El derrumbe de la Cortina de Hierro tomó por sorpresa a las guerrillas centroamericanas subsidiadas por la URSS y Cuba, pero no a las antiguas Farc. Estas revolvieron ideas y criminalidad para no claudicar ante el Estado que las combatía. Cambiaron sus ideales por el oxígeno financiero del narcotráfico hasta cuando se convencieron sus dirigentes, ya viejos y palúdicos, de que no pagaba seguir haciendo daño sin triunfar política y militarmente. Terminaron negociando su desarme en medio de un enorme repudio ciudadano, con la esperanza de disfrutar las utilidades que atesoraron como cartel.
Nunca aceptaron que tuvieran tanto dinero. Preferían que se especulara, sin conclusiones ciertas, con el gasto que implicaba la provisión de armas sofisticadas, vituallas y camuflados para sus combatientes, y que se prolongaran las dudas extendidas con la malévola intención de que las autoridades no gravaran ni confiscaran bienes adquiridos a través de testaferros. No era fácil que el equipo negociador del gobierno los persuadiera de volcar los secretos de sus arcas ocultas; ni que la Fiscalía recaudara, con eficiencia de curtidos sabuesos, las pruebas que condujeran a destapar la totalidad de un patrimonio billonario. Dialogaban con la ventaja que brinda un enredijo de propiedades raíces y semovientes que eran y no eran suyos.
Era imposible, por otro lado, que quienes habían probado la abundancia que acarrea pertenecer a la empresa criminal más rendidora de la economía global, renunciaran a sus mieles de la noche a la mañana, como en un viraje automático, confiriéndole un poder de antídoto instantáneo a los acuerdos de La Habana. Víctima de ese desenfoque fue, sin duda, Jesús Santrich, no por falta de ojos sino de malicia, pues debió suponer que la DEA (seguro, seguro, seguro y no quizás, quizás, quizás) podía correr tras él y sus socios, infiltrando agentes, en la aventura que iniciaron por su cuenta y riesgo sin la máscara del grupo irregular. Tampoco previó el díscolo Seuxis que el sobrino de su camarada Márquez acabara de soplón en su contra, igual que lo harán Fabio Younes y Armando Gómez España.
Con más tozudez que sesos, los compañeros del señor Santrich denunciaron un “montaje” DEA-Fiscalía para sepultar el proceso de paz, confundiendo complicidad con solidaridad. Son, a sabiendas, desleales con lo que acordaron en Cuba y colocan al borde de un abismo la poca credibilidad que ganaron al desmovilizarse. La fuga del señor Marlon Marín, y su colaboración en la Corte del Distrito Sur de New York, destruyen la falsa letanía del “montaje” y rescatan la autenticidad de la operación en casa del negociador extraditable. Nadie impide a los exguerrilleros jugar con el macaco, pero es preferible que no le tiren de la cola.
El Partido Farc metió en la misma cesta
la responsabilidad individual y exclusiva de Santrich
con las garantías que le corresponden a la organización
La táctica del socialismo del siglo XXI, enderezada a endosar a otros los errores propios, le quita relieve al vínculo de los partidos con el pueblo. Las reivindicaciones no van a más si se asumen prerrogativas que no dispensan ni la Constitución ni los acuerdos políticos legitimados por normas y estatutos posteriores. Pero el Partido Farc metió en la misma cesta la responsabilidad individual y exclusiva de Santrich con las garantías que le corresponden a la organización. La actitud de la Farc con el Santrich del posconflicto no pasa de ser una broma absurda que erosiona la seriedad del partido. ¡Lisuras de nuestro tiempo! Era más racional honrar el compromiso que validaron con su firma, que apelar a la treta de simular ignorancia para exigir una torcedura de cuello a la ley.
La solicitud formal de extradición de Santrich deja sin piso el sainete inventado para exculparlo y las maniobras torpes de la JEP. Las pruebas lo hunden y la competencia de su infracción es de la justicia ordinaria, excepto la comprobación de la fecha de su nuevo ilícito. No hay subterfugio argumentativo que pueda desmentir los hechos que incriminan al reincidente sorprendido con las manos en la masa.
Con quince millones de dólares, el templado Seuxis Hernández tenía abiertas las puertas del Club Bilderberg, toda una hazaña para un hijo humilde de Toluviejo.
El proceso de paz sigue blindado.