La caracterización del títere

La caracterización del títere

"Duque nunca ha intentado, ni por asomo, hacer una presidencia al estilo Santos que, al diferenciarse, fue calificado de traidor". Una mirada

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
septiembre 03, 2019
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La caracterización del títere
Foto: Twitter @infopresidencia

Cuando Yamid Amat entrevistó al expresidente sobre si habría un presidente títere en Colombia Gaviria, antes de que entrara la campaña electoral en su parte álgida, dejó claro que no ha habido nunca uno en Colombia y aseguró sin vergüenza alguna que no creía que fuera el momento. ¡Afilaba los cuchillos! No podía pensarse que Gaviria lo había sido de Galán heredado como hubo una candidatura espuria luego de aquel insuceso de su feroz asesinato. Gaviria, diciendo eso, castigaba a Duque, aparentemente abriéndole espacio político a su pupilo De la Calle a quien luego trató cual Lazarillo de Tormes a juzgar por la mano de coscorrones que infligió a esa fallida candidatura y, sobre todo, por el triple salto mortal al vacío que le regaló de despedida, luego de la primera vuelta que dejó a los de la calle viendo un chispero.

¿Pasaría Gaviria a ser un títere de la candidatura Duque?, es algo que nunca preguntó Yamid. Lo cierto es que jamás hubo una caracterización de en qué consistiría una supuesta presidencia títere en Colombia.

Eso se podría intentar si nos atuviéramos a aplicar la categoría (o epíteto) de títere como siendo contrario dialéctico al de carisma que Max Weber estudió en su momento. Es posible que deba sopesarse por qué se sigue diciendo que tal presidencia títere opera en Colombia, siendo una vergüenza nacional.

Cabe una forma de taquito de establecerlo: Duque nunca ha intentado, ni por asomo, hacer una presidencia al estilo Santos que, al diferenciarse, fue calificado de traidor, independientemente de si aquellas políticas por las que luchó de alguna manera embozada o desembozada habían hecho parte del ideario del jefe de ambos. Entonces allí donde aquel expresidente Uber fracasó, Santos triunfó. Y ahí estaría mucha parte del sempiterno encono.

Dice Max Weber, “se aplicará la palabra 'carisma' a cierta cualidad de una personalidad individual por virtud de la cual se le pone aparte de los individuos corrientes y se le trata como a quien está investido de poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanas, o por lo menos específicamente excepcionales”.

Y al pie de la letra pudiera decirse la palabra “títere” a cierta cualidad de una personalidad individual por virtud de la cual se le pone aparte de los individuos corrientes y se le trata como a quien no está investido de poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanas, o siquiera, específicamente excepcionales.

Esta laxa caracterización acepta otorgarle al títere cualidades, una personalidad individual e incluso una virtud, y quizás se le ponga aparte pero solamente para castigarlo con la insuficiencia, de no ser investido de la magia atribuida al carisma. Esta primera aproximación sería suficiente.

Pero el asunto sería más obvio. Si en su momento el ubérrimo dueño fue calificado como ser superior, ¿quién podría creer que en un mismo partido florecieran los carismas como lluvia de diamantes? Así igual, a la par de Trump, ¿podría encontrarse una persona más opaca que Pence? Entonces no podía ser escogido Duque para que le hiciera sombra al carisma de su jefe. No daba la talla, es más debía ser seleccionado precisamente por eso.

Pero por qué debía ser escogido de esa manera tan deleznable. Bueno, primero porque el carisma del otro se le impone; es decir, esto en el caso que se admita que su jefe es carismático. Segundo porque no ha habido un proceso de sucesión carismática: a nadie se le ocurrió, ni se le está ocurriendo a nadie, que la designación de Duque obedeciera a la necesidad de oponer una nueva opción de liderazgo. Fue exactamente lo contrario: todo el partido necesitaba un títere para que la caterva sucesoria hiciera fila india y pudiera pelechar bajo esa sombra. Y hay pruebas al canto pues de qué otra forma puede leerse que haya soportado una presidencia del congreso como la que soportó con tan evidentes daños. Que conste que todavía queda mucho tiempo si hubiera mermelada.

Pero sigue diciendo Weber: “(…) Dentro de la esfera de sus pretensiones, la autoridad carismática rechaza el pasado, y en este sentido es una fuerza específicamente revolucionaria. No admite la apropiación de cargos de poder por virtud de la posesión de riqueza, ni por parte de un jefe ni de grupos socialmente privilegiados. Para ella, la única base de legitimidad es el carisma personal, en la medida en que está demostrado, es decir, en la medida en que es reconocido y puede satisfacer a los secuaces o a los discípulos. Pero esto dura sólo tanto como dura la creencia en su inspiración carismática”.

Desde este punto de vista podría pensarse que Duque se opone al pasado inmediatamente anterior, es decir a Santos, como siendo la forma de que el carisma de su jefe volviera al poder para castigar al traidor; pero para ello debería investirse de una fuerza revolucionaria, lo cual está lejos de insinuarse siquiera. Por otra parte, su legitimidad descansa precisamente en la falta de carisma personal y no puede satisfacer a sus secuaces sino a quienes, iguales en su condición de títeres, pelechan a la sombra de quien ostenta el carisma de, al menos, su colectividad partidista.

Es claro que Duque no está proponiendo nada nuevo que se derivara de algo que surgiera de una intrínseca creatividad que no tiene. Detrás de la posibilidad de la transmisión del carisma habría una concepción mágica de disolución de los poderes de una persona en otra que se realizaría a través de algún ritual, que no fue lo que ocurrió con la escogencia de su candidatura y menos de su elección. Más bien siempre se dijo que se ritualizó la sumisión. Y eso precisamente auscultaba Yamid cuando lo de la entrevista.

Ahora se ha mencionado que el Ubérrimo está a punto de retirarse. No se sabe si es un último llamado para que sus huestes corran a salvarlo poco antes de ser sometido a juicio. De todas maneras es claro que una sucesión está a las puertas de su agrupación partidista, pero es absolutamente claro que allí no está ocurriendo un proceso sucesorio en el sentido de mostrar las individualidades a su interior su diferenciación cualitativa.

Arriba, Weber advierte que la capacidad del carisma de satisfacer a sus secuaces no va más allá de cuánto “dura la creencia en su inspiración carismática”. Aquellos que en esa colectividad aspiran a suceder no están interesados en ser diferentes, más bien lo están en seguir chupando. Son incapaces de disolver el carisma de su jefe. Predomina la transmisión de la clientela.

Finalmente, Weber concita que la capacidad del carisma obedece a no admitir apropiación de cargos de poder “(…) por parte de un jefe (…)” y no se ve que eso vaya a suceder; por lo tanto lo que podrían estarse cocinando son más títeres: obviamente ahora más menguados en tanto merma el supuesto carisma de quien adoran; sobre todo si su juicio da con sus huesos en la cárcel.

Nota: Rutinización del carisma, Max Weber, en la red.

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