La burbujita antisocial motorizada
Opinión

La burbujita antisocial motorizada

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febrero 22, 2014
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La tecnología (o la intensidad de su uso) es una de las características más atractivas de la ciudad moderna. Aunque nos ha facilitado la vida, irónicamente, también nos la ha complicado. ¡Tremendo dilema!

Tan influyente es, que ha logrado minar otra importante característica de la ciudad: la interacción entre sus habitantes. En particular, la industria automovilística se ha beneficiado de esto: un carro promete solucionar los problemas individuales de tres millones de habitantes, uno por uno, y esta burbujita privada se convirtió en una manera de alimentar su ego. Si de esto se trata, no es necesario gastarse un dineral en un cuadrado metálico que se deprecia en el instante en que toca el pavimento afuera del concesionario; la creatividad sale más barata. Confiamos en los carros para mover las ciudades, pero una ciudad hundida en el tráfico y la contaminación no es precisamente la reificación del concepto de “movimiento”.

En teoría, las ciudades modernas son lugares democráticos, sin uno o pocos dueños; de todos. Es decir, todos tenemos derecho al mismo espacio en la ciudad, ¿no es así? Bajo esta premisa, un bus que transporte 100 pasajeros “tiene” derecho a 100 veces más espacio que una camioneta 4x4 que transporta un solo individuo. ¿Será que todos los ciudadanos somos iguales, pero algunos son “más iguales” que otros? Obviamente es un sacrilegio siquiera mencionarlo, un tema muy sensible para algunos, como este señor que se hizo célebre en mi biblioteca con su “joya” (mi traducción): “Los dueños de los carros son los creadores de riqueza. ¿Se da cuenta de que ellos quedan exhaustos después de estar sentados en el tráfico y que llegan a la oficina completamente cansados? ¿Quiere que su desempeño se vea afectado?”. Sin entrar en discusiones de lo clasista del comentario, yo digo: no se queje del tráfico señor, usted es el tráfico. El cerebro del ser humano es complejo y aparentemente evolucionó para crear modelos heurísticos que ignoran el contexto y se enfocan en las necesidades personales e inmediatas: son otros los que causan el caos vehicular, no yo.

El modelo del automóvil privado conquistó el corazón de políticos y ciudadanos. Las ciudades se hicieron alrededor de los carros y se olvidaron de quienes las habitan. Los planeadores se dedicaron a tumbar árboles para después nombrar calles y barrios en su honor. El modelo funcionó mientras hubo espacio para ampliar las vías y quienes tenían acceso a los carros no aumentaban en la misma proporción, pero hoy, como dice Kulash: “ampliar las vías para atacar el tráfico es como soltarse unos puntos del cinturón para atacar el sobrepeso”.¿Cuándo se ha atrevido un productor de carros a mostrar su último modelo sumido en el tráfico de las ciudades? Siempre lo muestran deslizándose silenciosamente por verdes praderas o ciudades vacías. ¿No son estas las “verdaderas condiciones” a las que se someterá?

Ahora, quiero aclarar que no estoy en contra del automóvil per se, hay ideas espectaculares de movilidad personalizada. Mi punto es que las políticas de movilidad deben dirigirse a movilizar gente, no carros, lo cual es incompatible con el modelo de movilidad actual. El asunto se salió de las manos en las ciudades, se acabó el espacio y se tergiversaron las prioridades. Ni siquiera los segundos pisos viales solucionarán el problema (por supuesto solo quienes puedan pagar los peajes —es decir, pocos— podrán beneficiarse). Además, soy consciente de que hay que afrontar retos como el de la seguridad en los medios públicos de transporte, pero ¿cómo hacerlo si no reciben el apoyo y la atención que merecen? Es injusto achacarle problemas al transporte público que en realidad son de toda la sociedad. Si hablamos de seguridad, no olvidemos que los accidentes de tránsito son una de las principales causas de muerte en el mundo.

Usando el transporte público, hay soluciones para hacer el viaje al trabajo o de regreso a la casa algo divertido y reforzar los vínculos con los demás. Siendo humanos quienes habitamos las ciudades, es necesario también promover la ancestral tecnología orgánica de usar los músculos para transportarse, la cual es saludable, económica y amigable con el medio ambiente. Al transporte no-motorizado hay quedarle más de ese espacio que ha perdido, ya que las ventajas que trae no son solo para quien lo “usa”, sino también para otros sectores de nuestras sociedades, incluso para algunos que se oponen a él, como el comercio.

El transporte sostenible debe priorizarse y recibir el estatus que se merece. Solamente por su contribución al bienestar común, el ego del usuario del transporte público debería recibir más atención que el ego del automovilista individual y la idea de que comprar un carro es la señal más importante de progreso social debería replantearse. Una ciudad para todos, esa debería ser la señal de que estamos progresando.

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