Faltaba un minuto en Santiago cuando Radamel Falcao García metió el gol del empate. Lágrimas de felicidad. Falcao es el único santo que no falla. Sus padecimientos en el fútbol han sido tan terribles como los de Ronaldo Nazario De Lima. Se le han roto las dos rodillas. La primera fue en River en el 2007, cuando recién despuntaba. La última fue en el 2014, faltando seis meses para cumplir el sueño del pibe: jugar un mundial. A todo se repuso. A los 34 años sigue siendo el ídolo máximo del fútbol nacional. Ni siquiera James lo iguala. Uno lo escucha hablar y se da cuenta de la buena persona que es. Si, es cristiano, nunca se pronuncia en política, pero está lejos de tener la personalidad escandalosa del Tino. Está muy lejos de toda la basura que ha rodeado a Asprilla.
En los noventa madrugábamos los domingos a ver al Parma. Nunca antes un futbolista se destacó en Europa como lo hizo Asprilla en los años 92, 93 y 94. Una habilidad endiablada, un pique de gacela, y una personalidad de troglodita. Lo recuerdo como si fuera ayer. El Milán de Fabio Capello en 1993 llevaba una racha de más de 50 partidos invicto. Estamos hablando de uno de los mejores equipos de la historia. Van Basten, Gullit, Maldini, Baresi. Un tiro libre del Tino acabó su invencibilidad. Titulares en todos los diarios europeos. Asprilla llegó a ser, por unas semanas, el mejor jugador del mundo. No estábamos acostumbrados a un crack de esa dimensión. Valderrama, Leonel e Higuita habían fracasado con contundencia en el Valladolid. Ni el Niche Guerrero ni Palomo Usurriaga pudieron consolidarse en el Málaga. Asprilla se devoraba las canchas y ponía a Europa de rodillas. Entonces pidió unas semanas de descanso. Se regresó a Tuluá y, en una borrachera, le dio una patada a un bus. Se lesionó. Se perdió partidos claves que habrían asegurado su transferencia a un equipo top europeo. Bolillo reía alcahuete “Fausto no quiso ser el mejor del mundo porque no le dio la gana”
Bolillo, en plenas eliminatorias, lo dejaba escapar de la concentración para que se viera con Lady Noriega. La prensa del corazón reseñaba, casi con picardía cómplice, que Fausto no pagara la manutención de su hijo Santiago. Casi que se felicitaban sus borracheras, sus tiros al aire, su gusto por los caballos, su relación con una actriz porno italiana. En diciembre de 1993, cuando Asprilla estaba en la cima, millones de colombianos lloraron la muerte de Pablo Escobar. Era la cultura de la traquetización, de la idolatría a los grandes capos. Ese año, en septiembre, Colombia le metió cinco goles a Argentina en el Monumental. En la celebración murieron 86 personas. La muerte estaba normalizada, no habían grandes protestas sociales y las fuerzas oscuras de la extrema derecha seguían su exterminio a la Unión Patriótica. Era una Colombia completamente católica y anticomunista, en dónde se podía matar a un futbolista por meter un autogol. Era un país donde estaba normalizado el maltrato a las mujeres, el desprecio a las minorías, era abierta y orgullosamente homofóbico y racista. Hasta los negros eran racistas.
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Cuando Asprilla estaba en la cima, millones de colombianos lloraron la muerte de Pablo Escobar. Era la cultura de la traquetización, de la idolatría a los grandes capos
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Asprilla sigue teniendo la mentalidad del buen esclavo. No se siente agredido porque en Twitter lo manden a vender chontaduro. Tiene normalizado el racismo. Además, es egoísta. Si a él le fue bien siendo negro ¿por qué diablos no le van a ir bien a los demás? Sataniza la protesta social y sigue haciendo fiestas estruendosas en su casa en Tuluá. Por cierto, esa mansión es una copia de la que tenía Thomas Brolin, el sueco que fue su compañero en el Parma, en Estocolmo. En el calor infernal de Tuluá esa casa escandinava es un nido de avispas. Su uribismo es propio de los pobres mansitos, incultos, que siempre votarán en contra de sus convicciones.
A los 34 años –la edad que tiene Falcao- Asprilla estaba destruido. Jugaba en Chile y era una sombra. Se retiró un año después siendo una promesa del fútbol mundial que nunca se concretó. No le pasó lo de Pambelé porque nunca tuvo el problema mental del boxeador pero todo el talento que tuvo lo desperdició. Su salida de la selección no pudo ser más lamentable: echado de la concentración del Mundial de Francia después de haber hecho el ridículo en el partido que Colombia perdió 1-0 contra Rumania.
Asprilla no es un ejemplo para nadie. Falcao si. Soy ateo, desconfío de los cristianos pero no puedo dejar de sentir admiración por un tipo que quiere tanto a su camiseta. Desprecio el patriotismo pero Falcao me hace llorar cada vez que marca un gol con la selección. Lloro no tanto por la bandera, ni por el himno, ni ninguna de esas mierdas, sino por el esfuerzo de un muchacho que nunca tuvo el talento del Tino pero si una disciplina, una constancia que puede inspirar a muchos colombianos: siempre se debe intentar dar la mejor versión de uno mismo.