“Los buenos viajeros no se detienen a mirar el paisaje, su pasión es el camino”.
Todavía está viva, para sus familiares y amigos, la cicatriz de su ausencia como una flor en el camino. Hace un año, un veintiuno de mayo, Gustavo Hernández se fue en la plenitud de su obra.
En el Paraninfo de la Universidad del Cauca le dimos afectuosa despedida y nos quedamos con sus sueños latinoamericanos.
Su eterno viaje fue la pérdida de un compañero de ruta, ya conocíamos la enfermedad que soportaba y siempre lo encontramos con suprema confianza batallando por continuar con su pasión creadora.
Hoy sus amigos nos apropiamos de los versos de Benedetti para decirle: “…en la eternidad donde se encuentre, la vida no es un sueño, es un viaje”.
“…se van fugando los amigos, los buenos/ los no tantos, los cabales/ me he quedado con las manos vacías/ esperando que alguien me convoque/.
“Si pudiéramos saber dónde se ríen/ dónde lloran, cantan o hacen niebla les haría llegar mis añoranzas/ y una fuente con uvas y estos versos/.
Momentos para recordar a Gustavo: “Yo no he venido a creer en mundos creados, sino a crear mundos creíbles, hasta llegar a lo increíble”.
Enorme frase, su contenido nos deja un mensaje, ahora sabemos que Gustavo no se ha ido y no viajará nunca mientras no lo reclame el olvido.
Pensamiento recto, moral y dialéctico de un artista, de un esteta, de un esposo, de un padre, de un amigo, de un compañero. Ese era Gustavo.
El maestro hacía una pausa en el camino para recordarnos con sabiduría que la creación estaba aquí en el universo y que fundar una sociedad fraterna y justa sería la obra maestra de los que desbrozan caminos para salvar al mundo.
Su pasión fue América Latina, Titán el señor de Tenoch, su libro, no solo es historia mágicamente construida, sino un derrotero para fundar historia, es el rescate histórico de las civilizaciones ignoradas y proscritas, de mujeres y hombres que aún caminan erguidos con apetito cósmico.
Fue un creyente, como Octavio Paz, de los dioses aztecas pecadores y no de los dioses avergonzados que nos legaron la culpa y el confesionario.
Supo que la invención amaestrada, la mentira empoderada, la narración divinizada y la historia contada como intriga e historieta eran un juego trágico y estéril, por eso mismo le apostó a la vida, y, con sus héroes, cabalgando en sus lienzos, le imprimió a sus pinceles un compromiso con el pueblo latinoamericano.
La fuerza lírica de su narrativa fue una guía, su docencia pictórica fue fraterno encuentro con la imaginación compartida y sus tertulias un mensaje no para zaherir a los otros sino para festejar el encuentro del nosotros.
Abominó la mezquindad, caminó y camina altivo y erguido disolviendo el despotismo y la enajenación social.
Conciencia sensible de la equidad, el intelectual que no colocó el mercado como la empresa soberana de su vida, el esteta de la fraternidad, preocupado más con su destino como labrador que como protagonista de la cosecha.
Humanista, honradez cultural en su formación moral. Pese a su periplo como artista por el mundo, prefirió hacer de su vida un modesto homenaje cotidiano a la cultura. Cuando abría los libros o pintaba lo hacía para profundizar su devoción por la libertad, para alentar la hoguera. Ni su narrativa ni sus obras, que hoy caminan por la Patria Grande, fueron hechas para alimentar el ego y convertirlos en objetos del mercado.
Un Prometeo de la escuela puntillista que nos deja un legado: hay que continuar luchando con obstinación y con empeño por rescatar el fuego del que se han apropiado los dioses del Olimpo.
Querido caminante, gran viajero, Machado reivindica esta grata convocatoria a realizarse el dieciséis de agosto a las siete de la noche en el Museo Valencia, camino como presente, camino como testimonio y camino como afirmación de afecto, y son estas razones de admiración las que convocan a tus familiares y amistades a caminar contigo.
Salam Aleikum.