Y entonces pasaron 25 años desde aquel 13 de agosto de 1999. Un cuarto de siglo desde aquella madrugada de viernes en la que Colombia se despertó con la inverosímil noticia del asesinato de Jaime Garzón. Un hecho que entristeció el alma de un país entero y que, como pocas veces, unió a la nación con todas sus diferencias en torno a un sentimiento unánime: los balazos que acabaron con la vida de Jaime —el hombre que hacía reír y pensar al país— eran la expresión más irracional y miserable de quienes gobiernan, desde las sombras, un país que quieren en guerra.
Su desaparición (todavía impune) fue sentida entonces como una profanación al derecho más humano de pensarse caminos de reconciliación, al derecho de reír y de poner la creatividad al servicio de una conciencia nacional. Incluso, tal ha sido el tabú creado con su muerte, que desde entonces los intentos de hacer humor político en Colombia han pasado sin pena ni gloria, y son pálidos reflejos de lo que alguna vez fue el carnaval televisado en los programas de Garzón y compañía.
Ese hombre que luego de las balas murió estrellado contra un poste camino a la radio donde trabajaba, había dedicado su vida a unir las puntas de un mismo lazo; y aunque para parte del país desmemoriado y trivial, Garzón fue un simple humorista, su legado revela mucho más que eso, pues sus mensajes siguen tan vigentes como entonces y forman parte del consciente colectivo colombiano.
Teniendo en cuenta que su figura excede el ámbito del humor y se halla en terrenos de lo sociopolítico (pues fue también periodista, abogado, pacifista, conferencista, traductor de la Constitución del 91 a lenguas indígenas, etc.), este especial quiere redescubrir justamente esos mensajes que —en sus diferentes voces— Jaime proyectó como generador de opinión y no necesariamente interpretando a sus personajes de televisión.
Abarcando tantos asuntos que expuso en sus apariciones públicas y entrevistas, ¿es posible aventurarse a plantear un mapa de temas que atraviesen su obra y se conectan entre sí?
«Los canales de televisión volvieron a Jaime un bufón. Crearon un tipo que no tiene nada que ver con él», afirmaba su hermana Marisol Garzón hace unos años. Pues bien, a 25 años de su partida, es buen momento para poner la vida, la obra y los mensajes de Jaime Garzón en su lugar.
Y honrar la risa que nos generó su aguda inteligencia y su inolvidable capacidad de revelarnos la verdad.
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Sí, yo creo en la vida, creo en los demás, creo que este cuento hay que lucharlo por la gente,
creo en un país en paz, creo en la democracia, creo que lo que pasa es que estamos
en malas manos, creo que esto tiene salvación, y ese es un norte demasiado largo...
(Entrevista en el programa Charlas con Pacheco. Extractos del canal Señal Colombia).
Los vicios del poder
Tradicionalmente, hablar de política nacional es hablar de clientelismo, exceso de retórica, abuso de poder, corrupción, cinismo, y un largo y penoso etcétera., una serie de pecados cotidianos que de alguna extraña manera echaron raíces y se ven naturalizados (y algunos casos incluso justificados) en la vida del colombiano.
La crítica de los vicios de la política tiene en el discurso de Jaime Garzón una presencia central porque la revelación de inmoralidad y corrupción del ejercicio político atraviesa permanentemente la expresión de Garzón y busca explicar (y recordar) cuál es el sentido original de la política y cómo y porqué se ha distorsionado.
Inicialmente se supone que los políticos representaban intereses, (…) pero fue tal el desamparo, la desunión, la separación y el antagonismo entre la sociedad representada y el representante, que él [el político] se ha ido quedando sólo y se queda solo con unos que lo eligen y lo mantienen, los demás estamos en el trabajo cotidiano, en la vida, en el impuesto, en la labor diaria... Nos separamos de ese Estado que no es nuestro. Entonces 'ellos' convirtieron eso como en un botín personal y lo heredan y lo usan y Barranquilla no tiene acueducto, Santa Marta no tiene… hay cosas tan absurdas [como por ejemplo] en la Sierra Nevada nacen setenta y cinco ríos y Santa Marta [para 1993] no tiene acueducto
(Los Reencauchados, programa especial dedicado a Jaime Garzón. Canal Uno, septiembre de 1999. Apartes de una entrevista dada por Garzón en 1993).
Ya en esta primera declaración se advierte la división a la que alude Garzón como un desinterés nacido del descreimiento popular, lo cual conforma un círculo vicioso en el que la gente no participa en política porque asume que no tendrá efecto en sus vidas, razón por la cual, al no haber participación y efectivos cambios, se refuerza y se confirma esa primera idea de nulidad.
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No es gratis que ese círculo vicioso de apatía participativa nacida del descreimiento se presente en grandes sectores de la sociedad que manifiestan no sentirse representados por quienes dicen hacerlo. Pero se puede explicar también por la corta asunción de control político que se ejerce desde la ciudadanía.
Al no tener muy claro realmente cuál es el compromiso del ciudadano elegido para llevar a cabo las transformaciones de un grupo o un sector particular representado, el control desaparece y este se convierte en un cheque en blanco que los políticos de turno han sabido aprovechar, amparándose precisamente en la ausencia de controles de una ciudadanía atenta y organizada.
Gran parte de las razones reales de este desencuentro podrían radicar en la falta de defensa de lo público asumido como algo propio. La noción de que el Estado es de todos quienes viven bajo su ley es una idea que no ha calado tan profundamente como se piensa. Tal vez la analogía que sintetiza y explica con mayor claridad el problema de esa falta de carácter y apropiación del colombiano es esta:
Hagan de cuenta que [hay] una finca muy grande y es de todos. En tanto que es demasiado grande la finca hay que nombrar un mayordomo para que administre los cultivos, administre el ganado, procure más leche, procure más huevos, y procure la procreación de las especies que habitan en la finca. Como es tan grande sometemos a votación pública, entonces sale un tipo y dice: "yo les prometo que conmigo todos van a tener acueducto", entonces uno dice "este puede ser…". Los jóvenes no se preocupan por qué es lo que habla el tipo, por lo general, entonces otro tipo sale y dice "no, yo creo que la cosa es tratar de que el Estado sea otra cosa". Listo. Y entonces sometemos a una votación pública donde hay cualquier cantidad, una sarta de corrupciones, venta, compra, alquiler, préstamo de no sé qué, cambio ron por voto, cambio sancocho por voto, todo lo que quieran y ¡tras!, uno de los dos gana. No defiendo a uno ni ataco a otro: son lo mismo. Pero resulta que el administrador que pusimos allá se roba los huevos, las vacas se mueren, la leche se seca, y los recursos naturales que hay en la finca se los vende a unos tipos extranjeros que vienen y sacan tajada de eso… "pero como eso no es nuestro" (…) ¿cierto?, "como eso no es de nadie, eso es de ellos "¡por la cultura colonial que todavía conservamos!, ¡de ellos, los poderosos!
Para muchas personas entonces, el Estado (que se ha asimilado exclusivamente a esas personalidades elegidas) desaparece. El Estado deja de existir por cuenta de quienes (aparentemente) son sus únicos representantes. Porque se piensa que el pueblo es un actor externo a la dinámica misma de los poderes.
Esas mismas personas a las que se les ha conferido una responsabilidad de llevar a la realidad toda suerte de necesidades y sueños de una comunidad particular ensombrecen no ya su nombre sino —y por extensión— esa vaga idea de Gobierno, de Estado y por ende de lo político.
Pero es paradójica esta situación de la desaparición del Estado, porque es bien cierto que la ciudadanía sí siente su presencia en otros escenarios. Esta contradicción entre las apariciones (y exigencias propias) de un Estado que aparece para demandar cumplimiento en el pago de servicios, de impuestos y otros, pero no aparece cuando se le requiere, es explicada por Garzón de la siguiente manera:
El Estado colombiano existe o no existe; por ejemplo: existe cuando se trata de cobrar impuestos, de la Policía atropellar, el Ejército impedir —está claro lo de las matanzas de campesinos en el Guaviare, en el Putumayo— ahí está claro que el Estado existe, está claro que el Estado existe cuando en Urabá fuerzas extrañas que de noche se visten de civil salen y asesinan campesinos… está claro que el Estado existe cuando se cierran los puentes con cercas eléctricas de alto voltaje para que los campesinos no pasen. Ahí existe el Estado, ahí uno lo ve. Y está claro que el Estado no existe cuando se trata de 1. Brindar seguridad social. 2. El derecho al trabajo. 3. El derecho a un buen nombre. 4. El derecho a una nacionalidad limpia. Ahí no existe el Estado. Entonces el Estado es un poco de tipos que lo mantienen con los tributos que se les rinden, se mantienen ellos y no hacen nada por el resto. ¿Y por qué? porque "como eso no es de nosotros" [ironizando], "eso no es mío". Entonces este es un Estado mendigante, en el que toca hacer vaca, todos los años toca hacer vaca entre todos para los paralíticos de Telecom... hombre, ¡pero si para eso está el Estado! Doña Nidia Quintero [presidenta de la Fundación Solidaridad por Colombia] sale desgarrada en el televisor diciendo que “es doloroso ver a Colombia…” y todo el mundo “vaca para doña Nidia, porque pobre doña Nidia”; entonces Carlitos Pinzón sale con su cara tierna, sale a decir “imagínese hermano, los cojos no pueden caminar y los paralíticos no tienen por donde andar”, entonces vaca; los ricos salen en propaganda, el grupo Santo Domingo da 300 millones de pesos ¿Y el Estado? ¿Y el Estado dónde está? Entonces disolvamos el Estado, ¿Para qué queremos eso allá?
(Conferencia de Jaime Garzón en la Universidad de Caldas, Archivo Universidad de Caldas Televisión, 1996).
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Esta crítica consumada hacia quienes tienen el aval del pueblo para ser sus representantes, tiene otras aristas. En el desbarajuste social que parece tener en la guerrilla a su máxima expresión de descontento como fuerza opositora al establecimiento, se entrecruzan fuerzas que persisten a lo largo del tiempo y no hacen más que ahondar el caos del que responsabiliza siempre a la otra parte.
Ya no es aquí el problema de la falta de representatividad de quienes son elegidos y se desaparecen con su poder sino de la falta de organización para administrar el poder mismo. Cualesquiera que sean las razones de su incapacidad, no es un despropósito preguntarse ¿por qué, si el poder lo han detentado siempre los mismos, tenemos siempre los mismos problemas? Así expresaba Garzón esta preocupación:
En presupuesto de armas sólo en 1993, en enero, hemos gastado un millón y medio de dólares comprándole al ejército inglés (…). Gastamos diez mil quinientos millones de pesos [de la época] en tenerle escoltas a una gente que ‘necesita escoltas’. ¿Usted se imagina qué hiciéramos nosotros con diez mil quinientos millones de pesos en obras, en infraestructura, en escuelas, en todo eso? Perdemos la tercera parte de la producción de petróleo solucionando líos de petróleo porque rompen los tubos [ataques de la guerrilla] porque dizque lo del petróleo no se usa en mantener el bienestar de la gente. ¿Es un problema organizacional o no?. Yo creo que esta administración la debería coger una señora, que saben más como de administración...
(Los Reencauchados, programa especial dedicado a Jaime Garzón. Canal Uno, septiembre de 1999. Apartes de una entrevista dada por Garzón en 1993).
En el mismo meollo del asunto está la corrupción que se apoderó de todos, o casi todos, los estamentos de la política y los espacios de discusión y toma de decisiones.
La misma descomposición del Estado colombiano es, en opinión de quienes lo han estudiado, resultado de su ausencia de legitimidad para ejercer el control. En alguna ocasión, la revista Semana entrevistó a James Robinson, autor del libro Por qué fracasan las naciones. En la entrevista, Robinson señala cómo es la dinámica de quienes detentan el poder en el país.
Preguntado por las razones que explican el caso colombiano (según sus propios estudios), Robinson señala: Esto es el resultado de la forma como está organizado el Estado. Aquí el centro, incluido el presidente, debe negociar con los dueños del poder en las regiones. El Estado nunca ha estado en la capacidad de ejercer un control normal sobre grandes partes del país, y así surge un vacío enorme, donde faltan la ley, las políticas públicas, la infraestructura...
Robinson escribió en la Universidad de Harvard el ensayo Colombia: ¿otros cien años de soledad? en donde señala a las élites como responsables de esta situación y responde así a la misma revista cuando se le pide que explique sus afirmaciones:
Hay todo tipo de élites: oligarcas, empresarios, terratenientes, delincuentes, matones… y varían dependiendo de la región y el tipo de personaje. Por ejemplo, Zuccardi en Bolívar, los Suárez Mira en Bello (Antioquia) o en el pasado Jorge 40 en Cesar. Los políticos deben negociar con gente como ellos para poder actuar. ¡Esto es demente!”. [Y añade]: “Hay una frase magnífica de Darío Echandía: ‘La nuestra es una democracia de orangutanes con sacoleva’. Hay orangutanes como Pablo Escobar. Están los orangutanes de sacoleva (…) grandes grupos empresariales, dueños de monopolios y carteles. (…) Lo inquietante es que en Colombia todos los orangutanes puedan convivir. Ellos son los dueños de lo que yo llamo un ‘gobierno indirecto’. Entonces, si usted es un político y quiere poder, probablemente deba relacionarse con estos personajes, reunirse con ellos, mandarles mensajes…
Así entonces se puede entender el desprestigio y la aversión natural que el ciudadano promedio siente si se trata de ejercer su derecho a elegir. Es mucho más complejo que la enunciación del problema mismo.
Solo se quiere aquí analizar la compleja dinámica que se traza en la relación representante – representado y la conciencia sobre los excesos del poder que han llegado a límites inadmisibles, lo cual exige de la sociedad nuevas y más eficaces formas de organizarse para demandar con las herramientas que la ley le provee, una más transparente, cercana y honesta ejecución de lo púbico.
Y sin embargo, no todo es delegar la responsabilidad en quienes han salido elegidos para cargos populares de representación; la misma dinámica dicta como deber el de informarse y hacer valer cada voto insertado en la urna. Porque la cultura política se ha visto distorsionada por elementos nocivos que deben desterrarse para aquilatar una democracia que palidece tanto por quienes la ejercen así como por quienes deciden entregar ese poder, es decir, los ciudadanos.
Finalmente habría que decir que los mensajes de Garzón sobre estas cuestiones estuvieron claramente dirigidos a retomar el acto político, (su accionar y su sentido) como construcción del mundo de acontecimientos, dotándolos de sentido por y entre los hombres. La política se vive, existe porque existe una tensión de visiones de mundo, en donde cada uno está llamado a ser y dejar de lado su subjetivación ligada a lo privado y entrar a consensuar una noción de lo político que rejuvenezca la sociedad en un permanente cambio y mejora de las condiciones de vida colectiva.
Tenemos el orden al revés. Porque nos hemos comido (porque no sabemos quiénes somos), nos comemos las ideas de los medios y terminamos haciendo una campaña política basada en coloretes, canas, maquillaje y todo eso sin saber en el fondo qué propone cada uno...
(Corporación Universitaria Autónoma de Occidente, Sede Champagnat. Cali, febrero de 1997).
*Especial para Las2orillas