Nuestra realidad social, fauna de diversidad y desigualdad, es representada con tanta precisión y agudeza en la Casa de la Belleza que genera un poco de vergüenza reconocernos en las páginas de la novela. Aunque el nombre de la obra y su sugestiva portada -dos esbeltas piernas cruzadas y entaconadas como arma mortal- puede hacernos caer en el error de asumir que se trata de otra típica “joyita literaria” de farándula criolla, que elogia la estupidez, la frivolidad y el arribismo y que suele convertirse en material de telenovela. Esta no. Definitivamente esta no hace parte de esta categoría.
La Casa de la Belleza, una peluquería en el norte de Bogotá, es uno de los pocos lugares – y no solo en la literatura -en el que mujeres de clases sociales diferentes convergen e interactúan en un mismo espacio. Además, es donde más se evidencia, que a pesar de nuestras desigualdades materiales y culturales, son nuestras ambiciones las que realmente nos separan. Un lugar donde unas de esas mujeres trabajan sin descanso para tratar de conseguir ese escaso dinero que les permitirá sobrevivir y donde las otras, por el contrario, tiene como único interés someterse a los rituales del artificio para ocultar la realidad de cuerpo y encubrirlo de acuerdo a los estándares de belleza de nuestra época.
Es allí donde las protagonistas de esta historia se conocen, Karen Valdés y Claire Danvert, para narrar una vez más la triste historia de dos personajes que encarnamos todos los colombianos y que seguiremos interpretando una y mil veces más. Karen, una joven madre soltera y humilde que llega de Cartagena a la capital en busca de oportunidades, empieza a trabajar en la peluquería como esteticista. Claire, una psicoanalista de las mal llamadas “familias de plata” e hija de europeos –que en nuestro país son considerados de alta alcurnia solo por pertenecer al primer mundo-es una cliente más de este centro de estética. Las diversas mujeres que pasan por las manos embellecedoras de Karen son la clave para descifrar el asesinato de una adolescente. Pero más allá del crimen que atraviesa la novela, es ese microcosmos sociocultural lo que la hace una pieza imperdible.
Karen, la hermosa mulata criolla, es irremediablemente condicionada por su color y categoría social. Es además la prueba de que en nuestro país, las condiciones adversas son tormentosas para el que busca superarse. Y quien logra superarse, con la excepción de unos casos raros, está destinado regresar al abismo por desafiar su destino. Karen, no sólo encarna esa mujer que trabaja en nuestra peluquería, es la empleada que trabaja en nuestra casa, es la que vende paquetes y minutos de celular a doscientos pesos en cualquier calle, la que vemos recostada agotada y melancólica en la ventana de un bus, y la que lucha todos los días por sobreponerse a una vida injusta, indigna y sin esperanzas. Es esa misma, con la que muchas veces nos cruzamos todos los días sin siquiera mirarla, con frialdad e indiferencia y con un convencimiento absoluto de que así es la vida y nos limitamos a pensar que algún día el orden debería cambiar.
Claire, la observadora de nuestro circo, a pesar de su convencimiento sobre lo absurdo e irónico de nuestros valores contemporáneos, y de estar rodeada de ladrones de cuello blanco y representantes de la justicia que se enriquecen a punta de peculado, representa esa inútil conciencia que muchos alardeamos tener. Esos, que odiamos hacer parte de este status quo, pero que lo perpetuamos todos los días con nuestras acciones y omisiones. Cada personaje de la novela está cuidadosamente construido de forma tal que es muy fácil reconocerlos en nuestra realidad. Ahí radica la belleza de La Casa de la Belleza.
No solo se trata de una novela en el más puro estilo tragicómico, que invita a la reflexión sobre la injusticia y la frivolidad de nuestra sociedad, sino una invitación a reconocernos entre los personajes, quienes somos en fin de cuentas los mismos responsables de un país roto, podrido y arribista como el nuestro.