Bajaba en su bicicleta a 85 kilómetros por hora cuando la rueda trasera besó un bache, perdió el control del aparato, y se estrelló contra el poste de la reja que recubría un jardín. Quedó inconsciente. Era la sexta etapa de la Vuelta a Suiza. Juan Mauricio Soler tenía 27 años, se preparaba para ser el capo de su nuevo equipo, el Movistar, en la edición del 2011 donde era uno de los favoritos. En Suiza iba segundo y pensaba haber roto una racha interminable de caídas cuando, en ese descenso fatal, afrontó el peor de todos los accidentes.
Se despertó 25 días después en una clínica en Navarra. No reconoció a su esposa, la fisioterapeuta Patricia Flórez, y a Alfredo Zuñiga, el médico de su equipo. Tenía el presentimiento que algo malo había ocurrido durante la vuelta Suiza, tuvo las ganas de levantarse, tomar su camioneta e ir a visitar a sus papás y a su hijo de apenas 15 meses de nacido, el pequeño junior, en la vereda El Fuerte en Ramiriquí Boyacá, el lugar donde nació el 14 de enero de 1983. Soler, quien no recordaba absolutamente nada, no sabía que tenía rotos 29 huesos del cuerpo, tres de ellos en el cráneo y un edema cerebral que lo sacaría del ciclismo.
Tenía todo para ser campeón: talla, un metro ochenta y siete, capacidad de sacrificio, e inteligencia. Lo que nunca tuvo fue suerte. Empezó en el ciclismo a los 15 años cuando, sin permiso, tomó prestada la bicicleta de carreras de Omar Soler, su hermano mayor. Participó en una competencia en Ramiriquí y este campesino recolector de papa le sacó dos vueltas a su más inmediato rival. Era un fenómeno. Su familia era humilde, así que idearon planes de trabajo con Omar para turnarse la bicicleta. Esto duró hasta que Lindon Borda, quien años después sería su padrino de matrimonio, organizó un bazar para comprarle una bicicleta marca Trek que era con la que muchos pedalistas corrían el Tour de Francia. La bicicleta solo le duró un día. Cuando coronaba el páramo de Suratá una volqueta lo embistió. Duró dos días inconsciente y la Trek destruída.
Cuando ganó a los 21 años la última etapa de la Vuelta a Colombia Victor Hugo Peña, único colombiano que ha sido líder del Tour de Francia, lo recomendó a un equipo suizo. A los 22 Soler llegaba a Europa. Le fue bien. De las seis primeras clásicas que corrió ganó una en Holanda y fue top 5 en el resto. Su oportunidad llegaría de la mano del entrenador Claudio Corti quien lo enroló en el Barloworld, el equipo donde correría su único Tour.
Era el 2007 y en esa escuadra surafricana se destacaba un joven gregario al servicio de Soler, el británico Chris Froome quien, casi una década después, se disputa el cetro de mejor ciclista del mundo con otro boyacense, Nairo Quintana. Era una escuadra pobre y sin embargo a Soler le alcanzó para ganar una etapa, estar en el Top 10 de la competencia y pasar a la historia como uno de los tres colombianos –hasta ese momento solo la habían ganado Lucho Herrera y Santiago Botero- en ganarse la camiseta de pepas rojas que distingue al mejor escalador de la competencia. Para esa época los especialistas decían que ningún ciclista en el mundo subía como el jovencísimo Mauricio Soler.
Quería consolidarse en los años posteriores, cuando pasó al Caisse d’ Epargne, el embrión de lo que sería después Movistar. Se fracturó el brazo en la vuelta a Burgos y unas costillas en un entrenamiento. Su compañero de esa época, Rigoberto Urán, recuerda que Mauricio era muy impaciente. Todo lo quería hacer ya. Y eso no lo ayudaba en los espeluznantes descensos a los que se aventaba después de coronar los puertos más escarpados. En el 2011, creía que había dejado atrás todas sus caídas. Había compartido apartamento ese año con un jovencísimo prospecto de su tierra al que ya le había echado el ojo Eusebio Unzúe, Nairo Quintana. Nairo aprendía de ese ídolo que el había visto levantar los brazos en Francia cuando él era un niño de 17 años. Quería ser como él. Nairo vio como se preparaba para el Tour del 2011 y como afrontó con el Movistar la Vuelta a Suiza. Estaba fuertísimo, pletórico. Ganó la segunda etapa y se puso la camiseta amarilla de líder.Estaba segundo en la sexta etapa cuando el accidente lo condenó a 24 días de coma.
Creía que no saldría de ese pozo oscuro. Abrió los ojos y empezó su recuperación. Levantarse era más doloroso que subir el Galibier. Patricia, su esposa, lo apoyaba a veces con palabras duras. Era una generala que quería volver a poner a caminar a su marido. Lo que más lo motivaba era volver a ver a junior, su único hijo. Fueron 11 meses de arduo trabajo para hacer lo que muy pocos creían: volver a caminar. Cuando regresó a Ramiriquí en marzo del 2012 fue recibido en un carro de bomberos. Ya podía caminar pero los médicos habían dictado la sentencia: nunca más volvería a montarse en una bicicleta a competir. La presión arterial que generaría ese desgaste físico lo mataría. Se consoló con caminar dos kilómetros diarios y trabajar todo el tiempo para que la mejoría continúe. A veces se consuela con ver la estatua con pedazos de tuerca que hicieron en la plaza de Ramiriquí. Dice que no nació para ganarse el Tour de Francia pero si para que la gente lo ame.
Seis años después del accidente los ahorros que le dejó los pocos años que estuvo en el ciclismo se le están acabando y el carro que compró se le está poniendo viejo. Él fue el Deportista del Año en Colombia en el 2007 y ahora es un mito que se está olvidando. A los héroes como Mauricio Soler no se les debe olvidar nunca.