Nunca esta disyuntiva resultó tan apremiante como hoy. La bolsa es la de Nueva York y la vida es la de cientos de miles de personas enfermas por el coronavirus en peligro de muerte. O que ahora mismo están muriendo. Los republicanos, con Donald Trump a la cabeza, ya tomaron partido: lo hicieron por la bolsa. La han salvado de la quiebra, aprobando en el senado de los Estados Unidos de América un monumental programa de ayudas públicas valorado inicialmente en 2, 2 billones de dólares.
“Ayudas”, que en realidad consisten en el aval otorgado por el gobierno de Washington a la emisión por la Reserva Federal de esa cifra astronómica de dólares. Ventajas del privilegio de poder emitir moneda sin ninguna restricción distinta al deseo de hacerlo, permitido no como otrora, por la superioridad incontestable del aparato productivo norteamericano, sino por el monopolio que todavía ostenta el dólar en las transacciones comerciales y financieras a escala planetaria. Todas, o una mayoría decisiva, nominadas en dólares.
Un privilegio que, aparte de poner en desventaja a los competidores internacionales, irrita a quienes en los propios Estados Unidos son agraviados por la forma como el establishment de Washington lo ha utilizado y lo sigue utilizando. La protesta de Alexandra Ocasio- Cortez -representante a la Cámara por el estado de Nueva York- el motivo de la irritación. Refiriéndose a la aprobación por el Senado de las ayudas antes mencionadas, dijo que fue resultado de un chantaje. Al que se sometieron los senadores demócratas, incluido Bernie Sanders, el precandidato a la presidencia que defiende un programa socialdemócrata. “Nos hemos visto obligados a elegir entre entregar miles de millones a las corporaciones y unas migajas a las familias trabajadoras o no conseguir nada”- dijo la representante. Y añadió: “Los lideres responsables de este proyecto deberían estar avergonzados de sí mismos. Una pandemia no es una oportunidad para recompensar a los donantes corporativos y disparar la desigualdad de ingresos en este país”.
Desigualdad que en tiempo del coronavirus resulta mortal en un país cuyo sistema de salud privatizado deja sin asistencia médica a un 38 millones de personas y con una cobertura insuficiente a 20 millones más. Cuando Ocasio-Cortéz acusó a los republicanos de “priorizar a Boeing sobre las necesidades de los neoyorquinos”, probablemente estaba pensando en gente como Carolyn Frazier, una mujer de 71 años de edad, vecina de Queens, a quien el viernes pasado diagnosticaron el virus en el mismo hospital que rechazó su ingreso. Murió en la ambulancia que la llevaba de regreso a casa.
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Un país cuyo sistema de salud privatizado deja sin asistencia médica a 38 millones de personas y con una cobertura insuficiente a 20 millones más
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El hospital no ha dado ninguna explicación, que yo sepa. Pero no es descabellado suponer que la señora Frazier fue víctima de alguna de estas tres posibilidades, todas para ella fatales. O carecía de seguro médico, o el seguro que tenía resultó insuficiente o el hospital estaba saturado hasta tal punto por el gran número de víctimas del coronavirus que no podía recibir ninguna más. Nueva York es el actualmente epicentro de la epidemia en los Estados Unidos. La cifra oficial de muertos de ayer lunes: 1.026.
El senado norteamericano, en vez de pensar que la pandemia ofrecía la posibilidad de poner fin al oneroso modelo privatizador del sistema de salud pública y de proveer de asistencia adecuada a las víctimas de la misma, prefirió utilizarla como pretexto para hacer lo mismo que ya hizo en la Gran Recesión de hace una década. O sea salvar a la Bolsa de Nueva York de la ruina a la que la han abocado una vez más sus temerarias operaciones especulativas.
