Se decía sobre el exceso de vanidad, pero en Colombia, está afirmación se refiere cada vez más a violencia. Los extranjeros dicen que nuestro país se caracteriza por estar lleno de mujeres divinas, a lo que debe agregarse que también hay feas, pero divinamente arregladas. Tristemente este hecho que debería ser orgullo para está sociedad se está convirtiendo en una tragedia. Día a día, y con creciente frecuencia, se denuncian asesinatos de mujeres que optaron por el modelaje, una carrera que abre la puerta a un mundo misterioso, tentador, y ¿peligroso?, por decir lo menos. Nuestras mujeres lindas —tanto las exreinas de uno de los miles de concursos del país como aquellas que sueñan con llegar a ser coronadas de algo— son perseguidas y deslumbradas por las mafias, y muchas protagonizan trágicas historias que terminan en su asesinato o en una lejana cárcel por servir como mulas.
Feminicidio es una palabra que cobra hoy mucha vigencia, y que no es exclusiva a las tragedias de las bellas sino a la de cualquier mujer que se enfrente a una pareja intolerante, abiertamente machista y violenta. Este problema es tan serio que por fin llega a la mesa del debate público, aunque no logra ni el entendimiento ni la solidaridad necesaria para frenar estos crímenes cada vez más comunes. De este tipo de agresiones fatales no está a salvo ninguna mujer y de acuerdo a las escalofriantes cifras que se conocen, ese riesgo en Colombia figura entre los más altos.
Sin dejar de reconocer la necesidad de ahondar en este drama que afecta a todas las mujeres, la relación entre belleza y muerte amerita una seria reflexión. No cabe duda que la cultura mafiosa llegó a Colombia para quedarse, y con su arribo no solo cambió el prototipo de "mujer linda", sino que abrió unas vías al éxito —más rápidas pero igualmente peligrosas— que muchas de nuestras mujeres agraciadas tomaron para progresar, dejando de lado los caminos tradicionales y difíciles del estudio serio y del trabajo responsable. Y como si hicieran falta estímulos para esta vida aparentemente llena de lujos —pero también de peligros—, aunque muchos medios de comunicación se encargan de presentar la relación belleza-muerte con todas sus facetas, muchas jóvenes solo ven lo positivo y descartan lo malo.
La pregunta que muchas mujeres y algunos hombres nos hacemos cada vez que matan miserablemente a una mujer linda —modelo o no—, o cuando la engañan —y termina como mula llevando drogas y dólares sucios de un país a otro—, es ¿cómo recuperamos esta juventud nuestra que ha dejado de lado el estudio y el trabajo duro? ¿Cómo hacemos para que no se dejen engañar por voces de sirena provenientes de esos sectores corruptos que amplían su radio de acción en nuestro país? Todos los días la prensa denuncia que Colombia sigue llena de narcotraficantes, y con numerosas bacrims que se expanden de manera tenebrosa por nuestro territorio. Ante estas preguntas siempre surge la misma respuesta: las profundas e injustas desigualdades de esta sociedad hacen de nuestra Colombia tierra abonada para que mafias de todo tipo alimenten los sueños falsos y peligrosos de nuestras mujeres jóvenes, siempre lindas, ambiciosas, pero inexpertas o, ¿demasiado inocentes?
¿Será que además de la cultura traqueta —que como alguien decía recientemente ha subido de estatus— esa falta de oportunidades que viven los pobres, las clases medias y aún más, los sectores vulnerables aun invisibles, contribuyen a esta relación perversa? El rey dinero y la mujer admirada por su físico, que con frecuencia crece lejos de su hogar, ha dejado de ser un problema familiar y solo el drama de esa madre colombiana que siempre está presente. Este es un problema que amerita que los distintos sectores del país actúen. Es hora de que la sociedad colombiana vuelque sus ojos a las consecuencias de seguir siendo no solo estratificada e injusta sino además violenta y cómplice. Nuestras mujeres, todas, se merecen un país que las cuide y proteja, que les ayude a llegar lejos de otra manera; una Colombia que no permita que su belleza las mate.
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