Lo de las fake news ha estado siendo una plaga nacional desde aquel momento inolvidable cuando el mismísimo presidente Santos denunció indignado la forma cómo había ganado el no en el referendo por la paz. Al asunto se le echó tierra rápidamente pero, después, disensiones internas dentro de los ganadores del no revelaron que lo dicho por Santos no solo era cierto, también era insuficiente. Si se explorara más al fondo y no nos quedáramos en la superficie quizás obtuviéramos razón de cómo pudo Santos capear el no e imponer su política de la paz y sacarla adelante con retoques. Hay mucho gato encerrado todavía allí.
Pero ahora, es decir, desde el domingo 27 de mayo en adelante hemos venido sabiendo que no solo hay fake news, también asistimos a una plaga emergente de fake candidatos y, pásmense, fake dirigentes de partidos.
¿Por qué ha sido tan virulenta esta fiebre de falsedades que está confundiendo a la opinión pública?
La razón parece ser que "no hay cama para tanta gente" y mientras más rápido muestres el cobre más cerca estarás de conseguir un sitio donde pasar la vergüenza. La idea terrible y martirizante es la siguiente: si debes someterte a una vergüenza es mejor que al final puedas decir que algo ganaste. Todos parecen repetir una vieja cantilena que sonó al final de alguna campaña de Antanas Mockus; dicen ahora en coro: "yo vine porque quise, no porque me trajeron".
¿Quién dijo que hay algo que negociar? ¿Quizás no hay nada que negociar porque los votos obtenidos fueron comprados y saben que no pueden endosarlos? Sin embargo, estarían haciéndose pasar como jefes de cauda cuando no la tienen, es decir, ¿son también fake endosadores de votos? Y los otros, ¿son fake recibidores de votos para crear una fake realidad que haga creer anticipadamente que ya ganaron la segunda vuelta sin necesidad de elecciones?
Pero, ¿no les hubiera quedado más fácil haber realizado y participado de aquella manida consulta que sabemos? El final hubiera sido el mismo aunque sin tener que pasar por la vergüenza. Ahora podemos decir, que hubiéramos estado equivocados. Partíamos de un supuesto erróneo: no sabíamos que existía la fake vergüenza.
No hay nada mejor para definir la fake vergüenza que aquella lúcida definición que alguna vez nos regaló nuestro sociólogo de cabecera Orlando Fals Borda sobre el hombre hicotea en su célebre Historia Doble de la Costa. Fals Borda supuso que el hombre hicotea tiene una durísima caparazón queratinosa por donde todo resbala sin apenas tocar la piel. Por ello, tú te puedes mantener tan fresco como una lechuga, incluso despampanantemente atildado diciendo cosas como: él siempre fue liberal, o pasó por Cambio Radical, nació con la U, etc. ¿Alguien podrá imaginarse siquiera por una mil millonésima de segundo a Duque leyendo el programa que le pasó Vargas Lleras? Se necesita tener no uno si no tres caparazones de hicotea para pasar indemne por la vergüenza.
Sin embargo, ¿creen ustedes que todo será tan fácil? No, no lo creo. Esta gente pagará cara su osadía y su pusilanimidad y cobardía. Cobardía de dejar expósita unas banderas históricas de decencia y una acrisolada tradición. ¿O eso también es fake?
Desde Aristóteles todos los padres fundadores de nuestra civilización han dicho algo acerca de la verdad. A partir de allí se fundaron las ideas de Estado, libertad y toda la supraestructura mental del mundo, incluida la ciencia.
El mismo Jesucristo habría dicho: la verdad os hará libres.
Si Jesucristo fue un sabio avatar y tuvo razones inspiradas en su divinidad para decirlo, entonces, cuál será la ruina de todos los de esta avalancha fake. Bueno, diremos para empezar que todavía no han ganado las elecciones. Quizás su peor martirio empiece si acaso las ganan.
En alguna parte alguien afila sus peores armas.