La bancarrota de Pedro Castillo y cómo esto afecta a Colombia

La bancarrota de Pedro Castillo y cómo esto afecta a Colombia

Los traumáticos hechos que afectaron la presidencia de Pedro Castillo son una advertencia para los sectores democráticos y progresistas colombianos

Por: Horacio Duque
diciembre 09, 2022
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La bancarrota de Pedro Castillo y cómo esto afecta a Colombia

Decir que todo esté encadenado hoy en el mundo; que hasta el mas suave aleteo de una mariposa deja sentir su huella en el más recóndito rincón del planeta, parece una verdad de Perogrullo.

Pero así es y lo seguirá siendo con el encogimiento del planeta. Tanto en lo económico, como en lo tecnológico, lo cultural, lo bélico y lo político; cualquier evento impacta rápidamente el resto del mundo.

Recién cerró otro ciclo convulsivo en el Perú con la grotesca caída de la presidencia de la República, del educador Pedro Castillo, quien ya completaba casi dos años en el primer cargo de la nación Inca. Castillo, un profesor que salto a la fama con el liderazgo de una huelga masiva de educadores en el año 2017, se convirtió en el líder de una coalición popular y progresista que le arrebato el poder a los sectores de la recalcitrante y militarista ultraderecha peruana que tiene como eje la rosca de la familia Fujimori, el referente de una telaraña sociopolítica regresiva y agresiva por su naturaleza despótica y corrupta.

Castillo accedió a la presidencia con un programa popular que incluía audaces compromisos como el de convocar una Constituyente para anular el adefesio constitucional de Fujimori, vigente desde 1993, luego del golpe de estado perpetrado en aquellos años.

Aunque en sus primeros pasos Castillo trato de mantener coherencia con sus ideas electorales y los compromisos políticos, respaldados por el partido Perú Libre, una vez instalado en la infraestructura institucional del régimen político seudo parlamentario la disputa por el poder gano intensidad y una feracidad delirante; la ultraderecha no se ahorro recursos para socavar el nuevo gobierno y con la destreza que le ha dado su manejo del poder legislativo, recurrió a todo tipo de artimañas políticas y jurídicas para desestabilizar y derribar a Castillo.

Desde el primer momento esta constelación logró sus objetivos, pues Castillo no tuvo paz y sus ministros y asesores fueron rodando en cascada. Todo concluyo en una degradación política que mostró un Pedro Castillo sin norte y sin carácter, abandonando el partido que lo respaldo, refundiendo la idea de la constituyente y transando con las mafias políticas que lo infiltraron por todos los flancos hasta comprometerlo en hechos delincuenciales y nepóticos que involucraron a sus parientes más cercanos, los que se aprovecharon del confuso festín para echarse al bolsillo grandes fortunas en dólares y tajadas burocráticas en el servicio diplomático y de la hacienda pública.

Atrapado en el pantano del oportunismo político e ideológico, y salpicado por la rampante corrupción, Castillo se aisló del pueblo; su desconexión implicó una ruptura con el bloque histórico popular que le había dado sustento electoral y político. Ese quiebre salió a la luz publica con el abandono de las tareas programáticas para anular la Constitución de 1993 y avanzar en un reconocimiento de los derechos de la ciudadanía.

Castillo cobro la forma de un avatar enajenado y zombi; una especie de corcho en remolino; una ficha a la deriva con la que los buitres ultraderechistas y fujimoristas hicieron su agosto hasta tirarlo en una celda policial. Grotesco este final. Un héroe de pacotilla que no trascendió la historia.

Pero, al margen del personaje, lo que si debemos abordar con enjundia es la densidad del acontecimiento político.

Perú no es cualquier ínsula insignificante, se trata de una nación con un estado (oligárquico y feudal) muy bien estructurado cuyos procesos y dramas son un referente obligado para las naciones latinoamericanas.

Los mensajes emitidos han sido inmediatamente interpretados y capitalizados por los derechistas de todos los pelambres.

En Bogotá, connotados exponentes del uribismo (Miguel Uribe, María Fernanda Cabal) se han pronunciado para retomar la ruta golpista de la oligarquía peruana. Uribe Vélez  salió de su aparente condescendencia y apaciguamiento, para volver a servir su venenosa narrativa anticomunista y fascista.

Les cayó como anillo al dedo la bancarrota de Castillo para enfocar su incidía desestabilizadora en la presidencia de Gustavo Petro, despachándose de una llamando a los militares para ponerle fin al gobierno del Pacto histórico copiándose del cavernario guion limeño.

Atajo que, por supuesto, no se debe subestimar ya que tiene como antecedentes la reciente movilización del uribismo en las calles de las principales ciudades del país, su caprichoso bloqueo legislativo, sus intrigas entre los militares y la intensa manipulación con los medios de comunicación que aun siguen bajo su monopolio como resultado de los descuidos del alto gobierno que aun no entiende la importancia estratégica de la prensa, la radio, la televisión y las redes sociales.

Por supuesto, el presidente Gustavo Petro se ha pronunciado sobre este acontecimiento regional y ha señalado que Pedro Castillo se equivoco y cometió muchos errores, como aislarse de los sectores populares y confiar en la eficacia de la maniobra burocrática y las alianzas con la lumpenera política y judicial de Lima.

Petro ha rechazado las salidas desesperadas de Castillo como el cierre del Congreso para evitar el trámite de la moción de la vacancia. Pero también ha solicitado, como lo ha hecho López Obrador de México, que se le den todas las garantías a Castillo en la perspectiva de recuperar la ruta del gobierno constitucional elegido hasta el 2026.

Con todo y eso, los traumáticos hechos que afectaron la presidencia de Pedro Castillo son una advertencia para los sectores democráticos y progresistas colombianos sobre la enorme capacidad política de la ultraderecha tropical que cuenta con el apoyo de los Estados Unidos en su nueva estrategia de los golpes blandos y judiciales. La variante de un golpe judicial bien puede ser la que se utilice acá en Colombia para quebrar el primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia.

El Pacto histórico debería superar prontamente sus protuberantes deficiencias políticas, pues aun no asume su condición de instrumento político del pueblo y del gobierno. El PH ofrece mas la idea de una telaraña de facciones (ver a Sartori al respecto) codiciosas en disputa oportunista por la burocracia y los cupos indicativos, que de seguir así terminara peor que las maquinarias del bipartidismo liberal conservador carcomidas por el clientelismo, el personalismo y la corrupción.

El gobierno debe recuperar con carácter prioritario las banderas de la lucha contra la corrupción, que hace su agosto en el sector del transporte, el DPS, el Ocad Paz, los subsidios de vivienda, en el PAE y otros.

Es urgente estructurar un sistema de comunicaciones y de periodistas independientes y críticos que haga frente a la mentira de la ultraderecha uribista, experta en narrativa sofisticas para destruir los propósitos del gobierno progresista y cada uno de sus avances.

Estamos a tiempo de hacer lo que corresponde para no tener que lamentar después los vacíos y engreimientos de algunos funcionarios y líderes que están dando prioridad a sus negocios personales ignorando las demandas populares que aún siguen en el aire.

Que el presidente Gustavo Petro profundice su conexión con los campesinos, los trabajadores, los jóvenes, los indígenas, las mujeres y los empresarios progresistas para sacar adelante el plan de desarrollo.

Que la Paz total trascienda algunas zonas grises para poder contener la violencia que sigue arrasando con la vida de lideres sociales, masacrando a los campesinos y a los indígenas y desplazando miles de familias que no encuentran sosiego en sus territorios.

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