Mejorar la seguridad significa atender el clamor del 88 % de ciudadanos insatisfechos y del 15.6 % que manifiestan haber sido alguna vez víctimas del delito. Las calificaciones de los países se miden por tasa de homicidio sobre cien mil habitantes. En 2019 la ONU ubicó a El Salvador primero en la lista latinoamericana con 61.8 muertes, el mejor Chile con 4.3 y Colombia en la mitad con 24.9 homicidios, notorio avance después de haber alcanzado casi una tasa de 60 en la década de los 80.
La vida es valor supremo y cada pérdida humana en condiciones violentas nos conmueve. Pero las 11.630 muertes violentas de 2019 no son culpa ni responsabilidad de la Policía; los directos responsables son los criminales, los violentos y los intolerantes, y cuando la seguridad es bien común, el homicidio no puede ser el único rasero para medirla, más aún cuando su empeoramiento se atribuye a la ¨ineptitud¨ de los gobiernos. Polarizar los asuntos relativos a la seguridad, en mi opinión, congela los programas de convivencia, incentiva la impunidad, otorga licencia para delinquir y entorpece la acción investigativa de la justicia. Las víctimas no pueden arrojarse en una de las orillas extremas de la polarización.
La seguridad se construye sobre una autopista social, política y económica, sin sello partidista y no es exclusivo de la Policía. Hace 30 años en Arlington (EE. UU.) había un lugar sobre el río Potomac contiguo al aeropuerto Ronald Reagan donde convívia el delito, con habitantes de calle, inmigrantes ilegales y un basto control de expendios de drogas, armas y extorsión por parte de las denominadas maras centroamericanas; muy parecido al antiguo Bronx en Bogotá. Hoy, ese lugar se denomina Ciudad de Cristal (Cristal City) donde actualmente se construye el gran complejo de Amazon, se ubican sedes gubernamentales, está al lado del Pentágono y dispone de altísima calidad de vida. Está comprobado que la seguridad mejora cuando hay cambios drásticos en el ornato público.
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El camino de la seguridad no está en aumentar abruptamente el pie de fuerza policial, ni saturarla de tareas no misionales y menos con planes masivos de presencia policial o militar
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La convivencia y seguridad ciudadana se funda sobre una estrategia inteligente y participativa, con enfoque diferencialmente técnico del de defensa, con expertos en convivencia, criminalidad y criminología, con recursos exclusivos, y el punto clave, con liderazgos poseidos por mentes y actitud civilista. Y para esto, el ejemplo de la Ciudad de Cristal o del Bronx en la capital, nos muestra que el camino no está en aumentar abruptamente el pie de fuerza policial sacrificando la calidad del talento humano, tampoco saturando de tareas no misionales a la policía y menos con planes masivos de presencia policial o militar, excepto para conjurar situaciones extraordinarias de inseguridad. Cámaras y patrullas inteligentes cuestan menos, hacen más, aumentan la confianza y reducen la corrupción.
Sintonizar el servicio de policía con la seguridad, demanda tener una mejor comprensión y desarrollo de la prevención en su integralidad, con visión de largo plazo. La ¨contención¨ es sinónimo de represión, lo que desdibuja la naturaleza policial, mina la confianza, genera desgaste y conlleva indicadores peligrosos por resultados de coyuntura, presión constante y fatigante para mejorar estadísticas. En Toronto funcionó la intervención de puntos calientes (hot spots), en Nueva York el enfoque epidemiológico (efecto contagio) y en ciudades de Europa y Norte América deshacinaron grandes urbes, creando ciudades en áreas intermedias entre capitales pobladas, fórmula definitiva en términos de seguridad. La reducción del crimen es efecto y no causa de una política integral de convivencia y seguridad ciudadana, la que debe contener una alta dosis de prevención social, situacional y policial.
Soluciones estructurales para salir de la bicicleta estática, pasan por el nivel de educación y liderazgo de los dirigentes, mayor compromiso de otros actores como gobernadores y alcaldes primeros responsables de los programas maestros de convivencia que incorporen herramientas rigurosas de análisis de información para orientar las decisiones de seguridad. La conducción efectiva de los casi inexistentes Consejos Nacionales y Departamentales de Política Criminal, de Convivencia y Seguridad Ciudadana; una inclusión más efectiva de la vigilancia privada y reactivar las campañas pedagógicas de cultura social; son tareas urgentes y determinantes.
El país debe valorar el esfuerzo sin descanso de la Policía Nacional, las FF. MM., la Fiscalía y de algunos mandatarios que ha permitido conquistas meritorias en convivencia y seguridad. En el último año 243 municipios registraron cero homicidios, lo que hace posible pensar en dar el paso hacia ciudades inteligentes como la Ciudad de Cristal, automatizadas, ejemplo de desarrollo urbanístico y con altos estándares de bienestar. La Policía no para en sus acciones de prevención y control, componentes vitales pero no únicos en el espectro de la seguridad. Mientras tanto 7 de cada 10 capturados son dejados en libertad, algunos de ellos hasta con 65 reincidencias y el 71.6 % de la población no denuncia; una razón poderosa para que los demás actores de la seguridad se bajen de la bicicleta estática y comiencen a pedalear.