Edelmira Boller trabaja esculturas interesantes con la particularidad de proponer dos extremos: unos trabajos hacen pensar en el de Feliza Bursztyn y su orden caótico y en otros siguen la limpia geometría de Eduardo Ramírez Villamizar. Boller propone con sus máquinas la posibilidad de una otra lectura de formas muy abiertas y otras herméticamente selladas.
Como dijo el filósofo Deleuze: “El objeto de la ciencia no son conceptos, sino funciones que se presentan como proposiciones dentro de los sistemas discursivos”. Las obras de Edelmira son conceptos con la función estética de organizar historias imposibles desde la organización de partes. Unas tienen referencias industriales, otros trabajos son inventos como las manillas de las viejas máquinas de escribir donde con su forma rígida crea unas imágenes que resultan orgánicas y circulares. Mientras que cuando se trata de superficies planas, la escultura tiene solo superficie.
Las vida de las incongruencias posibles tiene su explicación en un poema de Heri Michaux:
Principio sin discurso
Principio de todo principio
Retorno al principio
Que remite a un nivel más allá
Siempre sobre la vibración de lo único
Conciliando con todo en profundidad
En íntima conjunción
Abrazando,
Con esfuerzos para abrazar más ampliamente
La nube de ser se condensa
Se repliega
Cosmos “Universo”
cosmos del universo del “sí mismo”
Saber. Saber participante
Inmensificante iluminación donde todo con todo
Entra en resonancia
Contemplado. Reunido
Más allá de las geometrías, geometría
Líneas, como radiaciones aminoradas
Insistentes, clarividentes
Cargadas de oculto
Dibujo para regresar a lo absoluto
Dibujo-destino
Ella, como persona y como artista, tiene una actitud reservada. Su mundo se cierra pronto, sus palabras parcas no omiten pero tampoco se despliega en explicaciones. Se omite en vez de incluirse en su generación de artistas que abrieron el mundo del arte colombiano a la modernidad. Su tímida presencia hace pensar en su fragilidad pero muy por el contrario, tiene una gran fuerza interna.
