contra la pared por la brutal crisis de Venezuela, que antes prodigó su apoyo a manos llenas. Cómo lo hará, es un misterio. Hasta ahora Díaz Canel ha omitido en público referirse a reformas económicas, políticas, o a las relaciones con Estados Unidos.
Con Barak Obama, durante su visita a Cuba, en 2016. Foto: Reuters
Esas reformas, que parecían tener alguna posibilidad cuando Barack Obama empezó el desmonte de las políticas coercitivas hacia Cuba, ya no parecen viables. La reversazo de Donald Trump en junio para pagar a Florida el fundamental apoyo a su elección, ha hecho atrincherar de nuevo al sistema cubano. Y, como es bien sabido, la lógica fundamental que mueve los cambios no es económica, sino política, y específicamente de seguridad.
Además, Raúl Castro mantendrá hasta el 2021 el poder como secretario general del Partido con total influencia sobre el Buró Político, las Fuerzas Armadas y la Seguridad del Estado, dejando poco espacio para el nuevo presidente. Los cambios no vendrán ahora. Quizá más tarde. Y como señala un analista en Bogotá, no vendrán desde la base sino desde la misma cúpula del poder. Por ahora, parodiando a Lampedusa “cambia un nombre para que nada cambie".