Las imágenes de Miguel Ángel López bajándose de la penúltima etapa de la Vuelta a España son patéticas. El corredor boyacense no solo dejó de pedalear, uno de los grandes delitos para los ciclistas: también dio una muestra de falta de profesionalidad. Renunciar a hacer su trabajo en una pataleta y dejar botados a sus compañeros es algo que en cualquier empleo llevaría a un despido justificado.
No es la primera vez que le pasa a López, y sobre todo le tiende a pasar en España. En 2019, cuando corría con el Astana, salió a insultar luego de un accidente a los corredores del equipo rival... Movistar. Luego, en la despedida del equipo en el Giro de Italia, fue el único que se atragantó con una rendija de una alcantarilla en el prólogo. Un despiste, diría.
El sábado hizo otro más de los ridículos que lo hacen ver entre el pelotón como un corredor mal de la cabeza. Todos lo llaman "Supermán" por su capacidad de volar en la carretera, sus ascensos épicos como el que realizó tres días antes al Gamoniteiro. Pero se despistó cuando se fue Mas en busca de asegurar el podio y luego no tuvo quién lo acompañara. Y botó el puesto.
Henri Desgrange, el fundador del Tour de Francia, decía que los ganadores de su carrera corren con la tête et les jambes, la cabeza y las piernas. A López las piernas le sobran, pero la cabeza le falta. Si la tuviera podría andar con la diplomacia de Nairo Quintana, o el hábil desparpajo de Rigoberto Urán. Por ahora, solo da la pinta de un corredor al que la presión la revienta y al que muchos directores le harán el feo cuando llegue el momento de renovar el contrato.