El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza solo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.
(W. Benjamin, Tesis de filosofía de la historia).
El detonante del paro nacional fue la reforma tributaria, ya maltrecha por falta de apoyo de los partidos tradicionales y que, de no haber sido retirada, estaba condenada al fracaso en el trámite legislativo. A lo que debemos sumar el nefasto proyecto de reforma a la salud que circula a pupitrazo en el Congreso. Pero las causas de la indignación van más allá de esta coyuntura. Al menos 1173 han sido asesinados desde la firma del acuerdo de paz (Indepaz) y cada semana se reporta una nueva masacre. El manejo de la pandemia ha sido un fracaso, el plan nacional de vacunación no avanza al ritmo esperado y las condiciones laborales de los trabajadores de la salud son paupérrimas. Los índices de pobreza y desempleo siguen creciendo según cifras del propio Dane. Y desde el gobierno y el uribismo siguen con su ataque sistemático a las instituciones judiciales del país, principalmente a la Corte Suprema de Justicia y a la Jurisdicción Especial para la Paz.
Esta indignación ha llevado a millones de personas a las calles a protestar, más que contra una reforma tributaria, contra un movimiento ideológico y autoritario que ha gobernado el país durante los últimos veinte años. La respuesta del establecimiento ha sido la brutal represión policial que ha dejado varias personas muertas, cuyo número está aún por confirmar, miles de casos de uso desmedido de la fuerza por parte de “las fuerzas del orden” y cientos de detenciones cuya dudosa legalidad resolverán los jueces de control de garantías. Justamente la semana pasada se dio a conocer el Informe de investigación de la Fiscalía sobre la muerte de Dilan Cruz, el joven asesinado por el Esmad en las protestas de noviembre de 2019. En este informe concluye el ente investigador que Dilan fue el que se atravesó en la línea de tiro y recibió el impacto del proyectil disparado por el capitán del Esmad Manuel Cubillos. Además, el informe realiza un perfil de Dilan, en la cual se lo presenta como una persona con dificultades para ajustarse a las normas y adicto a sustancias psicoactivas, antisocial. Como concluye Coronell en su columna del fin de semana La culpa es del muerto, “el informe deja claro que Dilan no le hacía falta a la sociedad y que su muerte no debe merecer ninguna sanción para quienes lo mataron”.
Este informe, que se presenta ante un juez penal militar porque la judicatura determinó que este evento se enmarca en el ámbito del ejercicio de las funciones del capitán del Esmad, no es más que un pequeño ejemplo de la forma cómo se construye la verdad institucional desde el establecimiento. Como dice Benjamin, “tampoco los muertos estarán seguros cuando el enemigo venza y este no ha dejado de vencer”. Quizás una muestra más representativa y mucho más brutal es lo que viene pasando hace un par de años en el Centro Nacional de Memoria Histórica, entidad que se encarga de relatar la pluralidad de narrativas sobre el conflicto armado colombiano. El nombramiento como director de Darío Acevedo, un historiador conservador que, al igual que muchos de los miembros “ilustres” del partido de gobierno, niega la existencia del conflicto armado colombiano, ha llevado a un replanteamiento institucional de algunas memorias del conflicto, privilegiándose mucho más la visión de los agentes del Estado que las de las víctimas, al punto que muchas organizaciones de víctimas han optado por retirar sus informes. De este modo pretende imponerse una verdad oficial sobre la pluralidad de narrativas del conflicto.
Ayer, al aceptar la invitación de un amigo para participar de un diálogo sobre el paro nacional, le pregunté de qué hablaríamos y me dijo: “hablaremos del ruido que producen las cosas al caer”. El miércoles de la semana pasada vimos como varios miembros de la comunidad misak derrumbaron el monumento del conquistador Sebastián de Belalcázar, en reivindicación de su memoria histórica. El derrumbamiento de este falso ídolo produjo un gran ruido que aún retumba en las agitadas calles de Cali. El ruido que hoy produce el paro nacional obedece al derrumbe de un ídolo mucho más afianzado en su pedestal. Un ruido que extrañamente precede al derribo, pero que lo anticipa. Solo quedará esperar su inevitable caída y que en este lapso no carguemos más muertos. Solo de esta forma podremos encender en lo pasado la chispa de la esperanza y, de alguna manera, reivindicar nuestros muertos.