Alonso Acosta Bendek parecía destinado a seguir el legado de poder e influencia que su clan había construido. Sin embargo, su ambición lo llevó a formar alianzas peligrosas con el Bloque Norte de las AUC.
La historia de los Acosta Bendek comenzó en el Caribe colombiano, donde los inmigrantes Juan Acosta Bendek y Miladis Bendek se establecieron y prosperaron. Desde entonces, su apellido se convirtió en sinónimo de poder y prestigio en Barranquilla. Con una red de influencia económica y política construida con precisión, los Acosta Bendek se ubicaron en la cúspide de la región.
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El primer paso hacia la cima lo dio Jacobo Acosta Bendek en los años sesenta, cuando se introdujo en la política de la mano del Partido Liberal y ascendió rápidamente en posiciones clave, consolidando una alianza con el poder político que fortaleció al clan y le permitió crear instituciones que parecían intocables, como la Universidad Metropolitana de Barranquilla y el Hospital Metropolitano de Barranquilla.
La historia política
Hace poco se dio el capítulo más reciente de esta historia que lo tiene todo: disputas familiares, clientelas, parapolítica, clanes, empresas y traiciones. La guerra entre las distintas líneas sucesorias de los Acosta Bendek han mostrado su peor cara a la opinión pública y muestra de eso es que representantes de ambas líneas han sido condenados en la disputa por la herencia, usando vínculos políticos, marrullas y sobornos. Ivonne Acosta, Carlos Jaller, Juan José Acosta Osio y Alonso Acosta Pérez tienen orden de captura. Alfonso Acosta Osio fue condenado a 15 años por parapolítica. Luis Fernando Acosta Osio está vinculado al caso de corrupción de la Universidad Metropolitana de Barranquilla. En medio de todos los procesos judiciales, condenas y versiones, al menos dos de tres líneas de la saga familiar han estado metidas en varios escándalos de corrupción. Pero la relación entre política y economía tan utilizada para hacer crecer los negocios habla mucho de un clan que creció gracias a ella y que más de una vez ha usado la trampa en su carrera al éxito. Como todos los clanes políticos en Colombia, en las buenas ganan y en las malas no pierden
La historia económica.
Para entonces, ya la familia había establecido dos negocios importantísimos: La Universidad Metropolitana de Barranquilla, fundada en 1973, con la participación directa de Eduardo, Gabriel, Jacobo, y de Alfonso a través de la Fundación Acosta Bendek. Esto catapultó al segundo miembro político de la familia, Gabriel Acosta Bendek quién inicia su carrera política, pero no en el Partido Liberal como su hermano Jacobo, sino en el conservatismo. En 1980 ya Gabriel se había hecho con una curul en la Asamblea Departamental, que conservaría hasta que en 1994 sería electo Representante a la Cámara por el Movimiento Nacional Conservador. Con la salida de Gabriel a la política, su hermano Eduardo Acosta Bendek ocuparía la rectoría durante 35 años consecutivos.
La promesa de una segunda generación y los peligros de la ambición
La segunda generación del clan heredó el poder y las riquezas construidas por sus predecesores. Con un legado y un apellido que les abrían puertas, Alonso Acosta, sobrino de Jacobo, abogado constitucionalista, con maestría en derecho público y teniente coronel de la reserva profesional del Ejército. Acosta Osio asumió la ambición familiar y continuó el camino trazado, expandiendo la influencia de la familia en los círculos más altos. Alonso cultivó una imagen de éxito, relacionándose con personajes poderosos y empresas clave de la región, consolidando alianzas que parecían inquebrantables y multiplicando su capital. Sin embargo, a medida que avanzaba, Alonso también trazaba un camino de sombras: las mismas conexiones que lo impulsaban lo ataban a un submundo violento.
A lo largo de su carrera, Alonso se relacionó con figuras de la parapolítica y amasó poder. En algún punto, Alonso cruzó la línea entre la ambición y la ilegalidad, involucrándose en acuerdos oscuros con paramilitares del Bloque Norte, quienes le ofrecieron el respaldo que necesitaba para seguir ascendiendo. Sus decisiones no tardaron en arrastrarlo a un escándalo que amenazó con desmoronar el imperio familiar. La lealtad de Alonso Acosta Osio al clan estaba puesta a prueba, y la ambición que lo había caracterizado en su ascenso se convirtió en su talón de Aquiles, afectando a su familia.
La condena y una huída audaz
El 8 de febrero de 2024, Alonso Acosta Osío fue condenado a 15 años de prisión por su relación con los paramilitares, en un juicio que reveló el alcance de sus alianzas y sus métodos para mantener el poder a toda costa, pero Alonso no estaba dispuesto a pagar por sus acciones. En una maniobra desesperada, huyó de Colombia antes de ser capturado y buscó refugio en Honduras, un país donde confiaba en que sus conexiones le brindarían protección. La noticia de su huida despertó la atención de las autoridades y al público colombiano, la persecución judicial. Sin embargo, el capítulo más sorpresivo de esta historia aún estaba por escribirse: en una decisión que dejó a Colombia sin opciones, la Corte Suprema de Justicia hondureña negó su extradición, argumentando que no existían las condiciones para entregarlo a la justicia colombiana. Así, Alonso continuó prófugo, protegido por un sistema internacional que frustraba a la justicia.
El colapso de un imperio
Mientras Alonso permanece fuera del alcance de las autoridades, la familia Acosta Bendek enfrenta un colapso financiero y político. Las instituciones que una vez fueron emblemas de la región ahora están deterioradas. El Hospital Metropolitano de Barranquilla, símbolo del éxito familiar, se ha convertido en un monumento a la mala administración y las disputas internas. La Universidad Metropolitana, orgullo de los Acosta Bendek, es hoy un escenario de enfrentamientos judiciales por el control de sus fondos e influencia.
La historia de Alonso es el reflejo de la caída de un clan que alcanzó el poder mediante alianzas políticas y se sostuvo durante décadas, pero que fue derrumbado por los excesos de una segunda generación sedienta de prestigio y de dinero. Los Acosta Bendek, que en su momento fueron actores influyentes en Barranquilla, se encontraron atrapados en su propia red de erráticas y cuestionables decisiones. La familia que en su momento simbolizó el poder y la estabilidad se desmorona, y su nombre pasa de ser un ícono de prestigio a un ejemplo de decadencia.
Hoy, el apellido Acosta Bendek aún resuena en Barranquilla, pero su prestigio ha sido reemplazado por una sombra de corrupción y abuso de poder. En una ciudad donde la extorsión y la crisis de servicios son parte de la vida cotidiana, las figuras del clan y sus instituciones ahora representan la corrupción y el abuso que persisten en las élites regionales. Tal vez algún día, las futuras generaciones de los Acosta Bendek encuentren la forma de redimirse y reconstruir su legado desde la ética y la transparencia. Sin embargo, por ahora, la historia de Alonso Acosta Osio sigue siendo una advertencia sobre la naturaleza corrosiva del poder mal empleado y de los efectos de una ambición desmedida.