James Rodríguez es el único jugador colombiano en haber sido goleador de un mundial. Es el volante con más goles en la historia y el único que fue ídolo en el Real Madrid y el Bayern de Munich. James es reconocido en todas partes del mundo y muchos aún lo tienen como un referente en redes sociales, sin embargo se ha convertido en un deporte nacional golpear la dignidad de James sólo porque se reventó físicamente, porque mantenerse vigente en un fútbol tan exigente como es el europeo conlleva un sacrificio que pocos pueden resistir y James simple y llanamente se reventó.
Entonces empezaron las especulaciones, incluso las calumnias, los ecos de noticias desde España que se repetían acá sin constatar fuentes, entonces James iba a discotecas, no paraba de rumbear, era un niño problema. Y James se cansó y decidió no usar a ningún portavoz desde Colombia y, si tenía que dar una declaración, usaba alguna de sus redes sociales. El periodismo deportivo colombiano, tan viejo, tan moribundo, no pudo del despecho, no entendió como se mueve ahora el mundo y no aceptó que James, para dar una primicia, usara Twich que los micrófonos de Antena 2 de Carlos Antonio Vélez.
Ahora se va a Catar y uno ve a Pacho Vélez de ESPN diciendo que está desilusionado de James porque no llegó a ser todo lo grande que él había esperado y Vélez grita su descontento para recuperar un poco del rating perdido. Porque James sigue dándole de comer a los que tiene como profesión, en un fútbol tan mediocre como el colombiano, hablar del balón y felices recogen sus pedazos y hacen un abrigo para protegerse del invierno de sus fracasos.
Se irá a Catar a ganar 400 mil millones de pesos mensuales, después vivirá donde quiera. A Colombia seguro no. James nos ha dado más de lo que nosotros, mezquinos, estábamos dispuestos a devolverle así que cuando sea un millonario exjugador a sus 22 años comprará una isla y meterá allí a todos los que no le hagan daño. Y será feliz lejos de los periodistas nuestros. Se lo merece.