Una marejada de siete mil personas recorre —como una afrenta— las tierras centroamericanas y no nos deja olvidar que todos, cada uno a nuestra manera, somos inmigrantes, somos pobres, somos rechazados, somos marginados.
En esta ocasión, los desesperados por la miseria, la violencia y la falta de oportunidades en su país, Honduras, han decidido hacer camino al andar rumbo al país de las oportunidades, a la utopía de los expatriados, a ese paraíso que dejó de serlo cuando olvidó cómo se formó, creció y adueñó del mundo y sus mercados, y cuál fue el papel de los inmigrantes en todos sus procesos de desarrollo.
Sin embargo, en un mundo en el que se cierran las puertas en la cara del recién llegado, no es de extrañar que genere alarma esta muchedumbre en movimiento, la cual es aprovechada por quien ejerce el poder para amplificar lo que Swift (1712) denominó foberon o mentira que espanta e infunde terror. Por ello, es posible que en medio de esa entelequia a la que se ha denominado posverdad, se empleen argumentos falaces como “lamentablemente, parece que la policía y el ejército mexicanos son incapaces de detener la caravana que se dirige a la frontera sur de los Estados Unidos. Criminales y personas de Medio Oriente están infiltrados”.
Entonces, es necesario recurrir al esperpento del enemigo, al retrato ideologizado del enemigo, para crispar los ánimos de sus electores y de los que potencialmente pueden serlo en las próximas elecciones de medio término. No importa que nada de ello sea verdad y que, como lo plantea el New York Times, ni sus periodistas ni los de otros medios ni agencia gubernamental alguna hayan demostrado que las palabras del presidente Trump son verdaderas.
Así, lo que importa no es que haya criminales o musulmanes (porque no es a judíos o cristianos a quienes se discrimina) emplazados entre los marchantes: lo que en verdad motiva al hegemón es recalcar que “los enemigos son distintos de nosotros y siguen costumbres que no son las nuestras” y en ello se fundamenta su amenaza y allí radica el alcance de su peligrosidad, como nos lo explicó Eco en Construir al enemigo. Y, para el efecto, se justifica la andanada de ofensas de quien todo lo tiene contra el que carece de todo, menos de voluntad e impotencia lo que, de alguna manera, es ya un principio de dignidad.
Coincidiendo la caravana con las midterms (elecciones de mitad de período, o de "mitaca", como diríamos en Colombia) previstas para el 6 de noviembre, cuando los republicanos corren el riesgo de perder la mayoría que ostentan en el Congreso, esta se convierte en el mejor recurso de Trump para generar ámbitos de terror subjetivo entre los norteamericanos, de tal manera que —como ha ocurrido en estos pagos— se obtengan réditos políticos de lo que algunos denominan disposición tímica, esto es aquella faceta de la interacción comunicativa que define la negociación simbólica desde los universos emocionales de los interlocutores, siempre inmersos en una discursividad que se caracteriza por no ser reflexiva, tal cual ocurrió aquí con la campaña de no en el plebiscito de 2016, cuando se buscó que —al decir del gerente de la campaña— “la gente saliera a votar verraca”.
Y es que, en los desarrollos actuales de la política mundial, ya no es importante mantener un cierto decoro en el comportamiento de los dirigentes, ahora ya se pueden exhibir las argucias y los devaneos, sin que la clientela pierda su norte. De esta manera, el presidente de los norteamericanos puede declarar en Twitter —sin ambages— que “cada vez que veas una caravana, o a gente que viene de manera ilegal o intenta venir a nuestro país de manera ilegal, ¡culpa a los demócratas por no darnos los votos para cambiar las patéticas leyes migratorias!¡Recuerda las elecciones de medio término!Muy injusto para los que entran legalmente”. Lo anterior sin reparar en que los propios republicanos se aliaron con los demócratas para hundir las propuestas del presidente acerca de endurecer las leyes de inmigración en tres oportunidades.
Sin embargo, a pesar de la mentira que infunde terror, sigue la caravana de los desesperados marcando un derrotero que genera malestar en muchos norteamericanos, expectativas de provecho político en el presidente y mucha incertidumbre en quienes creemos en un mundo sin fronteras, donde cada quien pueda vivir con dignidad y respetado por sus congéneres. Mientras seguimos a la espera, hay un pueblo que se marcha y un pueblo que marcha: éxodo y acción política, en medio de la incertidumbre y la desesperación.
¿Hasta cuándo?