Hace poco más de veinte años, la hermana república de Venezuela era un paraíso envidiable en Latinoamérica, no solo por establecer un sistema democrático personalista, respetuoso de la dignidad humana y de las libertades individuales, sino también por gozar de una economía vigorosa, respetuosa de la iniciativa privada, el libre mercado y la creación de riqueza desde el sector privado. Referirse a Venezuela era, entonces, obligarse a exponer un sinnúmero de cualidades propias de una nación próspera, encaminada al éxito. El petróleo, su sistema agrario, sus materias primas, y, las condiciones para invertir eran caldo de cultivo para triunfar inexorablemente.
Tanto así que los inversionistas extranjeros consideraban que el emprendimiento y la innovación de los venezolanos impactaban positivamente cualquier mercado internacional; y era así como, de esta manera, existía plena factibilidad a los efectos de establecer cualquier alianza, joint venture o asociación comercial. Esto fue, sin lugar a dudas, lo que convirtió a Venezuela en un referente absoluto para las naciones hermanas. Luego, en el año 1998 —para el infortunio mundial— arribó el populismo disfrazado de buenas intenciones, con un discurso dizque alternativo, pluralista y pacifista, que se autoproclamó 'respetuoso de las libertades individuales y de la justicia social'. Aquel no fue más que encarnado por un militar embustero, revanchista, e incendiario llamado Hugo Chávez Frías.
Ejercitando un acto de buena fe, la ciudadanía venezolana optó por creer en la palabra del sátrapa. Pero, posteriormente y con el trasegar de los años, su legítima ilusión comenzó a desvanecerse. El daño estaba consumado ya, y difícilmente se presentaría una pronta reparación, que pudiere arrebatarle el poder a una dictadura enquistada en el Palacio de Miraflores. Los ciudadanos venezolanos padecieron la demagogia de un lobo disfrazado de oveja, de tal suerte que el farsante logró engañarlos a todos. Muchos años después, Chávez falleció a consecuencia del deterioro en su estado de salud. Pero compartiendo un extensamente pernicioso legado de homicidios y ejecuciones extrajudiciales, persecuciones políticas, expropiaciones, atentados contra la empresa privada, pobreza extrema, familias muertas, tráfico de estupefacientes a gran escala —convirtiéndose el territorio nacional en refugio para los guerrilleros genocidas de Farc, en lo que otrora era el paraíso venezolano—. El chavismo aniquiló la democracia y sus instituciones.
No siendo suficiente con todo aquello, el difunto Chávez se atrevió a condenar definitivamente a su nación, transfiriéndole el poder a un bribón despótico llamado Nicolás Maduro. El mencionado, obrando cual potencial rufián, se dio entonces a la tarea de consolidar la nefanda herencia de su amo enterrado. En virtud de ello, Venezuela —extraviada en sus propias cenizas— se transformó en una brutal sinonimia de anarquía en donde nadie manda, y donde lleva el control un canalla ilegítimo —dedicado al narcotráfico— que masacra y pisotea el sentir popular.
A la postre, Venezuela ha mutado en un espacio geográfico que exhibe la tasa de homicidios más elevada del globo, una inflación igualmente récord, un verdadero cartel del hambre —dada la escasez de alimentos—, y ha cobrado forma de un proverbial basurero de donde solo emergen roedores y buitres buscando mil desechos. Difícil imaginar un personaje que encarne consecuencias más devastadoras que Maduro.
Dantesco escenario que no habrá de ignorar el masivo éxodo de ciudadanos venezolanos hacia otros Estados latinoamericanos; en Colombia, verbigracia, reside más de un millón de venezolanos, que han llegado huyendo del régimen y suplicando por asistencia humanitaria. Uno de los costados más oscuros de tamaña destrucción remite a la inabarcable cantidad de niños y jóvenes que, habida cuenta de profundos problemas de nutrición, padecen una irreversible insuficiencia física (y, en muchos casos, mentales). Siendo estos el futuro de la nación, nada más intolerable que el futuro que la dirigencia madurista les ha reservado. ¡Una barbarie imperdonable!
Por su parte, el ya bien identificado Cártel de los Soles —banda criminal auspiciada por Maduro y dirigida por Diosdado Cabello, Néstor Reverol y Tareck El Aissami— continuaba haciendo de las suyas, traqueteando a más no poder y acribillando a la sagrada población. Empero, para nuestro fortunio, tal cual como ha ocurrido, el gobierno de los Estados Unidos enhorabuena le ha puesto precio a la cabeza del jefe del narco-Estado —Nicolás Maduro— con miras a quedar a '"buen recaudo" de la justicia estadounidense.
Entretanto, el futuro renacer de dicha nación reposa hoy en valientes líderes como Leopoldo López, Juan Guaidó o María Corina Machado; a ellos les cabe un protagonismo central en los próximos años, en tanto habrán de perseguir la construcción de estabilidad en un nuevo horizonte. Estos líderes venezolanos deben contar con todo el respaldo posible, a los efectos de que jamás desistan de ejercitar tan admirable labor, la cual hoy se sintetiza en hacer frente a una dictadura declaradamente asesina y totalitaria. Nada hay de fácil en esta faena y, sin embargo, López, Guaidó y Machado cuentan con más que suficiente coraje y determinación para encararla.
Adenda: Diosdado Cabello se ha hecho nombrar embajador en Cuba. ¡Vaya sorpresa!, dejará tirado a su amo Maduro para que se las arregle como pueda, en tanto él asegura su impunidad en el régimen cubano de la miseria. A él también —tarde o temprano— la justicia norteamericana lo pondrá a buen recaudo.