Lo que las multitudes griegas y romanas no podían oír, algunos sabios lo podían leer. Sin embargo, varios siglos después, cualquiera que haya tenido un maestro lo ha podido hacer. Lo que en el foro es elocuencia, en el estudio es retórica y en el aula, argumento: una combinación de razones y emociones que se juntan en una idea que libera.
El maestro habla ante una multitud que escucha, que quiere oírlo. Muchos niños y jóvenes del mundo encuentran en la clase algo emocionante, capaz de distraer incluso el hambre y el miedo. Evo Morales, que se hizo presidente, caminó por años muchas horas diarias para llegar a su escuela. Así lo hacen los indígenas emberá, wayúu y tantos otros, que cruzan campos minados, llenos de peligros, mafiosos, paramilitares y sádicos en uniforme al acecho, para poder asistir a clase.
Ellos iluminan con sus propios sueños los sueños y alegrías de otros. Aprenden, como lo hace el escritor, a hablarle al intelecto y al corazón de su estudiante y a través suyo, a la humanidad. De hecho, nunca han podido dejar de hablarle a la humanidad desde el contexto de su tiempo. Su palabra es exquisita y delicada, quien la enuncie está obligado a hacerlo con el lenguaje correcto y cuidadoso, con admiración y respeto. Además, su herramienta nunca es una tecnología (una vez fue el lápiz, después el bolígrafo, la pizarra, la tiza, el marcador, el computador), es su pedagogía, que se acompaña de honestidad intelectual y solvencia ética, basada en que dice lo que sabe y puede reconocer, sin sonrojo, lo que no sabe y comprometerse a aprenderlo.
Al maestro no le importa ser juez, ni calificar a otro para descalificarlo de esa manera o ponerlo por encima o por debajo de los otros. Al maestro le interesa que su estudiante aprenda, imagine, desborde su creatividad y curiosidad, construya mundos, unos con el método científico y otros de la vida simple, mezclada, imperfecta, llena de problemas y demandas, y que aprenda a ser rebelde, desobediente y responsable para luchar contra las injusticias de su tiempo.
Los libros son su mejor riqueza y la herencia que dejan, que enseñan a pasar de mano en mano y las ideas de mente en mente hasta sacar de cada palabra su esencia que libera. El libro es útil para combatir el egoísmo, la imprudencia y la avaricia del comerciante, que ofrece cursos de lectura rápida o aprendizajes inyectados. El maestro induce con sabiduría a conocer la generosidad y la humildad, enseñan que sus hijos son sus pensamientos y disuelven su alma en el universo todo, y así aman a todo el universo (Fernando González, Pensamientos, 1916). Son conscientes que vinieron a este mundo no solo para vivir en él, bueno o malo, sino para hacer de este el mejor lugar para vivir. Luchar, resistir, enseñar y dar ejemplo son constitutivos del significado de maestro, cuya condición no se gana con un diploma, ni con un contrato que lo diga. Se conquista con las batallas del día a día, derrotando ignorancias, egoísmos, misoginias, fascismos y aduladores y sembrando semillas de transformación, cambio y esperanzas por un mundo mejor, solidario, fraternal, justo.
La escuela, el colegio, el liceo, la universidad y el aula son el tradicional despacho del maestro, siempre serán el lugar predilecto para habitar como los seres humanos justos y libres, que se desalientan con menos facilidad, que rechazan la guerra y todas sus violencias y se niegan a seguir o hacer adhesión a cualquier gobierno autoritario, que quiera regar sangre inocente. Donde hay ideas, lecturas, razones hay maestros y sentido de humanidad.
Esta vez, campea el virus, pero no importa, no empañará el día del maestro, aunque se viva sea de esta inusual manera, en el encierro. Aunque cambien las formas, esta conmemoración de abrazos y felicitaciones por pantalla tendrá la novedad de que dejará tiempo para vivirlo a plenitud a base de recuerdos, de memoria. En eso el maestro tiene el privilegio, como nadie más en la tierra, de tener la memoria de sus estudiantes, decenas, cientos, miles de historias para repasar una a una y saber y agradecerles, porque el maestro solo existe gracias a la rebeldía de sus estudiantes.
Feliz día maestraas y maestros, es lo que hay que decir en época de pandemia, confinamiento y aprendizajes, sobre todo para reaprender o mejorar la capacidad sobre el cuidado de sí, del otro, del planeta y de entender cuánto valor tiene esta tarea bonita de ser a secas el maestro o la maestra. A mis colegas universitarios de la UPTC y a quienes todos los días se niegan a la inmovilidad: feliz día.