Mientras hablábamos con Daira, Lucía no paró un segundo de tejer, lleva tres meses en Bogotá y tiene 38 años. “El tejido es un legado de mi bisabuela, ella tenía 98 años, veía bien, tejía, bordaba y cosía con máquina de manivela, sin gafas… A mí no me gustaba que me enseñaran, yo aprendí sola. Ahora, yo voy a una reunión, al banco, al médico y siempre llevo mi tejido, algunos creen que no presto atención, pero no es así. El tejido está en mí”.
Lucía no para de tejer, porque allí está su historia.
Su pasión es la agricultura. “Las mujeres rurales del pacífico somos muy activas, nos gusta mucho el campo, las manualidades, y estar en todo. Es muy bonito levantarse a las 4 de la mañana y decir hoy me hago medio bolso y siembro tantas plantas”. Su actividad principal en la casa es la huerta y su tema preferido la comida saludable.
Fotografía: Camilo Rozo
Lleva poco tiempo en Bogotá, pero nos cuenta que eso del estrato y de las diferencias en esta ciudad es una tontería: “Puede ser que las señoras de la crema y nata sean bien vestidas, pero aunque nosotras no somos ejecutivas del maletín, del computador, de la tecnología, si somos ejecutivas de la riqueza que tiene Colombia, porque sin agricultor, sin campesino Colombia no tiene nada. El ejecutivo va con su computador y yo voy con mi machete, él lleva su herramienta de trabajo y yo llevo la mía”.
Lucía cuida de sí misma y de Lucía. “Para nosotras la víctimas estar acá en Amdae es una manera de estar de nuevo en nuestro territorio, qué sería de nosotras en esta ciudad sin esta casa. Espero en un futuro vivir en mi territorio sin pensar que me lo están minando, que me lo están violentando o que tengo veinte minutos para salir del territorio sin explicación”.
