Magistral el discurso del presidente Gustavo Petro ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. En español y sin haber llevado las acostumbradas rodilleras que guardaban en palacio los mandatarios que lo han antecedido, fue al grano, preciso y sin titubeos, a cantarle las verdades a los que se niegan a reconocer el fracaso de sus guerras y los efectos letales que han causado sobre prácticamente todo el planeta.
Sin llevarle saludos de nadie, les recordó a los asistentes que hablaba en nombre de una tierra bella y ensangrentada, de magia y mariposas amarillas, a la que habita una selva condenada por el peso de sus ambiciones, que están cobrando la vida de millones de personas.
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Con la altura y autoridad que le otorga ser el mandatario del país que más ha padecido la insensatez de sus políticas, les habló de la hipocresía que los cubre, cuando con el pretexto de proteger la naturaleza lo que están haciendo es destruirla, porque lo que lo que realmente los mueve es la explotación de los recursos con que buscan mantener el crecimiento desmedido de su riqueza, sin que para nada les importe la vida de las especies que la habitan.
Más peligroso que la adicción a la cocaína es la adicción al poder, les dijo también con sobrada razón, con actitud irreverente y una buena dosis de insolencia que, vale decir, es bien vista y necesaria frente a un público en gran parte acostumbrado al desfile de mandatarios habituados a inclinarse ante la tropilla de reyes sin corona que esperan que se les brinde pleitesía en este tipo de eventos.
Petro rompió los moldes y no fue a pedir conmiseración sino a hacerse oír con dignidad a nombre de una América Latina ya cansada de seguir poniendo los muertos y ofrendando sus recursos a quienes prefieren mantener su ímpetu depredador, antes que reconocer que lo que para ellos es un éxito para otros es el más rotundo fracaso al que la más reciente etapa de la civilización nos haya conducido.
Que no nos sigan intoxicando con el veneno fabricado en sus laboratorios, que no sigan culpando a quienes solo son víctimas, que no quemen la selva a nombre su codicia, que jamás habrá paz mientras exista desigualdad social, que cambien su deuda por naturaleza, que ni la guerra contra las drogas ni ninguna otra guerra le sirve a la humanidad.
Nada dijo que no sea más que la sensata demanda del presidente de una nación que justamente lo eligió con la esperanza de generar un cambio que convoque a la humanidad entera para que sea la vida la que se sobreponga a la pulsión de muerte que mueve a quienes, ante la evidencia del desastre, prefieren mantenerse con una venda en los ojos.
Aunque en singular y en primera persona, pero con énfasis en un plural solemne, el presidente le habló al mundo a nombre del millón de latinoamericanos que mueren asesinados, de los dos millones de afros que son encarcelados en América del Norte, de los miles de campesinos que son despojados y desarraigados de sus tierras en Colombia, de los que al inmediato futuro aumentarán estas cifras si la ceguera y tozudez los que se reclaman dueños de la razón no escuchan y no ceden al clamor de quienes padecen sus consecuencias.
Refiriéndose a lo que pasa en el propio patio de los rectores de las políticas, los invitó a preguntarse y a repensar cómo enfrentan las penas y vacíos de sus propias sociedades para que su falta adecuada de respuestas no siga desplegando el eco oneroso que tienen sobre quienes pagamos la culpa sin ser para nada los responsables del pecado.
Alguien, y ese alguien fue Gustavo Petro, tenía que decir lo que se dijo y ante la audiencia y en el lugar que se dijo, el escenario en el que se congregan la mayoría de las naciones del mundo para organizar la agenda que pone los temas y problemáticas de los que la humanidad entera tiene que ocuparse, so pena de fenecer si no se corrige el rumbo de una civilización en crisis, sobre todo de las razones que han inspirado los cometidos del desarrollo arrodillando la racionalidad a la codicia y alejados cada vez más de una ética de la vida.
Terminó su intervención invocando a América Latina a que se una al llamado a detener la guerra, a evitar que siga siendo la excusa para evadir las medidas que nos libren del riesgo de ver morir el sueño de la democracia, a abogar también porque antes que los torrentes de sangre sean los verdes y las aguas abundantes las que fluyan por las arterias de la tierra.
Los puntos quedaron sobre las íes. Amanecerá y veremos… Si es que el tiempo nos alcanza para un nuevo amanecer.