La batalla de Rafael García-Herreros por levantar la Uniminuto

La batalla de Rafael García-Herreros por levantar la Uniminuto

Armó una obra social enorme y puso los cimientos de una universidad de 105 mil estudiantes de la que Marelen Castillo, vice de Rodolfo Hernández, fue su vicerrectora

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junio 14, 2022
La batalla de Rafael García-Herreros por levantar la Uniminuto

Hace sesenta años, mientras caminaba junto a su pupilo Diego Jaramillo, el padre Rafael García Herreros le dijo: “Vamos a hacer un buen barrio, que tenga los servicios básicos y también un buen colegio”. En esa época ni siquiera, en sus sueños más alocados, el santo pensó en hacer una universidad.

Diez años después, en la década del sesenta, ya tenía la idea de hacer una universidad en donde, máximo, hubiera 5.000 estudiantes. En el 2022 la Uniminuto tiene 105.000 estudiantes y el gran custodio del legado de Rafael García-Herreros.

Cuando los campesinos, azotados por la violencia bipartidista, llegaban a Bogotá a mediados de la década del cincuenta tenían una sola opción: buscar al padre Rafael García-Herreros, la única persona que podría brindarles una ayuda.

El sacerdote, nacido en Cúcuta el 9 de enero de 1909, hijo del general Julio César García-Herreros y de la venezolana María Unda, ya era una cara conocida. Desde marzo de 1955 su programa, El minuto de Dios, emitido por el canal 7 de la Televisora Nacional de Colombia, era uno de los más populares del país. A las familias desplazadas les daba, de su propio bolsillo, 500 pesos a cada una.

Ese mismo año, arropado por un poncho y con sus propias manos, ayudó a construir, en la localidad de Engativá, las primeras casas del barrio Minuto de Dios. No era la primera vez que construía un barrio. En el año 1947 ayudó a hacer 100.000 casas en un barrio pobre de Cali. Decían que era un cura socialista, un invasor. Los predios estaban detrás del antiguo hospital militar y, los obreros que usó eran los jóvenes que lo acompañaban en cada homilía. En unos cuantos meses ya estaban edificadas cincuenta casas.

Rafael García-Herreros no estaba conforme con solo hacer un barrio. Sabía que lo más importante era educar a los niños. Por eso, en un cambuche improvisado, empezaron en 1957 las primeras clases del colegio Minuto de Dios. Un año después crearía la academia Pitágoras para incentivar el aprendizaje de la astronomía, el arte, las matemáticas y la espiritualidad.

El padre García-Herreros sabía que era un experimento y no podía asegurar que llegara a buen puerto. Necesitaba apoyo financiero y, para eso, creo en 1961, en el Salón Rojo del Hotel Tequendama, el banquete del millón. Una vez al año los más ricos del país se reunían allí a desayunar un caldo de pollo, saltinas y chocolate, a cambio de un millón de pesos.

Cinco años después, en 1967, Rafael García Herreros vio como salían los primeros bachilleres del colegio. Desde ese momento el padre tenía en mente la construcción de una Universidad. Solo 25 años después, al final de su vida, se haría realidad su viejo sueño.

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Belisario Betancur fue uno de los grandes nombres de la política que apoyó a García-Herreros. En 1983, el expresidente donó al Minuto de Dios el monto de su premio Príncipe de Asturias.

Fue un tropiezo tras otro. Sus pocos buenos amigos lo ayudaron. Belisario Betancur, quien recibió en 1983 el premio Príncipe de Asturias, donó los 1.700.000 pesos que le otorgaron a la Fundación Minuto de Dios. El dinero no sólo le serviría para consolidar el barrio, una obra que lo consumió por completo.

En noviembre de 1986 el presidente Virgilio Barco le otorgó la Orden Nacional en el grado de Gran Cruz. Ese mismo año empieza a despejarse el camino para crear la universidad: se crea la escuela de televisión Minuto de Dios. Jóvenes de Bolivia, Paraguay y Perú venían a matricularse llevados por los buenos comentarios. Dos años después se abrirían las escuelas de periodismo, y las licenciaturas en informática, filosofía, y básica primaria con énfasis en estética todos enfocados en desarrollo social.

En los últimos años de su vida, este padre, que es uno de los catorce colombianos que hacen fila en el Vaticano detrás de su santidad, vivió una polémica insospechada. Pablo Escobar, después de la muerte de su primo y mano derecha, Gustavo Gaviria, el hombre encargado de la economía del Cartel de Medellín, se sentía acorralado por sus enemigos. Se contactó con el único hombre que admiraba y respetaba, el padre Rafael García-Herreros.

Fue a su refugio a las montañas de Antioquia y allí acordaron su entrega. Durante seis meses el propio sacerdote coordinó lo que sería uno de los capítulos más vergonzosos de la historia de la justicia colombiana: la estancia en la cárcel de la Catedral, un resort en donde Pablo Escobar Gaviria podía jugar fútbol con René Higuita, sumergirse en un jacuzzi o matar a sus enemigos

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El padre García-Herreros fue clave en el proceso de entrega del capo Pablo Escobar

Desde su programa Rafael García-Herreros llegó a afirmar que Pablo Escobar era un hombre bueno y prestó gustoso su intermediación lo que desató la ira de altos jerarcas del episcopado colombiano empezando por Monseñor Pedro Rubiano Sáenz quien llegó a afirmar que “Una cosa es hacer un llamado a la conversión y al arrepentimiento, invocando la misericordia de Dios, y otra muy distinta es presentar a un delincuente responsable de muchos crímenes y del gravísimo daño hecho al país, como si fuera ejemplo del hombre bueno”. Cada vez que podía, en los 18 meses en los que estuvo preso en ese lugar, García-Herreros iba a confesar y a darle la hostia a Pablo Escobar.

Cuando se fugó, en junio de 1992 todas las miradas apuntaron al Padre García-Herreros quien, como último consuelo antes de su muerte el 20 de noviembre de 1992, vio como 250 jóvenes entraron a la Universidad que él había soñado.

Veinticinco años después de su fundación no solo es la universidad más grande del país con 150 mil estudiantes, sino que el diario británico Financial Times le entregó en el 2013 el premio Finanzas Sostenibles en la categoría Logros en negocios incluyentes. El sueño del Padre García Herreros había resultado más grande del que alguna vez imaginó.

La Uniminuto fue el lugar donde Marelen Castillo llegó en 2007, después de haber hecho una maestría a la distancia en la Universidad Tecnológica de Monterrey. Castillo empezó como docente y luego ascendió a vicerrectora. Gracias a su experiencia ha estudiado a distancia alguno de sus títulos y fue la líder del programa de educación virtual mucho antes de la pandemia, lo que le ha dado renombre a la institución de Rafael García-Herreros, el proyecto de toda una vida.

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