La barbarie y la sangre “en sus justas proporciones”

La barbarie y la sangre “en sus justas proporciones”

A propósito del reciente pronunciamiento de Iván Duque sobre las corridas de toros

Por: Ramiro Guzmán Arteaga (*)
julio 16, 2018
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La barbarie y la sangre “en sus justas proporciones”
Foto: Pixabay / Las2orillas

No sé si fue un desliz desafortunado o totalmente consciente que el presidente electo Iván Duque sorprendió no solo a los animalistas y ambientalistas sino a sus seguidores y miembros de su propio partido, al mostrarse partidario y proponer que las corridas de toros sufran una transformación radical donde “se elimine el exceso de sangre y de barbarie”.

Creo que la propuesta de Duque viene a complicar mucho más la polémica entre quienes están de acuerdo que las corridas las supriman por completo y para siempre, por cuanto los animales son seres que sienten y no pueden ser sometidos a esas prácticas brutales, y quienes están de acuerdo que estas deben seguirse dando por considerarlas “una expresión artística del país”.

La pregunta que salta a la vista es: ¿qué entiende Iván Duque por eliminar los “excesos de sangre y barbarie”? Porque uno podría llegar a pensar que a los toros solos se les entierre un poquito de los 60 milímetros de la punta de acero, aguda y afilada, de las banderillas. Me imagino que Duque llegó a la conclusión de que con ellos el dolor del toro será breve, y menos fuerte. Pero más allá uno podría llegar a pensar que para lograrlo deberá proponer que se modifique el reglamento taurino para cambiar el significado de algunas expresiones propias de esa práctica  salvaje. Y así tendríamos, por ejemplo que, en el nuevo léxico, la “suerte suprema” por sería cambiada por “la culminación de una feliz lidia”; que en ambos casos no es otra cosa que enterrarle al toro una filuda espada hasta la empuñadura, para verlo morir ahogado con su propia sangre. De modo que el presidente electo deberá ingeniársela para que la gente desde los tendidos no quede convencido de que al toro lo han matado de una manera salvaje y brutal sino que ha pasado a una mejor vida aquí mismo, abajo en la tierra, porque después de todo —argumentará— los animales no tienen eso que los creyentes llaman “espíritu de vida”.

En fin, me imagino que Duque propondrá cambiar las palabras dolorosas por una cantidad de jerigonza, de segundas palabras, para disfrazar la brutalidad con la que se mata a un toro; porque después de todo, el presidente electo, al igual que quienes están de acuerdo con las corridas, pensarán que “el ser humano no es mejor que el animal porque ambos terminan en lo mismo, mueren por igual y respiran el mismo aire”, como señala el Eclesiastés.

El caso es que la propuesta de Iván Duque de “eliminar el exceso de sangre y de barbarie” nos hacer recordar aquella famosa frase, igualmente brutal, del presidente Julio César Turbay Ayala, en el sentido de que en Colombia “tenemos que reducir la corrupción a sus justas proporciones”, como si la corrupción fuera permitida  hasta un tope razonable; algo así como robar pero no dejar de hacer obras. Y en el caso de la tauromaquia se llegara a pensar que la muerte del toro dejará de ser menos brutal porque la cruceta de la filuda espada  se muestre o no bien ubicada después de haber atravesado los 88 centímetros que van de la empuñadura a la punta, y de haberle clavado el estoque en el corazón del toro, o de haberle reventado los grandes vasos sanguíneos que lo rodean. Lo cierto es que tanto la propuesta de Turbay como la de Duque no dejan de ser lo más parecido al perfeccionamiento de una crueldad hacia la dignidad de la vida de las personas y de los toros. Después de todo, algo va de Turbay a Duque.

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