La bomba poblacional
Opinión

La bomba poblacional

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junio 14, 2015
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A finales de la década de los sesentas, el mundo entero estaba acoquinado, literalmente paralizado por el miedo. El casi seguro estallido, en un plazo de pocos años, de una terrible bomba tenía a la humanidad con los pelos de punta. No se trataba de ojivas nucleares, sino de una bomba bastante más mortífera: la bomba poblacional. El autor intelectual de este pánico era un biólogo de la Universidad de Stanford, Paul Ehrlch, quien publicó un libro con el título de este artículo en que profetizaba que centenares de millones de personas, de los cuales 65 millones eran estadounidenses, morirían de hambre en la década siguiente; que la India no era viable; y que Inglaterra iba a desaparecer en el año 2000. En el año en que el libro de Ehrlich fue publicado, 1968, la población mundial no llegaba a los tres mil quinientos millones de habitantes.

¿Qué pasó con la bomba poblacional? Que resultó ser, como suelen ser todas las profecías de los imbéciles, una ventosidad, un flato de colibrí. No solo las idioteces que pronosticaba Ehrlich no se cumplieron sino que hoy el mundo tiene más que el doble de los habitantes que tenía en 1968 y un porcentaje mayor de la población se da el lujo de tener tres comidas diarias. Jamás la humanidad había consumido tanta proteína. ¿Qué pasó? La Revolución Verde fue la principal responsable de haber convertido la bomba poblacional en un flato. Dicha revolución le debe su existencia en buena parte al científico estadounidense Norman E. Borlaug cuyos desarrollos de semillas multiplicaron de manera exponencial la producción de granos en países como la India. A nivel mundial, no solo los granos, sino la inmensa mayoría de la producción de comida ha aumentado a tasas superiores al aumento de la población. Y si bien siguen existiendo casos aislados de hambrunas y desnutrición, en términos generales se deben más a ineptitud, venalidad y corrupción de las autoridades que en fallas de producción. Los problemas puntuales y focalizados de comida están más en el lado de la distribución que en el suministro.

Como lo señaló en múltiples ocasiones el economista Julian Simon, las predicciones de los llamados ‘Profetas del Apocalipsis’ suelen resultar tan desacertadas como inoportunas. Y la razón es que las profecías no tienen en cuenta los cambios tecnológicos que se gestan cada día. ¿Cuánto tiempo lleva usted, amigo lector, leyendo que el petróleo se va a acabar? La fría realidad es cada día hay más petróleo en el mundo. Lo que va a pasar —y este columnista alberga la absoluta certeza—  es que aún existiendo considerable oferta, la demanda por petróleo se va reducir de manera drástica. La edad de la piedra, como dijo Yameni, no se acabó porque se acabaran las piedras. ¡Pero esa es harina de otro costal!

Lo que sí merece preocupación es la asimetría que existe entre los que contaminan el mundo y los que no lo hacen. Mientras que los 500 millones de habitantes de los países más desarrollados (aproximadamente el 7 % de la población) generan más del 50 % de la contaminación global, los 3500 millones de pobres son responsables de solo el 7 % de la contaminación. Esta asimetría es inmoral e injusta. La población, según los expertos de las Naciones Unidas, va a empezar a disminuir alrededor del 2050. Las posibilidades de que no haya comida antes de esa fecha son remotas. El problema del futuro no es tanto las hambrunas a causa de la escasez de alimentos, como lo sigue predicando el bobote de Ehrlich quien hoy advierte que la humanidad se aproxima a una crisis alimentaria que nos llevará a comer los muertos. El dilema del futuro es económico y ecológico: ¿va a ver suficientes jóvenes trabajando para alimentar y cuidar tantos viejos?, ¿vamos a poder disminuir la contaminación antes que los efectos negativos sean irreversibles?

 

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