Hoy el presidente Duque, una vez más, desconoce la independencia de poderes y demuestra que no gobierna a Colombia, sino que lo hace para su mentor, hoy detenido por la justicia. Su tesis sobre la presunción de inocencia, la cual invoca para defender a Uribe, bien podría ser aplicable a Santrich o a otros personajes con detención preventiva.
No se da cuenta Duque, o simplemente utiliza el populismo mediático como argumento para desconocer una providencia judicial de 1554 páginas (hoy pública, pero además contundente), que en derecho se demuestra hasta la saciedad que hay una interferencia clara y manipulada en el proceso, motivo suficiente para justificar legalmente la detención. Confunde Duque, de manera intencional para manipular a la opinión pública, la justicia transicional con la justicia ordinaria, e iguala a Timochenco y las FARC con Uribe, en dos procesos que, aunque paradójicos, son completamente diferentes.
Las FARC, después de un proceso de paz y un conflicto de 50 años, cambiaron verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición por penas alternativas y una participación política incipiente. Si no les cumplen a las víctimas, deben verse las caras frente a la justicia ordinaria y afrontar penas hasta de 60 años de prisión. Aún más, quien viole el acuerdo final es expulsado del proceso y debe caerle todo el peso de la ley, como hoy sucede con Santrich e Iván Márquez.
El expediente Uribe, en cambio, es de competencia de la justicia ordinaria y no de la justicia transicional. Es deber aclarar que, en su condición de expresidente, este goza de un fuero especial para ser juzgado por la Comisión de Absoluciones del Congreso de la República. Empero, en sus ansias de poder al ser elegido senador, los delitos que pudiere haber cometido durante dicho tiempo pasan a ser competencia de la Corte Suprema de Justicia.
En este contexto, a Uribe no se le está juzgando por lo bueno o malo que hizo siendo presidente, sino por presuntamente cometer el delito de soborno y fraude procesal, el cual no es un delito político sino un delito común. La única diferencia ante la ley con un ciudadano "de a pie" es que, por su condición de senador, lo juzga el máximo tribunal de justicia en Colombia que es la Corte Suprema.
Lo cierto es que, contrario a la mentira mil veces repetida por sus seguidores y por la prensa que lo defiende, hoy es un presidiario no por culpa de las FARC, ni de la oposición, ni de sus aciertos y desaciertos en el ejercicio de la política. Hoy está preso porque presuntamente cometió un delito, cuyo responsable sería él y solo él. Y hoy cuenta con todas las garantías para que la justicia lo absuelva o lo condene por este hecho en particular.
Paradójicamente, el expresidente cae por el delito de menor gravedad de todos los que se le imputan. Y es que lo que se viene no es esperanzador para el senador. Las denuncias que carga sobre su espalda (por narcotráfico, paramilitarismo, falsos positivos, interceptaciones ilegales, los homicidios de Jesús María Valle y Pedro Juan Moreno, las masacres de La Granja y El Aro, y, en general, por ser el jefe de una estructura criminal), además de igualarlo al menos en el banquillo de los acusados a grandes criminales y/o dictadores de la historia como Pinochet, Fujimori, Franco, Mussolini o el mismísimo Hitler, lo atormentarán por el resto de sus días.
Personalmente, no le deseo esa suerte al exmandatario, pero sí que se acoja a la justicia transicional, le cuente al país la verdad, y le aporte a la justicia, a la reparación y garantías de no repetición. Prefiero a Uribe libre si y solo si es capaz de aceptar de manera frentera y valiente la verdad y la justicia para apostarle a la paz y la reconciliación.
Solo así encontraremos respuestas a la pregunta de Lina Moreno al invocar la novela de Thomas Mann: "De esta fiesta universal de la muerte, del terrible vuelo febril que enciende el cielo vespertino y lluvioso a nuestro alrededor, ¿surgirá algún día el amor?".
De lo contrario, pasará a la historia como uno de los más grandes criminales de lesa humanidad, amado y odiado por muchos, y, además, como un cobarde.