Dentro del ciclo “El mundo real y fantástico de los niños” que presenta durante septiembre la biblioteca Virgilio Barco, esta semana podrá verse “La bicicleta Verde” (Wadjda), una película de Arabia Saudita que nos refuerza la idea de que no importa el dónde ni el cuándo, los niños son iguales en todos lados, ríen, tienen ilusiones, desafían el mundo de los mayores con su desenfado, sufren las frustraciones de las rígidas reglas, pero siempre se las arreglan para sobrevivir, para defender su pequeño mundo, que tanto les cuesta entender a los mayores.
Wadjda, es una niña de apenas diez años, que no termina por entender las rígidas reglas religiosas, donde el hombre copa todos los espacios, tiene todas las libertades, escoge, desecha, atesora, mientras las mujeres, pese a algunas concesiones como estudiar o trabajar aunque en segregación, están destinadas a procrear hijos, ante todo varones, y servirle al marido en la cocina y en la cama.
El sueño de Wadjda es tener una bicicleta, como la de su amigo Abdullah, pero no es posible por el riesgo de perder la virginidad, según su madre, aparte de ir contra el pudor, exhibiéndose ante los hombres sin el debido recato. No está prohibido, pero tampoco está bien visto que es casi lo mismo. ¿No obstante, quién puede luchar contra la ilusión de quien apenas se está asomando a la vida y lo tiene todo para idealizar su entorno?
Partiendo de esta idea, la directora Haifaa Al-Mansour nos da una pincelada de su país desde sus ojos de mujer sometida a las reglas del Corán, con ojos críticos que cuestionan a las propias mujeres, que de generación en generación transmiten el deber ineludible del sometimiento al varón. Las adultas, sean la madre o la profesora, le enseñan a las niñas que su lugar son las cuatro paredes de su casa, que en su futuro sólo existe el matrimonio, y que ocultarse a la vista de todos será siempre su modo de vida.
¿Pero esta sociedad patriarcal es tan rígida como parece? No tanto. En las noches alguna será visitada por un “ladrón”, o debajo de la abaya las uñas se pintarán al estilo occidental, vestirán jeans o zapatillas deportivas, o a través de cómplices enviarán mensajes a novios o amantes. Viejas o jóvenes predicarán pero habrá unas que no aplicarán, porque ser mujer, tener ilusiones, enamorarse o rendirse a las pasiones, también pasa en la Arabia Saudí, con la doble moral como disfraz.
En este mundo de verdades no tan sólidas, Wadjda también aprende a saltarse las reglas. No importa lo que le diga su madre o su profesora, la bicicleta de sus sueños será suya. Vende manillas que ella misma confecciona, sirve de intermediaria en cartas de amor, graba música occidental y es capaz de recitar, cantar, e interpretar el Corán para ganar un concurso que le dará los medios para comprar la bicicleta y demostrarle a Abdullah que ella es más rápida, pero sobre todo, tendrá la oportunidad de respirar el aire de libertad que ansía desde hace mucho.
Sorprende esta película por su mirada crítica, aunque sutil, de la rigidez social, del papel de los inmigrantes ilegales, del varón omnipotente, de la manipulación de los concursos religiosos, de las trampas al fanatismo por quienes se niegan a ser sepultadas en los versos del libro sagrado. Infortunadamente, estos filones narrativos se quedan en meros bosquejos, dejándonos la sensación de llegar hasta la entrada de la casa y sólo presentir su interior.
De todas formas, es una cinta histórica, ya que es la primera vez que una mujer dirige una película en Arabia Saudí, un país donde por más de 30 años han estado proscritas las salas de cine y sólo en los últimos tiempos se ha permitido abrir unas cuantas. Pero los saudíes a cambio han tenido las videotiendas y la televisión para mirar el mundo. La propia directora, única mujer entre 11 hermanos, se nutrió durante su vida de películas occidentales.
Aquí está el resultado. De su mano nos asomamos a una sociedad boyante en lo económico, aún anclada en el pasado, que no puede evitar brisas refrescantes de cambios posibles. Son tenues, casi imperceptibles, es cierto, pero se dan. Así comienza todo; una fisura siempre anuncia una grieta.