Nada resulta sorprendente por estos días que cientos de hordas homofóbicas se alcen en críticas contra la nueva película de Walt Disney Pictures, La Bella Y La Bestia. Y es que era de esperarse que ese fugaz beso entre LeFou y Gastón, personajes de la cinta, encendieran la mecha que alimentaría la furia de retardatarios y censurantes bizantinos. Lo que sí sorprende, es la paulatina evolución del lenguaje sobre el cual se construyeron los grandes clásicos del cine infantil con el que muchos crecimos, pasando de la metáfora a lo explícito y lo menos fantasioso. Un lenguaje que rompiera tabús. Uno, al que no se le escapara ni el más mínimo detalle.
¿Y quiénes son estos dos personajes? LeFou es el leal esbirro de Gastón, quizás el villano más narcisista que la imaginación de Walt Disney jamás haya creado. Desde la película de 1991, LeFou (el loco, en francés), se personifica como un ser molesto, cómico y torpe, con una estridente risa y que en ambas películas, entona una oda a los músculos de Gastón, a su cuerpo velludo, su inteligencia, su estilo al escupir, su don de casanova para coquetearle a jovenes damiselas y hasta para comer muchos huevos a la vez. En resumen, LeFou siempre fue explícito en su deseo homosexual. Nada cambió de una cinta a la otra.
Por ende, mientras los personajes queer se representen en Disney como villanos y seres con una madurez emocional rezagada, incompleta e infeliz, el statu quo en la industria del entretenimiento se mantendrá imperante. Y esto es justamente lo que ha sucedido. El personaje de LeFou es tan estereotípicamente gay, como personajes de la televisión como Will y Jack en Will & Grace, Kurt y Blaine en Glee, Renly Baratheon y Loras Tyrell en Game Of Thrones, como Piper y Alex en The Orange Is The New Black, Cameron Tucker y Mitchell Pritchett en Modern Family o los personajes de la intrépida serie, Queer As Folk.
Pero, ¿qué significa La Bella Y La Bestia para el cine gay? La respuesta corta se resume en nada. Otra respuesta es que aporta más al cine en general que al discurso gay en particular. Sin embargo, esto no es nuevo. Mucho antes que este clásico francés fuera llevado a la pantalla grande, esta paradoja había llegado en los albores del cine que ya tenía aires homosexistas impresos en él. Desde los gags experimentales de Edison en 1895 donde aparecen dos hombres que bailan juntos, hasta cintas de posguerra como Lot in Sodom de 1933 que retratan las depravaciones entre ángeles y sátiros gais en la ciudad del pecado, son muestras para no desconocer una censura de la que aún, no se hace justicia.
Claramente, en un mundo al que aún sobrevive la sombra del medioevo que no ha podido ver la luz, la hechicería, la magia y la brujería son tan comunes en las películas infantiles que solo son parte de una ficción fantasiosa sobre la que los niños no corren ningún peligro. Se ha normalizado, tanto que son desapercibidos. No obstante, han sido tan comunes los encuentros entre el bien y el mal en el cine que, curiosamente para estos jumentos, esta película no es más que una publicidad descarada y adoctrinante, que en otras palabras, una apología a la homosexualidad que rompió con el paradigma heterosexista que defienden.
La industria del entretenimiento nos ha dado desde pesadillas con endemoniados elefantes color rosa (Dumbo, 1941), criaturas inofensivas y huérfanas (Bambi, 1942), hasta criaturas que odian la navidad (El Grinch, 2000), ogros en su pantano que se enamoran de una princesa (Shrek, 2001), una mujer que se enamora de una abeja (Bee Movie, 2007) e incluso, una niña que se enamora de un sapo (La Princesa y el Sapo, 2009), pero nunca se ha mostrado a plena libertad la fuerza de la sexualidad entre personas del mismo sexo. Sin embargo, no todas las producciones que ha realizado Disney han sido cuentos de hadas.
Valdrá con decir que para 1946, la compañía lanzó un cortometraje de diez minutos titulado La historia de la Menstruación’ que se utilizó pedagógicamente durante más de 20 años. ¿Y qué pensarían los homofóbicos al saber que La Sirenita, el clásico cuento de hadas escrito por Hans Christian Andersen en 1837 y llevado al cine por Walt Disney Pictures en 1989, es en realidad una historia homosexual? Es la historia que según expertos en la vida del famoso cuentista danés, retrata el amor imposible que sentía por otro hombre a quién luego le dedicaría la historia, tan imposible como el amor que podrían sentir dos seres de mundos diferentes.
Y me sigo preguntando, ¿qué dirían los homofóbicos al saber que en dicha película, la malvada Úrsula, la bruja del mar, está inspirada en un Drag Queen de Baltimore? Como si fuera poco, se trata de Divine, una Diva consagrada luego de su interpretación como Babs Johnson, la protagonista de la icónica película de John Waters ‘Pink Flamingos’, el éxito de culto de 1972 que no sólo sigue siendo controversial sino también una sucia demostración de una sucia verdad. En la cinta, la esencia de esta reina drag quedó perfectamente retratada en este maravilloso pulpo cruel, corpulento y extravagante que hace de las suyas con tal de lograr apoderarse del océano.
Pero, ¿cuál sería la reacción que tendrían personajes pintorescos como el concejal de la familia, Marco Fidel Ramírez, o los silentes Viviane Morales y Carlos Alonso Lucio al saber que dentro de su moral cristiana, la causa que defienden le es indiferente a este emporio de la fantasía? O mejor aún, ¿será que estos personajillos saben que desde 1991, el primer sábado de Junio de cada año se celebra el día gay en las tierras de Mickey Mouse? ¿En qué pararía su gesta? Pero estos no son los únicos En el mundo, países como Kuwait, Rusia y Malasia han manifestado su interés en censurarla, e incluso, en Alabama (EE.UU.), se suspenderán las proyecciones por completo.
No obstante, la censura en el siglo XXI se ha globalizado, se ha mutado y se ha vuelto mucho más potente, más invisible y difícil de percibir con efecto completamente brutales. Claro que, según algunos de los que piden la censura de la película, solo hay una visión de la realidad válida, una sola opinión posible, solo una ética, solo un dios, solo una opción política, que no va de la mano con la justificación de un romance entre una bella mujer y una bestia o entre dos hombres, así pues que si la libertad realmente significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír y mostrarles lo que no quieren ver.
Quizás lo extraordinario de Disney y de su nueva producción, o del momento histórico en el que vivimos, sea que la película, en realidad, a lo que obliga es a quitarse la lentes de cine homosexual porque este ya puede permitirse transitar lugares comunes e inhabitados sin que por eso signifique renunciar a su calidad o a su validez en el discurso, incluso, en el mundo de la fantasía infantil. Las producciones cinematográficas se han hecho en eras diferentes, en épocas diferentes que incluso, acaban diluyendo su contenido para hablar de sentimientos oprimidos, sean o no minoritarios.
Y por favor, que nadie sea como el jumento que tenemos por concejal.