El primero de los dos días más difíciles para Alejandro Galvis Ramirez fue el lunes festivo 16 de octubre de 1989. Esa madrugada todas las amenazas que el Cartel de Medellín le había hecho a él y a su periódico se hicieron realidad. Un Renault 4 amarillo con 100 kilos de dinamita, parqueado frente al edificio de Vanguardia Liberal en la calle 34 entre carreras 13 y 14, estalló poniendo a Bucaramanga a la sombra de un inmenso hongo atómico.
Alejandro Galvis empezaba a trabajar como cada mañana lo hacía sin importar el día, en su estudio de su casa en Ruitoque cuando sonó el teléfono. Sus hijos más pequeños, Rodolfo de 9 años, Ignacio de 11, dormían. Apenas supo del desastre llamó a Ernesto y Alejandro, los despertó y fue con ellos al edificio familiar.
Todo 1989 fue una sucesión de esquelas y coronas mortuorias para Galvis. En los consejos editoriales previos al atentado Galvis siempre cerraba las charlas recomendándoles a sus periodistas cambiar de rutas, no tomar el mismo taxi. Titulares de Vanguardia Liberal como “Asesinados dos empleados de El Espectador en Medellín”; “Narcos crean desconcierto en la sociedad”, desataron la ira de Pablo Escobar quien, a los periodistas, les ofrecía tratos que difícilmente podrían rechazar: plata o plomo. Galvis rechazó el chantaje y endureció aún más los editoriales que él mismo escribía y en donde denunciaba la corrupción a la que había sometido el narcotráfico a todos los segmentos de la sociedad. Así que le puso el pecho a la metralla. Y casi la recibe.
El coraje que había tenido Galvis era reconocido incluso por el propio presidente Virgilio Barco, quien fue a la celebración de los 70 años del periódico en septiembre de 1989. Pero ese edificio, que le cedió su papá, el liberal Alejandro Galvis , fundador del periódico en 1919 y quien fuera embajador en México, Venezuela y España en los tiempos en los que era presidente Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos y Carlos Lleras Restrepo, estaba destruido como lo estarían semanas después el del Espectador y el del DAS en Bogotá, durante la peor ola de terrorismo que desató Escobar.
Por un momento a Alejandro Galvis se le encharcaron los ojos. Eso pudieron ver los que estaban más cerca de él, su hijo mayor Ernesto, quien tenía 18 años en ese momento, era un joven estudiante de la Universidad de Los Andes que se preparaba desde ese momento para seguir el camino de su papá y de su abuelo: dirigir el periódico, y su otro hijo, Alejandro, quien en ese momento tenía 22 años y también se aprestaba a manejar el periódico.
Esa madrugada murieron cuatro personas, entre los que se contaba José Noe García, quien había escrito sus primeras crónicas en el periódico en 1952. Lejos de amedrentarse Galvis llamó a todas sus periodistas. La imprenta seguía funcionando en medio de los destrozos y quiso dejarle un mensaje claro a Pablos Escobar y Los Extraditables con el titular con el que salió el periódico en la tarde de ese lunes festivo: “Aquí estamos y seguiremos estando”.
Treinta años después Alejandro Galvis Blanco, conocido en la familia con el nombre de Álex, asumpia las riendas de la gerencia del diario y usaba esa misma frase para conmemorar el peor golpe que recibió Vanguardia, pero no el peor que recibió su padre.
El 19 de junio del 2002, mientras conducía su carro en pleno centro de Bucaramanga, el primogénito de la familia Ernesto Galvis Blanco, quien llevaba dos años como gerente del periódico, se estrelló contra un camión. El golpe que se dio en el pecho contra el volante fue tan duro que sufrió un paro mientras era trasladado a la clínica la Merced. Tenía 31 años y había sido el escogido por su papá después de haber terminado una especialización en periodismo en los Estados Unidos. En ese momento Alejandro Galvis Ramirez y Vanguardia estaban más fuertes que nunca. Acababan de consolidar un emporio que reunía a los grandes periódicos regionales como El Universal de Cartagena, La Tarde de Pereira, El Nuevo Día de Ibagué.
El dolor de Galvis fue tan grande que se pensó que nunca más se iba a recuperar. Pero lo logró de la mano de su hermana Silvia, ya una reconocida periodista y columnista de El Espectador. Emprendieron una nueva aventura empresarial el periódico popular Q’Hubo que se vendería a $ 500 una mezcla de información, crónica roja y mujeres semi desnudas. Pero en el 2009, un fulminante cáncer de páncreas se lleva a Silvia a los 63 años. Su hijo Sebastián Hiller Galvis era el director y estuvo en el cargo hasta el 2017 cuando salió cuestionado por haberle vendido pauta a Minesa, la empresa árabe que pensaba explotar Santurbán. Se optó entonces por buscar que la cabeza del periódico fuera un periodista externo y se nombró a Alex Galvis
Su otro hijo es Rodolfo Galvis Blanco quien fue director comercial de Vanguardia y fue el gerente de la campaña de Iván Duque en Santander. Actualmente es notario en Bogotá. Es el menor de los cuatro hermanos con 40 años. Ignacio Galvis Blanco es el director de inversiones en Vanguardia Liberal. Todos, de una forma u otra, están ligados al emporio periodístico familiar que se proponen mantener no importa la adversidad, como la sorpresiva muerte de su padre, Alejandro, quien perdió este comienzo de año la batalla contra el Covid.