La cárcel como perdón social

La cárcel como perdón social

Una ONG de derechos humanos fue a la cárcel a visitar unos presos condenados por corrupción. La visita sería una más si no hubiera incluido al
hermano de Petro

Por: victor rojas
abril 20, 2022
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La cárcel como perdón social
Foto: Pixabay

Mientras en Colombia los sacerdotes hablaban en sus sermones de Semana Santa del perdón como un puente hacia la hermandad, los políticos de derecha también lo hacían, pero no con los nobles fines del buen cristiano, sino, por lo contrario, con la voluntad del diestro cizañero.

Eso en vista de que la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, una organización que vela por los derechos humanos, fue a la cárcel a visitar a unos presos condenados por corrupción. Esa visita no hubiera sido más que un aplaudido acto de misericordia si uno de los visitantes no hubiera sido hermano de Gustavo Petro, el candidato más potenciado a la presidencia.

Es a partir de esos hechos que Colombia se vio de pronto enfrascada en una discusión que, lejos de tratar el tema con la seriedad que requiere, lo distorsiona y lo lleva a las fronteras de la vulgaridad política.

Todos sabemos que cárcel es la herramienta que todas las sociedades tienen para resolver el problema de las conductas delictivas.

Es un lugar de aislamiento que juega el mismo papel del saco donde el campesino arroja las papas podridas para que no contaminen a las demás.

Sin embargo, la filosofía de la finalidad penitenciaria ha venido cambiando de acuerdo al desarrollo humanista de los pueblos. Ya no se trata del poema aquel que nos enseñaba que en tiempo de bárbaras naciones de las cruces pendían los ladrones.

No, la mazmorra ha dejado de ser un lugar tétrico y asqueroso, donde los prisioneros se podrían desnutridos y enfermos, para convertirse en habitación de hotel para turistas de clase media.

Sobre todo, en los países nórdicos donde la cárcel, por supuesto, sigue siendo un lugar de castigo, pero no bajo el imperio de la venganza social contra quien ha delinquido, sino bajo la férula del reencauche social.

Y para eso es necesario la sincera comunión del delincuente y la sociedad. En Suecia, por ejemplo, hay una política carcelaria basada en el perdón social y cuya finalidad es la reparación a la víctima y la no reincidencia del delito.

Se considera que quien ha delinquido, sencillamente, se ha apartado de la armonía social, de la sociedad de bienestar y, por tanto, es necesario ayudarle a que se reintegre. Por eso una prisión sueca no es solo un lugar de castigo, una oficina bancaria donde se paga el delito cometido, sino también es un centro pedagógico donde se le ayuda al condenado a entender, “por qué se ha salido del rebaño”.

La sicología conductista es la base de los programas de rehabilitación que también van acompañados de aprendizajes de oficios que le permitan al convicto tener mejores herramientas para entrar en el mercado laboral en libertad. “La sociedad no está interesada en vengarse de usted sino en que usted no vuelva por acá”, es el lenguaje recurrente de los carceleros, que por supuesto tienen alto grado de formación profesional tanto en el trato humano al presidiario como en los programas de rehabilitación.

Es curioso el sistema penitenciario de Suecia. Acá la cárcel es el único lugar donde se puede adquirir el perdón social. Y para adquirir esa indulgencia de la comunidad, es requisito indispensable que la condena haya sido cumplida en la totalidad de sus dos terceras partes, sin una hora más o una hora menos. La tercera parte restante, el imputado, en plenitud de sus derechos y deberes, debe demostrar que realmente funciona en sociedad. Caso contrario es devuelto a prisión.

Muchas personas levantan la ceja cuando se enteran que una celda sueca no puede ser menor de nueve metros cuadrados con luminosidad. En ese espacio hay una cama con tendido limpio que es cambiado con regularidad, un televisor, un escritorio y casi siempre inodoro propio. La comida es de buena calidad y ofrecida con respeto a las costumbres alimenticias del prisionero.

A esta celda llega la persona que “se ha descarrilado”, independientemente de si es plebeyo o de rango monárquico, policía o ladrón de oficio, cuerdo o chiflado, médico o moribundo, mahometano o ateo militante.

La celda sueca es un lugar donde brilla por su ausencia el privilegio. Así su morador sea dueño de una billetera voluminosa. Lo importante, lo racional, es que pague la pena y no reincida. Y solo con eso adquiere el perdón social, la reintegración a la sociedad.

Es una lástima que la teoría del perdón social haya salido a flote en época electoral. Eso ha ocasionado que el contradictor político no la vea como una posibilidad seria y de acuerdo a los preceptos humanistas de reducir la criminalidad, sino como una oportunidad de ganar votos sin mucho esfuerzo, sin permitir que la gente piense en los grandes cambios que requiere una nación sumergida en la violencia y la venganza.

*Colombiano residente en Suecia

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