El arte constante —y profundamente gratificante— de reflexionar sobre temas de interés me llevó a descubrir un hilo conductor en una de las inquietudes que más ha capturado mi atención en tiempos recientes. Diversos estudios advierten que las personas leen menos y dedican más tiempo a sus dispositivos móviles, una tendencia que, con el paso del tiempo, erosiona la capacidad de atención y el pensamiento crítico. Para explorar este fenómeno con mayor profundidad y contexto, es necesario remontarse a los albores del siglo pasado, cuando la televisión emergió como el primer catalizador de esta preocupación.
Llegó a mediados del siglo XX, una época dorada para la ciencia y la literatura, un tiempo donde se gestaron ideas revolucionarias y donde el pensamiento florecía en los silencios de la lectura y la introspección. Fue entonces cuando la humanidad, aún escasa en número, produjo más en términos intelectuales que en cualquier otra época.
Pero la televisión, ese rostro multicolor, seductor y omnipresente, no tardó en cautivar. Lo que antes requería el esfuerzo de abrir un libro, comprenderlo, digerirlo, ahora era sustituido por imágenes y sonidos que no demandaban más que la pasividad de unos ojos y oídos atentos. Se cerraron libros, se apagaron lámparas de lectura, y las mentes, antaño forjadas en el yunque del esfuerzo intelectual, comenzaron a debilitarse.
Las novelas se leían en pantalla, las historias se contaban con escenas, y el pensamiento crítico, esa joya invaluable, comenzó su lento desvanecimiento. ¿Quién iba a tomarse el trabajo de cuestionar, de reflexionar, cuando la próxima escena ya estaba lista para devorar nuestra atención? El tren de la televisión avanzaba, imparable, y con él, arrastraba al intelecto humano hacia la superficialidad.
Pero los tiempos cambiaron, y con ellos, los monstruos evolutivos. Hoy, ni siquiera las series ni las películas son ya los grandes reyes del entretenimiento. No. Ahora reinan los videos cortos, los memes; pequeños fragmentos de distracción que no requieren siquiera el esfuerzo de seguir una trama. Y las mentes, ya perezosas por décadas de imágenes, se deleitan en esta simplicidad extrema, donde la risa o el asombro duran apenas segundos, dejando tras de sí el eco vacío de lo que pudo haber sido un pensamiento profundo.
Y mientras todo esto sucede, mientras la humanidad se entrega a estas migajas de entretenimiento, un ente, silencioso, ha comenzado su ascenso. La inteligencia artificial, un titán de otro tipo, ha empezado a absorber todo lo que la humanidad ha sabido, pensado, escrito. Se automejora, se expande, mientras nosotros retrocedemos, perdidos en la trivialidad de nuestros memes.
Quizás, siendo conspiranoico, esa misma entidad ya está moviendo los hilos, sometiéndonos de a poco a la banalidad de los videos cortos, debilitándonos, haciéndonos más dóciles. Para evidenciarlo, solo basta observar en cualquier espacio a las personas absortas en sus celulares, como zombis, pasando sus dedos pulgares rápidamente por las pantallas, consumiendo la mayor cantidad de memes y videos posibles en el menor tiempo, sin cuestionar, sin detenerse.
El panorama como humanidad quizás no sea alentador, aunque la inteligencia artificial podría usarse como herramienta poderosa para mejorarnos, generaciones nuevas de personas van naciendo y creciendo dentro de un entorno de estímulos audiovisuales y dopamina fácil. Ojalá esta preocupación cobrase fuerza y se extendiese, aunque sea para reconocerlo, como quizás, el gran problema de nuestra época, ya que está arraigado en la propia mente de las personas.
