“El país vivía un acelerado proceso de decadencia: una ruta de inviabilidad nacional” (A. Casas S.).
El síndrome bifocal se está generalizando y ello hace que tengamos ojos diferentes para interpretar cualquier situación o fenómeno. Un día amanecemos queriendo a la gente, al enemigo, a los militares y policías, a los políticos y gobernantes; y al otro odiando todo lo que hacen y cómo lo dicen.
Razón tiene Alberto Casas Santamaría al hablar de la inviabilidad nacional, aquella que viene desde la misma creación de Colombia, pasando por todas sus consecuencias y características; además, representando “la patria boba” a cada momento, cíclicamente o temporalmente según el gobernante, los políticos y politiqueros, los jueces y magistrados, los guerrilleros y paramilitares de turno (actores que han demostrado que la democracia en Colombia va de mal en peor).
Aunado lo anterior está el desconocimiento de la historia, en 1920 se presentó una pandemia que se repite a los cien años. Y es precisamente en septiembre de esa época y de la actual en donde se notan los malos manejos de la enfermedad, aumentan los contagios y muertes; así mismo, la policía de la época se atribuyó poderes por encima de la ley y, oh sorpresa, eso también se está dando en la actualidad. Dentro de ese miedo y temor que representan, las pandemias han permitido delegar en las instituciones el manejo y control de la población, y estos miembros (policía y militares en algunos casos) ni cortos ni perezosos abordaron dicha actividad entregada por el gobierno de turno.
El contexto histórico ha demostrado que los dirigentes y políticos, siempre en su condición de pescar en río revuelto, aprovechan los desaciertos, arman acuerdos y desacuerdos, montan parafernalias y enemistades; todo para criticar y proponer soluciones inviables, apoyando a amigos y banqueros, pero nunca planteando respuestas o soluciones tendientes a arreglar el fenómeno social, que no es otro que la ausencia de poder y menos de políticas claras para mejor lo que tenemos y lo que se viene.
Entonces nos preguntamos y el poder para qué si no es para transformar a la nación o hacer diferencia entre los gobernantes y la sociedad, entre los pobres y ricos. Con eso en mente, traigo a colación las palabras de Moisés Waserman: “Soy privilegiado, tengo un estudio con una ventana amplia que da a una avenida llena de árboles. Mi escritorio está contra la ventana, y sobre él hay una pantalla muy grande de computador. Así que tengo una ventana bifocal, como mis anteojos. De acuerdo con el ángulo de mirada, estoy enfocando de cerca (la avenida) o de lejos (el mundo)” (El Tiempo agosto 27/2020).
Y es precisamente esa forma de entender lo que viene ocurriendo: usamos lentes bifocales, unos para convertirse en la esperanza de Colombia y otros esperando la solución; un conflicto del sí y el no, de la justicia de la Corte Suprema contra los intereses de un gobernante en decadencia, o una izquierda que ya no es izquierda sino unos pésimos administradores de los ideales sociales, un montón de senadores tapando y defendiendo lo que no se pueda tapar ni defender... pues una cosa es estar en el gobierno y otra burlarse del electorado que los eligieron. Una estructura del país muy brava de manejar frente a la buena fe que los entendió en época de elecciones.
Los actores del país van y vienen, unos cantan y otros lloran, unos disparan y otros corren, unos usan tapabocas y otros no, algunos guardan el confinamiento y a otros se les olvidó la cuarentena... un síndrome de bifocalidad arraigado por aquello de la angustia, de la incertidumbre, del miedo y del terror. El Estado regalando dineros a empresas que no lo necesitan y una población muriendo de hambre y pasando necesidades sin una solución a corto plazo. Esa ventana a la cual se refiere Wasserman la tienen muy pocos, aquella que permite ver la diferencia entre misterio y realidad, entre verdad y falsedad, entre pandemia y vacuna.
Una ventana que nos muestra un cambio: un cambio en la concepción y en la interpretación; un cambio por dejar la maldad y ayudar al otro. A eso se le est apuntando desde todos los sectores de la sociedad. Nótese cómo los filósofos buscan una nueva manera de entender lo que ocurre; los sociólogos de interpretar qué nos está pasando; los psicólogos de comprender por qué unos matan, reprimen y por el otro los que caen sin pena ni gloria, y están los que dañan y los que reparan, los que siguen ideologías muertas reconociendo que esa no es la solución pero el marchar y mostrar el descontento si lo es.
Todo ello nos convierte en optimistas y en héroes del pesimismo queriendo mejorar una nación y un pueblo. Hay que reconocer los pecados para no cometerlos nuevamente, entregar un perdón para aliviar el alma, y entender que Colombia somos todos.