Fueron siete años de tortura sicológica y física. Si Jennifer no había dejado a su esposo Andrés Gómez, entrenador de la empresa Be Smart ubicado en el barrio Santa Fé donde tenía acciones, era por el miedo que le proporcionaban las amenazas que habían caído sobre ella. Amenazas de muerte que incluían a su propia hija. Tal vez la primera golpiza fue cuando ella tenía cuatro meses de embarazo. Patadas y puño en el estómago, directamente para hacerle daño. Fue tan dura la golpiza que a Jennifer la incapacitaron durante 14 días. En ese momento Jennifer, una destacada licenciada de deportes de la Universidad Distrital que había ganado medallas en juegos nacionales y a sus 29 años se dedicaba a entrenar a futuras estrellas, se refugió en la casa de su mamá. Sin embargo su pareja era obsesivo y la buscaba día y noche hasta que ella, acosada por los fantasmas del maltrato, regresó donde él.
Vivieron una relativa paz el resto del embarazo. La niña nació y la tranquilidad se rompió cuando la bebé cumplió cuatro meses de nacida. La golpiza que sufrió casi la mata. Volvió a la casa de su mamá pero Andrés volvió a convencerla de volver al hogar. En el 2013 ocurrió un hecho gravísimo: le puso un revolver en la frente “te voy a matar y luego me mataré” le contó a su hermana que le dijo su esposo. El hecho la llevó a imponerle una demanda en la Fiscalia pero como suele suceder en estos casos él la logró convencer de nuevo.
En junio del 2018, después de tenerla secuestrada durante varios días junto a su hija Jennifer alcanzó a escribirle un mensaje a su hermana: 'Anita, (Andrés) se salió de control me quiere matar y tengo mucho miedo”. La amenazaba con matar a su hija. En el descontrol el hombre la acuchilló cuatro veces, en el torax y en la pelvis y luego arrojó su cuerpo por el balcón del apartamento donde vivían en un barrio de Suba. Era un octavo piso. Después se arrojó él pero quedó vivo.
Un año después Andrés Gómez, quien paga en La Picota por el crimen de su esposa, debe ir a los juzgados de Paloquemao a rendir indagatoria. Se ve demacrado, destruido. La peor condena es la que paga cada noche y se la da su conciencia.