Ríos de gente caminan por la séptima. Un hombre de hojalata se mueve como un autómata al compás de las monedas que le insertan en su alcancía de plástico. Un pianista cautiva con sus Variaciones Goldberg a la plaza de Bolívar que a esa hora está llena. Una hilera de obispos salen de la Catedral Primada y dos soldados de la guardia presidencial sonríen cuando una turista les toma una foto. Extrañamente, el día está soleado. La ciclovía llena de color y de vida las calles siempre grises. Un par de desempleados sentados en una banqueta observan los hombros de las mujeres que hoy se atreven a caminar por la séptima sin sus chaquetas. Como un corazón, el centro late, se mueve. Bogotá está viva.
De pronto, desde los cerros orientales, una nube amenaza con tapar el cielo. Desde Monserrate, los que han buscado el punto más alto para divisarla entera, buscan refugio en el resquicio de un techo. La lluvia cae sobre Bogotá. En la Candelaria, la gente se resguarda en los museos. Una joven de 15 años acaba de quedar fascinada con una pintura de Corot, mientras un advenedizo se deja apretar por la mano de mármol que alguna vez esculpió Botero. Otros, escampan el aguacero en una tienda centenaria. Para combatir el frío que ahora recorre como un fantasma las calles empedradas y solitarias del centro, han pedido un chocolate humeante y un trozo de queso. Un joven empleado mira constantemente su reloj y piensa en su perro, encerrado en un apartamento del Norte. Levanta la cabeza y ve que los rayos pintan de blanco eléctrico ese techo de zinc que ahora es el cielo. Espera que pronto se despeje, el viento ya acabará con la nube que impide que a esta hora recorra los parques de árboles frondosos que florecen desde la calle cien. Detrás de él, una fila de gente espera paciente como una serpiente dormida. A los poetas, en cambio, no les preocupa mojar sus gabanes que han resistido seis mil aguaceros. Abren sus bocas y mezclan la lluvia con los licores de juergas pasadas. Bogotá es una fiesta.
Y entonces, como un gigante abatido, la nube se retira y vuelve a mostrarse el sol con su luz ya mortecina. Entre la alegría y el caos atardece sobre la sabana. De un momento a otro la luna, como un arete estampillado en el cielo, arremete en la noche. Los viejos faroles se encienden y de varios bares empieza a sonar una salsa enloquecida. Todas las razas del país se pueden encontrar en la barra de un bar. Entre sones y porros, Bogotá se enciende en una noche de luna llena.
En el fondo de ese corazón que late, se esconden miles de secretos, lugares e historias que nadie ha escrito. Los miles de colombianos llegados de todos los rincones del país tienen mucho que contar de esta ciudad que los ha acogido. Las2Orillas y Bancolombia, abren este espacio para encontrar para descubrir, gentes, lugares, ambientes, los rostros anónimos que andan por sus calles, la verdadera esencia de la ciudad.