Esta semana los medios de comunicación presentaron una carta de Salvatore Mancuso y las conversaciones de la sociedad en general en torno a la mísiva que el exparamilitar había escrito algunos días antes desde su sitio de reclusión en Estados Unidos.
Salvatore Mancuso era uno de los líderes más poderosos del alto mando de los paramilitares. De hecho, él planeó y llevó a cabo muchas de las masacres más sangrientas en Colombia.
Pues bien, este personaje, por ejemplo, en diferentes momentos ha narrado la forma en que paramilitares entraron en el municipio de Ituango en junio de 1996, al corregimiento de La Granja, asesinando a campesinos y líderes sindicales. Mancuso afirmó que la zona era un corredor estratégico para el narcotráfico entre Córdoba, Chocó y Antioquia por su ubicación en el Parque Natural de Paramillo.
Además, en la versión libre que rindió en 2008 desde Estados Unidos, dijo que la entrada de sus hombres al municipio de Ituango contó la colaboración de las fuerzas militares y mencionó militares con sus nombres y apellidos; según la declaración, los militares implicados colaboraron dando información a los paramilitares y se reunió en varias oportunidades con el general Manosalva, quien le dio listas con nombres de presuntos guerrilleros, en las instalaciones de la IV Brigada del Ejército.
También relató la masacre ocurrida en El Aro en noviembre de 1997. Afirmó que la toma fue realizada por 150 paramilitares enviados por él y miembros de los paramilitares de Urabá. Así mismo, dijo que planeó la masacre con los hermanos Castaño y que el ejército tenía el compromiso de bloquear a la Cruz Roja y la Defensoría del Pueblo hasta que los paramilitares salieran de la zona.
Igualmente, añadió que el secretario de Gobierno de Antioquia de ese entonces (Pedro Juan Moreno) se enteró de lo que estaban planeando en una reunión que tuvo con Carlos Castaño en Tierra Alta (Córdoba), a la que también asistió, previa a la masacre. Y también aseguró que un helicóptero de la Gobernación de Antioquia sobrevoló El Aro durante los hechos. Allí los paramilitares asesinaron, torturaron, robaron y con saña cometieron toda clase de abusos, y, de acuerdo a sus declaraciones, el comandante de la IV Brigada del ejército colaboró con los paramilitares en la masacre.
En la misma línea reconoció también diez masacres y el asesinato de líderes sociales en Norte de Santander y nuevamente señaló a miembros de los organismos de inteligencia del Estado, funcionarios públicos y miembros de las fuerzas armadas; y confesó que invertía en promedio mil millones de pesos mensuales en el pago de la nómina de los funcionarios y militares que apoyaban a los paramilitares.
Ahora que el reconocido exjefe paramilitar llega al final de la condena que le fue impuesta por una corte estadounidense, y por la cual fue extraditado a ese país, prácticamente todo el establecimiento colombiano está en ascuas. Es inocultable el temor que produce entre las filas uribistas la presencia de Salvatore Mancuso en el país. Este protagonista del paramilitarismo, causante de miles de asesinatos, torturas, de desplazamiento forzado, de robo a los recursos públicos y de apropiación de tierras, había ya manifestado anteriormente su disposición a someterse a la Jurisdicción Especial para la Paz una vez regresara nuevamente en Colombia. Dice que está dispuesto a revelar toda la verdad.
Los niveles de afectación, de dolor y de impotencia en el país tras largas décadas de guerras con sus masacres, ejecuciones extrajudiciales, torturas y desplazamientos son de tal magnitud que recibimos con expectativa esta noticia de que quiere someterse a la JEP. La necesidad de esclarecimiento de la verdad, de justicia, de no repetición y de convivencia son urgentes en una sociedad que aspira a pasar la página de la impunidad.
Salvatore Mancuso aún no tiene resuelto su historial criminal. Además, sigue presente en la memoria de las víctimas el recuerdo de las ovaciones de las que fue objeto por parte del Congreso de la República el 28 de julio de 2004 durante el discurso que pronunció al lado de Ramon Isaza y Ernesto Báez. En consecuencia, su carta de esta semana vuelve a poner el dedo sobre una llaga que, al parecer, tomó por sorpresa a algunos sectores de la sociedad colombiana que se expresan y movilizan mayormente en las redes.
Se trata de su revelación de que en un pasado reciente él sostuvo conversaciones con políticos destacados del uribismo, como con el actual embajador de Colombia en Estados Unidos (Francisco Santos) con el fin de reforzar la presencia paramilitar en Bogotá. Pero es extraño que haya una sorpresa, pues es en realidad una desalentadora historia de larga duración. Hace más de 15 años, época en la que Mancuso se codeaba con los más altos representantes del poder en Colombia, ya eran de conocimiento público las alianzas que él estaba estableciendo con figuras con miras a fortalecer la presencia paramilitar en Bogotá.
En fin, Mancuso, al parecer, regresa con la disposición de contar la verdad de sus crímenes y sus confesiones no solamente alimentan las esperanzas de sus víctimas, sino que al mismo tiempo hacen tambalear al establecimiento colombiano. Sin duda, estamos frente a un capítulo definitivo en el esclarecimiento de una verdad que solo una perversión del poder se atrevería a seguir ocultando, a saber: que los dueños del poder económico y político instrumentalizaron el Estado para impulsar el crimen a niveles nunca imaginados. Al menos en su carta, Mancuso reconoce el papel atroz que él jugó como un alfil de importancia notable en el avance de una agenda al servicio del gran capital, del crimen organizado y el narcotráfico, y que con ese poder, además sembrar el terror, también ganaban elecciones en todo el territorio nacional.
Sea que para algunos se trate de una revelación sorprendente o que se recuerde como una historia cuya duración debe llegar a su final, la confesión de Mancuso debe ser oída por el país. Quizás así demos otro paso hacia el cierre de un tiempo de barbarie que nos propusimos superar y podamos avanzar en las garantías de que no se repita nunca más.