Nunca te eleves tanto; que la ley te sobrepasa.
Thomas Fuller (Citado por el juez Sergio Moro)
La de Lula es una historia poderosa, mírese desde donde se mire. El niño pobre del nordeste de Brasil que se retiró del colegio para lustrar zapatos en las calles de Sao Pablo para llevar monedas a su casa, y que a los 65 años de edad entregó la presidencia del gigante latinoamericano con índices de aprobación cercanos al 90 % e históricos logros en el plano social y económico, es una figura que conmueve e inspira. Su historia nos gusta y emociona, porque nos confirma esos ideales que impulsan a los seres humanos según los cuales cualquier cosa es posible y que el talento, la inteligencia y la disciplina permiten transformaciones maravillosas.
Por eso la sentencia del valiente y efectivo Juez Sergio Moro, el miércoles pasado en la que condena al expresidente brasilero a 9 años de cárcel por corrupción en el contexto del proceso Lava jato, impacta y cuestiona tan profundamente.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo llega esta historia de superación de la pobreza, esfuerzo individual, lucha sindical y carrera política a un fin tan oscuro y triste? Después de enfrentar a la dictadura militar y de llevar el Partido de los Trabajadores de pequeña fuerza de oposición y denuncia a ocupar la primera magistratura durante 4 periodos, incluyendo los de Dilma, Luis Ignacio Da Silva entra a engrosar la larga lista de políticos condenados por lo que, hasta ahora, parece el más grande caso de corrupción de la historia de Brasil (y de varios otros países de la región).
Devolvámonos al año 2003. El Partido de los Trabajadores llega a la Presidencia de Brasil con un mensaje de renovación y lucha contra la corrupción y con grandes planes de reforma en diferentes frentes. A pesar de contar con una gran popularidad y de generar emoción en el gran país, Lula y el PT tenían un problema: no contaban con mayorías en el Congreso para avanzar en los grandes proyectos y programas. La solución: echar mano de la vieja fórmula de Maquiavelo y aterrizarla en Brasilia. Si no logras una mayoría en las urnas para transformar un sistema corrupto e inequitativo pues… ¡cómprala! El escándalo de mensalao demostró que el gobierno del Partido de los Trabajadores estaba dispuesto a avanzar en las reformas, incluso si esto requería pagar mensualidades a los congresistas de varios partidos con dineros de contratistas del Estado. Más de 20 personas, entre congresistas y funcionarios públicos, fueron condenadas por estos hechos. José Dirceu, nada más y nada menos el Jefe de Gabinete y mano derecha del presidente, fue uno de ellos. Lula siempre negó conocer los pasos de su “negociador” de votos. Pero es difícil creerle que alguien tan experimentado y con tanto tiempo en la política brasileña (Diputado Federal por un periodo y candidato a la Presidencia 4 veces) desconocía la práctica y la maquinaria puesta en movimiento para avanzar en la aprobación de sus proyectos. Por esta vía avanzaron y se consolidaron programas tan importantes como Bolsa Familia (que sacó más de 30 millones de personas de la pobreza); programas de apoyo al estudiante y becas de educación superior (con cerca de 50 millones de estudiantes beneficiados) e incluso el presupuesto de inversión más grande de la historia en la rama judicial. La misma que ahora lo condena. Ahhh las paradojas de la vida.
Con un escándalo mayor a cuestas y al perder sus mayorías compradas, Lula y el PT se enfrentaban no solo a la posibilidad de afectar su liderazgo y el desarrollo del gobierno logrados con sus reformas (a pesar de mensalao el Gobierno era popular), sino a un posible juicio político en el Parlamento. La respuesta: “ojos que no ven…” El Gobierno negoció con el Movimiento Partido Democrático del Brasil (uno de los más grandes y a la vez uno de los más cuestionados del país) y su jefe Michel Temer (actual presidente después de la destitución de Dilma y él mismo acusado de corrupción por el Fiscal General por el caso Lava jato) para que, a cambio del apoyo en el legislativo, este partido fuera “dueño” de la División Internacional del gigante público Petrobras. En Brasil, como en Colombia, es normal que las entidades tengan “dueños” políticos y que por vía de los recursos de estas se alimenten los partidos y las campañas. Las entidades estatales y los pagos ilegales de contratistas son de lejos la mayor fuente de financiación de las campañas políticas en varios países de América Latina y, para el caso de Petrobras, se habla de cerca de ¡5000 millones de dólares! movidos por políticos hacía sus partidos y peculios personales desde 2006.
Para el caso de Petrobras,
se habla de cerca de ¡5000 millones de dólares!
movidos por políticos hacía sus partidos y peculios personales desde 2006
Con esas dos decisiones, que originalmente tenían como objeto mantener la “gobernabilidad”, y no obstante aun tener la posibilidad de apelar la sentencia, Luis Ignacio Lula da Silva se condenó. Se condenó porque pensó que los medios ilegales eran válidos para asegurar unos fines deseables, necesarios y populares. No hay tal licencia. Un medio ilegal desfigura cualquier fin y termina por manchar hasta la historia de superación más bonita.
Mientras tanto, en Colombia esta semana se cumplirán los 3 años que la ley establece para que opere la caducidad en las investigaciones del Consejo Nacional Electoral sobre financiación ilegal en las campañas de 2014 (las del 2010 caducaron hace rato) y, aunque la Fiscalía dice tener certeza de que ambas campañas (Santos-Vargas Lleras y Zuluaga-Holmes) recibieron plata de Odebrecht, no pasa nada. Así es muy jodido.