La calle y la democracia

La calle y la democracia

Existe una atmósfera de escepticismo, resultado de que las instituciones públicas se enfrentan a un laberinto donde cada paso que dan desmonta el anterior

Por: orlando guerra bonilla
octubre 11, 2023
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La calle y la democracia

Existe una atmósfera de escepticismo y descontento popular, resultado de que las instituciones públicas se enfrentan a un laberinto donde cada paso que dan desmonta el anterior. Una tensión constante que atraviesa la gobernabilidad colombiana se da entre cierta idea de las fake news, la virilidad del odio, estigmatización y frente a una noción de compromisos de meros intereses vueltos procedimientos con evidente sesgo antidemocrático.

El sentimiento de decadencia tiene, por consiguiente, tantos efectos dañinos como las causas que lo producen, hay de los que reclaman más gobernabilidad y menos marchas, pero ignoran deliberadamente que mientras el poder en las alturas sobrevive prisionero de sus propios encubrimientos, del temor a que se rasgue el velo judicial sobre actos corruptos y de la negación de la realidad, la falta de apego a las normas penetra en los intersticios de la sociedad despreciando la ley e introduciendo la violencia como instrumento normalizado para dirimir conflictos.

Sin ser ciegos lo que observa la ciudadanía todos los días vemos una clase política ocupada en repartirse y privatizar los presupuestos públicos y en hacer negocios con los grandes capitales, y confirmamos la generalización de una conducta cínica de esa minoría que presume sus riquezas en redes sociales; sin embargo, lo más preocupante es la reacción social de baja intensidad ante ello.

Para comprender esta pasividad podemos recurrir a las éticas de un periodo de la historia, donde teme el presidente que vuelva al poder el precedente ciclo. ¿Se refiere acaso a las viejas prácticas patrimonialistas que tomaban a los puestos públicos como si fueran cosa propia, asignándolos a los amigos y a los leales, o que repartían lugares en función de los intereses políticos del día, para buscar luego ventajas pagadas a costa del erario?

Sería el siglo XX y en el que vamos que sus grandes agentes sociales los que traerían consigo la noción de una democracia societal. Es decir, un régimen basado en el sufragio universal que debía responder a las demandas de justicia e igualdad de la mayoría de la población, pero no es así, porque prima el precio electoral de la corrupción y nos preguntamos: ¿por qué los votantes la castigan tan poco? ¿Por qué ocurre esto? ¿No debemos esperar que los ciudadanos, frente a políticos que hacen un uso ilícito de los recursos públicos, utilizasen su influencia electoral para castigar a los responsables y relevarlos de sus cargos?

El problema de las democracias actuales es el tipo de gente que se dedica a la política. En otros términos, el parlamento y otras instituciones se han convertido en el caldero de perfeccionamiento de contratos esquilmadores, de la negociación política y colocaciones burocráticas, por eso no es casual que haya políticos que reniegan de la historia y ocultan sus infamias bajo ropones de olvidos.

Se distingue de la democracia delegativa porque no reduce al ciudadano a un mero elector de representantes, sino que lo concibe en interacción continuada con estos. En la actualidad, los artífices de este enardecido Leviathan llaman democracia –-o ya en su versión risible, República democrática–- a este compulsivo sistema de representación política pues por el actual sistema de Democracia seudorepresentativo escuetamente el representante anula al representado. Y lo máximo, un parlamentarismo neocorporativo –las corporaciones actuales son los partidos–, diseñado para garantizar que la sociedad de mercado marche sin sobresaltos y el representante se convierta en el dócil.

Vista, así las cosas, un parlamento desviados de sus fines, una justicia selectiva y para entender qué le importa al poder político y al poder económico, tanto a nivel global como nacional, basta con hacer una rápida radiografía de los datos que nos muestran los abismales índices de desigualdad en cuanto a la distribución de la riqueza.

La extremaderecha colombiana, cada vez más extrema, hizo de su nostalgia una utopía…” hay qué tiempos esos de la desigualdad”. Sueña con el día en que cada pobre vuelva a recibir de su mano "lo que no sirve y se tira", secuela que descansa en un modelo económico y una ideología neoliberal con evidente sesgo antidemocrático.

Por ello la administración Petro ha tomados muchas medidas de aumento de ingresos, de justicia social, educación, salud. Eso choca con las reglas del mercado, a pesar explícitamente que son tenues intentos de izquierda por exigencias del estallido social que reveló   que las injusticias existen y que es necesario otro modelo.

Nosotros tenemos el gran defecto cual de creernos adánicos que todo nació con cuando nacimos olvidando que nuestros derechos y bienes se origina de la plaza pública  donde desemboca  el fervor, oposición y protesta y el otro olvido, hay que tener en cuenta algo muy básico, pero que parecemos olvidar demasiadas veces: vivir en una democracia no es algo irreversible; es decir, que el hecho de que exista un régimen de libertades no quiere decir que esa situación vaya a mantenerse eternamente.

En congruencia la convulsión política que experimenta el país se expresa desde el clamor de las tensiones sociales, la pregunta ¿Realmente la sede de la democracia son los Parlamentos? Esa afirmación es doblemente falsa.

En primer lugar, porque los Parlamentos y la capacidad de legislar nacieron de la calle con la Revolución Inglesa de 1688, se reafirmaron en la calle con la revolución en las colonias inglesas de América y la guerra de liberación nacional que condujo al nacimiento de Estados Unidos y se identificaron con la democracia con el triunfo de la Montaña en la Revolución Francesa en 1791-1792.

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