Creo que pesqué la que muy seguramente es la idea central del pensamiento de nuestro oscuro procurador General. La pesqué en una excelente columna de Mauricio Albarracín en El Espectador, en la que comenta la tesis de grado de este poderoso inquisidor criollo.
Ordóñez sostiene allí que la democracia se funda en la mentira de la voluntad popular, y anota: “Lo que debe contar no es la voluntad popular, sino la voluntad de Dios”.
La frase me produjo pesadillas: me soñé con Ordóñez, de capa de armiño, siendo coronado por Uribe con una mitra cardenalicia y arrojando incienso sobre monstruos devoradores de indígenas, negros, mujeres libertarias; con transgeneristas y gays colgados en cruces a la entrada de las grandes ciudades; con feministas, intelectuales y políticos de izquierda sacados de mazmorras malolientes para ser quemados en las plazas de los pueblos.
Cuando desperté sobresaltado, la frase, cual dinosaurio, seguía ahí: la voluntad de su dios por encima de la voluntad popular. Ordóñez quisiera de un plumazo devolver quinientos años la historia de la humanidad, o por lo menos la de este país, que ha probado ser godo y confesional a pesar de haber llegado al siglo XXI, pero que, poco a poco, ha ido construyendo un entorno de civilidad, un esbozo de ética ciudadana y de respeto por la diversidad que no se puede abandonar como un Moisés en las espesas aguas del fundamentalismo católico.
En esa frase se constata claramente que el procurador entiende que su misión es atajar la modernidad a toda costa.
Por eso anda muy acucioso persiguiendo cualquier expresión legal de libertad individual, cualquier asomo de igualdad, cualquier reivindicación de la dignidad, desde el aborto hasta el matrimonio homosexual, desde la izquierda batalladora hasta el exitoso proceso de paz. Prevaricando, porque a él lo nombraron para vigilar la conducta de los funcionarios públicos en el ejercicio de sus cargos, en sus acciones y sus omisiones, trabajo que no solo no hace, sino que dependiendo de la filiación del corrupto de turno, se esmera en su defensa; solo hay que ver la diligencia para proteger a Jorge Pretelt y dejar pasar sin chistar las trapisondas de todo tipo de rufianes de derecha que le garanticen votos en su próxima campaña presidencial.
Porque el problema no es este loquito camandulero que se hizo reelegir en la Procuraduría. El verdadero problema, la gran amenaza, es su segura candidatura a la Presidencia, para la que ya está trabajando día y noche, buscando y logrando la atención diaria de los medios, haciendo alianzas tácitas con lo más temido de la caverna nacional, armando la maquinaría que espera lo lleve al poder.
Ordóñez seguramente apuntará a ser el candidato del Centro Democrático, el camino más rápido para lograr sus ambiciones; lo que pasa es que no veo a Álvaro Uribe, tan sediento de poder, impulsando a un candidato con ideas y ambiciones muy propias, que aunque está más a su derecha, terminaría dejándolo tirado para satisfacer su propio apetito de dominación. Esa “santa alianza”, si se diera, sería de todas maneras nefasta.
Así que debemos prepararnos para enfrentar su cruzada retrógrada, porque en nombre de Dios (así, con mayúscula) se han realizado algunas de las peores atrocidades en la historias de la humanidad. Porque en Ordóñez no se encontrará jamás ni la más lejana opción de respeto por la Constitución, la ley, la dignidad, la diversidad y mucho menos la libertad de quien no sea un católico lefebvriano arrodillado a sus pies.
Porque la candidatura de Ordóñez amenaza como ninguna otra, más que las de Uribe en 2002 y 2006, lo que queda del Estado Social de Derecho, que seguramente dejaría de existir, pues sin duda uno de sus primeros objetivos será el de derogar una carta que la derecha considera excesivamente permisiva y garantista.
Así que prendamos la lámpara, que nos amenaza la más oscura de las noches.
Foto tomada de colombia.ragap.com