El único pecado que cometieron los habitantes de Segovia, el pueblo minero de Antioquia, fue elegir en 1988 a la militante de la Unión Patriotica a Rita Tobón. Era la primera elección popular de alcaldes y la UP era una fuerza política que, a pesar de la obsesion de los barones de la droga y de la extrema derecha por eliminarlos, ganaba presencia con el paso de los días. Jaime Pardo Leal, su candidato presidencial, había obtenido en 1986 más de 300 mil votos. Todo un logro para un partido de izquierda. Pero se lo harían pagar caro.
Paramilitares al mando del temible Negro Vladimir, excombatiente de las FARC convertido en paramilitar y entrenado por israelíes en el Mgdalena Medio, comandó el ataque. Había que golpear durísimo. Por eso esperaron el atardecer del viernes 11 de noviembre de 1988 cuando los mineros bajaban al pueblo a gastar sus ganancias en cervezas y sancocho de gallina. Los bares estaban llenos cuando aparecieron las camionetas. Empezaron a disparar a diestra y siniestra, entraron a las casas y mataron niños, mujeres, todo aquel que hubiera votado por la UP. La matanza duró una hora. El ejército y la policía, que estaban a 100 metros de la plaza central del pueblo, no hicieron nada, no se movieron. El saldo que dejó la masacre fue escalofriante: 43 muertos y 50 heridos. Cuando terminó la masacre empezó a caer un aguacero que arrastraba la sangre por las calles de la ciudad como si fuera un río rojo.
Cuarenta y cinco minutos después de que se disparó la última bala y en medio del aguacero apareció el ejército. Un coronel se bajó de su jeep, tenía una sonrisa en la cara. Al ver los muertos el tipo, entre carcajadas, afirmó: "Ya lo hecho, hecho está" como si estuviera muy contento de lo que habría pasado.
En mayo del 2013 el político liberal César Pérez García fue condenado a 30 años por la masacre. La había ordenado esa masacre porque estaba bravo por perder con la UP. Por parte del ejército nunca se condenó a nadie, ni siquiera se sabe el nombre del coronel cínico que se burló de la matanza.