Colombia atraviesa por uno de los que deberían ser los mejores momentos de reflexión y de especial observación para detectar un Estado viable y, por supuesto, una sociedad con posibilidad de existir y de desarrollarse. Es una sensación. La visión no es pesimista, sino realista: sobre todo un momento de definiciones para que, cuando sea posible llevarlas a cabo, un hechizo no las aplace o haga que se vuelva a empezar, a comenzar en el rito del apoderamiento como sociedad propiamente tal. Son varios los indicativos que permiten hacer esta mirada provisional, no por ello menos profunda. Signos como:
Sin duda, debemos resaltar la posición de privilegio que otorga la ubicación del país, no solo como punto de encuentro entre dos océanos, como nos lo enseñaron, sino desde la arista de las comunicaciones en general. Situación, por supuesto, de ventaja geopolítica, pero además, más ampliamente y, sin relación con los condicionamientos de defensa –guerrerista–, por el poder global que llevan incluso los recursos de tercera generación de derechos humanos, es decir, los ambientales. Allí transitan el tema minero, el petrolero y, con gran importancia el agrario que, merecen ser destacados pues han sido temática focal en el conflicto que se ha padecido.
La inclusión internacional que da paso a la globalidad, es un elemento nada despreciable cuando las grandes estructuradoras de mercados y tecnologías observan con interés la estabilidad jurídica de los Estados y, por ello, la inversión; la llegada de grandes empresas y capitales poderosos, que constituyen impulso al desarrollo, especialmente cuando vienen del pacífico, en gran esbeltez de cobertura, fincan sus expectativas en dicha estabilidad; situación esta que, al mismo tiempo, lleva a los especiales controles de blanqueo de activos, de cuidado de los recursos impositivos –impuestos- que pueden ser, por esa vía o por el concepto de capitales golondrina, cifras negras de pérdida o de decaimiento económico. La inclusión global, entonces, supone honrar los acuerdos y convenios internacionales, ofrecer por este medio y por la legislación interna, estabilidad jurídica.
¿Qué busca, en la hora actual del mundo, el torrente de opciones que aplicados lleven al desarrollo? ¿La mera modernidad institucional? ¿La visión panóptica y acrítica o, sin reflexión, de los mecanismos sociales y de distribución de la riqueza? Los índices se encuentran por doquier. Lo que hace atractivo el momento de decisión corporativa, multilateral, de la creación de empresa y de riqueza interna o, que bien pueden venir en tránsito para quedarse o, para estar un momento es, sin duda, el análisis y confianza de la realidad ‘in situ’. Los creativos y creadores de riqueza no son seducidos por los meros anuncios gubernamentales ni por los titulares sino por las cifras concretas y realizables; referencias que, no propiamente para los observadores, son aquellas oficiales, sino las producidas y estudiadas por centros de respaldo y de interés que en el mismo ingenio en desarrollo encuentran. El dicho oficial no se encuentra en duda ni en crisis sino proceso de valoración, de constatación.
Por ello, los elementos que supone un Estado, una sociedad viable y con existencia atendible, deben ser puestos de presente, profundizados, si se quiere. Y, allí el detalle: desde la época de la llamada ‘patria boba’, expresión que ha tenido reparos por los historiadores, se ha dicho que Colombia ha vivido y en su seno aún pervive algo que se ha podido llamar ‘un estado de cosas’, que en palabras sencillas puede definirse como un ambiente de dificultad cuyo trasfondo es una constante violencia: entre centralistas y federalistas, como si tales conceptos redimieran la cosa política del momento, en el cual ni siquiera éramos competitivos y, mucho menos autárquicos; entre seguidores de la Iglesia y libre pensadores, cuando los centros de poder y de la religión se estaban trasladando a un Estado no confesional y laico —en la hora actual de la institucionalidad, hoy, aún con la vigencia de la Constitución del 91 existen opiniones y mandos de excepción, ¡qué coincidencia! no han dado el paso a la nueva Carta—; más tarde, de los Llanos viene una andanada de criterios y, luego, de fuerzas que esparcidas por el territorio, generaron un sinnúmero de violaciones, en términos actuales, masacres, por el dominio del poder, por la imposición de un partido y, por la exclusión del contrincante; exacerbados los ánimos se busca el desarme de la sociedad y de esos ánimos, se aplaza el examen de fondo y se decide compartir el poder en lo que se denominó el Frente Nacional; sin embargo, no alcanzado el descanso, que así se produjo, se topa la sociedad con el fenómeno del narcotráfico y, aquí vamos, en el mismo trasegar de violencia y de encono; ni un milímetro sus efectos han cedido.
Entonces no son cincuenta años de conflicto los vividos, sino una existencia con violencia, cuyas causas, fueran las que fueran o, no se han analizado o, se han encubierto. Afirman los entendidos que se han encubierto. Allí, trabajando en silencio o, en tono mayor los halcones que creen y ven en la guerra la solución y, las palomas que acogen los caminos de la solución dialogada de la violencia y del conflicto, sin que unos y otros se puedan entender. Ahora sí. ¿La ‘Patria boba’?.
Decimos que con estos marcadores de hoy, se está en buen momento para lograr desactivar la violencia. Y lo estamos, solo que, como condición debemos abrir la ‘Caja de Pandora’, descubrir qué fenómenos contiene, cuál el diseño y alcance de la ‘omnidotada’, cuál el significado de Pandora; cuáles los dones que por providencia de esas deidades le han entregado para su burlona y nefasta exposición; en fin, cuál la razón para abrirla. En una palabra, cuál el juicio de realidad.
Es un hecho: la cultura del narcotráfico dejó en vilo el tejido social: pasamos por la riqueza mal habida, la tolerancia a sus formas, la connivencia con sus logros, la gestión estatal bajo amenaza, captura o compra; luego, a la lucha sin cuartel, a la traición a sus contradictores, a la muerte. Pero el resultado es aún más perverso: campos destruidos, desplazados, huérfanos y, destrozos en el concepto de lo indebido.
Así, el narcotráfico no es un fenómeno que se haya producido por generación espontánea, ni una situación aislada y de control total; pero se debe reconocer que llegó a cooptar al Estado, invadió las fuentes de poder y, por supuesto, hizo metástasis, si se puede decir así, en los otros factores de desestabilización, actores armados, tanto en la subversión como en el aparato al lado del Estado denominado ‘paramilitarismo’: los dones de la ‘Pandora’ y su caja, parafraseando el mito.
En toda esta intrincada radiografía de nuestra sociedad, lo cierto es que la situación se ha hecho confusa, pero uno de los factores que se ha mimetizado y que causa profunda desgracia y preocupación, es el de la propiedad de la tierra. ¿Cuántos debates, informes, proyectos de ley, leyes, se han intentado? ¿Las reformas agrarias hasta con excelente tino han abortado? Y, una y otra vez el análisis se lleva a efecto. La última incursión legislativa ya amerita algunas reflexiones:(i) la defensa de los que podríamos llamar beneficiarios, es insuficiente, tanto en número, como en recursos —un desplazado frente al des poseedor: la fuerza del derecho frente a la fuerza física y económica—; (ii) volver a la sostenibilidad económica para garantizar la materialización de las medidas transformadoras del proceso de restitución de tierras es, sin duda, una necesaria decisión, es decir, si se retorna, cuáles los recursos que garanticen la sostenibilidad?; (iii) ¿el Estado posee músculo financiero para garantizarlo? (iv) ¿cómo garantizar el posfallo, es decir, la concreción de las órdenes de los jueces?; se sabe que es muy dispendioso el cuidado o tutela de lo decido por un Juez, pero es urgente establecer acciones y dinámicas medidas complementarias para que no se haga nugatoria la reivindicación de los derechos de las víctimas en condiciones de dignidad; y, (v) debe decirse que es infinito el trasegar por las competencias de la administración que, por tener muchas labores o, por no tener claras las mismas, hacen imposible la agilidad y, sobre todo, la atención de los contenidos de las decisiones judiciales; en este punto, sería deseable pensar que ello no es responsabilidad de la ley, por supuesto; sin embargo, han debido preverse los desarrollos para poder hacerla útil y sustanciosa.
En suma, los dones encontrados en la ‘Caja de Pandora’ son, sin tanto desliz conceptual, la violencia extendida en el tiempo que se visualiza en los factores del narcotráfico, la acción de la subversión-paramilitares: todos a una, ‘omnidotados’. Allí mismo, esos dones aplicados a la realidad del conflicto que es, sin duda, la tenencia de la tierra. Tenencia en dificultad y, en el fondo, lo que ha de estar en el frente del análisis: la víctima. Ese es el juicio de realidad. Colombia debe definir, es su momento.