En 1961 Hannah Arendt[1] viajó a Jerusalén a cubrir el juicio contra Otto Adolf Eichmann, miembro de la SS Alemana; uno de los principales protagonistas en la implementación de la “solución final” y el encargado del transporte de “cientos de miles de judíos a los campos de exterminio”. Para Arendt, Eichmann no estaba loco, ni se le podía catalogar como un monstruo; era, según ella, una persona absolutamente normal, consciente de lo que había hecho, nunca lo negó, ni tampoco veía nada intrínsecamente malo en sus actos. Para él, solo estaba cumpliendo órdenes de Estado. A partir de este acontecimiento, Arendt definió la banalidad del mal; refiriéndose con esto, a la irreflexión de quien comete crímenes actuando bajo órdenes.
Durante estos horribles días —ahora no son solo las noches— me he topado con hombres y mujeres, terribles y temiblemente normales, que han permitido y contribuido al horror del holocausto en el que ha convertido el gobierno Duque, al paro nacional. Estas personas son amas de casa, padres de familia, médicos, profesionales, jóvenes, etc., que no sustentan ni ideológica ni moralmente sus palabras; lo que resulta más aterrador que lo que dicen, hacen u omiten. Esto los ubica como personas irreflexivas frente a las razones que permiten o contribuyen al horror.
Estos hombres y mujeres se entremezclan en una masa desideologizada y sin reconocimiento, y contribuyen activa o pasivamente en la atrocidad. Son personas normales que han decidido enfilar sus banderas a favor de un determinado grupo político, como es el caso del uribismo y, por lo tanto, solo obedecen como si fuera una orden, la doctrina y la ideología política que tiene el grupo y que es impartida por el jefe y líder del partido, el señor Álvaro Uribe Vélez. Estos nuevos “agentes del mal”[2] son irreflexivos sobre sus actos, son incapaces de juzgarse a sí mismos; pese al conocimiento que puedan tener. Es importante resaltar que es insuficiente el conocimiento o el capital cultural con el que ingresan a las filas los partidarios del uribismo, dado que es necesario una disposición constante a la reflexión, al diálogo interno, que permita juzgar las acciones y esto solo es posible con el pensamiento, que es de lo que carecen; en ellos ha sido eliminada y anulada toda posibilidad de pensar, debido al culto de la obediencia.
Ahora bien, estos agentes del mal pese a que han permitido y contribuido al terror que está viviendo el país, si así lo quisieran y recobraran su conciencia, no pueden ponerle fin. El que sí lo puede hacer es el presidente Iván Duque, quien es a todas luces un nuevo agente del mal. Duque, abogado con estudios mayores de filosofía y humanidades de la Universidad Sergio Arboleda; con una maestría en Derecho Internacional Económico de la Universidad Americana y otra en Gerencia de Políticas Públicas de la Universidad de Georgetown, etc., es, semejante a las personas a las que se hacía referencia líneas anteriores, incapaz de reflexionar, de juzgar sus acciones, pues muy a pesar de su acumulación de conocimiento, no piensa y solo obedece las órdenes de su jefe de partido, el señor Álvaro Uribe Vélez. Y, cuando intenta reflexionar en sus trinos o en su programa de televisión, solo repite la doctrina y la ideología del Centro Democrático.
El presidente Álvaro Uribe Vélez, como le siguen llamando sus adeptos de su partido y hasta en medios de comunicación, es una persona que sí sustenta sus palabras, sus obras y sus omisiones con fuertes convicciones ideológicas; como lo es su importada Revolución Molecular Disipada. Él, como jefe del partido, tiene la misión de adoctrinar en la ideología del grupo a otros; además, coordinar y dar las órdenes a sus subalternos; como lo hace con el presidente Duque respecto al manejo del paro nacional.
El presidente está implantando, por orden de Uribe, un régimen totalitario en Colombia. Iván Duque está realizando la trasposición del totalitarismo que hay en el Centro Democrático con Uribe como führer, al Estado colombiano; e ir eliminando en la ciudadanía todo rasgo humano, toda posibilidad de reflexionar, de pensar; como en el pasado quisieron hacer otros regímenes totalitarios. Y quién no asuma con obediencia, sumisión y subordinación los intereses del mandato, será exterminado. Duque es una marioneta banal guiado por el deseo de hacer lo que debe, lo que le han estipulado y, por tanto, carece de pensamiento o no lo está ejercitando, tiene dormida su conciencia, al momento de estar implementando el Holocausto en el que ha convertido el paro nacional; su inquebrantable lealtad y su incuestionable obediencia a la palabra de su führer se va a mantener hasta el ocaso de Colombia. Solo debemos rogar que el valor que esta obediencia —como si fuera una ley, casi algo sagrado—no lo haga confesar como hizo Otto Adolf Eichmann, que llevaría incluso a su padre a la muerte.
La banalidad del mal, no le quita al presidente Duque su responsabilidad penal ni moral, por los crímenes que está cometiendo contra la humanidad. Esto nos enseña que este partido ha despojado a sus integrantes de todo rasgo de humanidad y, por tanto, cada vez que tengan la oportunidad, intentarán repetir lo mismo que hoy está pasando en Colombia, como si se tratara de participar en algo histórico, grandioso y único. Todos los extremos son malos, y esta extrema derecha sin conciencia y por tanto incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus actos, conduce al totalitarismo.
[1] Una de las pensadoras políticas más influyentes del siglo XX.
[2] Arendt, Hannah; Eichman en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, Editorial Lumen, 2003, Barcelona.