La arremetida contra los maestros: una triste lección

La arremetida contra los maestros: una triste lección

"Triste lección están recibiendo los niños y jóvenes de la patria de quienes ostentan la gubernamentalidad y representan los derechos ciudadanos"

Por: Gloria Elena Herrera
junio 13, 2017
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La arremetida contra los maestros: una triste lección
Foto: Twitter

"¿Por qué me siento tan obligada a escribir? Porque la escritura me salva de esta complacencia que temo. Porque no tengo otra alternativa.  Porque tengo que mantener vivo el espíritu de mi rebeldía y de mi misma" — G.  Anzaldúa

Ayer cuando con mi hijo veía en las noticias las agresiones del ESMAD contra la marcha pacífica de los maestros, sentí una inmensa vergüenza como maestra y como madre. Pensé qué mensajes está dando el gobierno frente al respeto que merecen los docentes, cuando los niños y la nación los están viendo arrastrados por chorros de agua que de manera inclemente les arrojan quienes se consideran representantes de la institucionalidad y el orden. ¿Qué mensajes pueden recibir de las bombas de aturdimiento y del cierre de la marcha de los maestros frente a los discursos sobre la democracia y los derechos ciudadanos que enseñamos cada día en las escuelas y colegios del país? Sentí dolor y vergüenza frente al discurso de tolerancia, concertación y resolución pacífica de conflictos que enseñamos en las instituciones educativas, las cuales quedan como falsedades frente al hecho concreto del trato que el magisterio ha recibido del gobierno nacional en este conflicto. Sentí pena frente a mi hijo y sentí vergüenza frente a mis estudiantes, pero también frente a los miles de madres, niños y jóvenes que estarían viendo las noticias en ese momento.

La tozudez ciega y la ausencia de argumentos que el gobierno nacional, en cabeza de su ministra de educación y del señor presidente, han mostrado en relación con las peticiones de los maestros frente a temas tan profundos como son la financiación de la educación, la jornada única y la salud de los maestros, sólo es comparable con su trasnochada actitud amenazante y vertical.  Aspectos que riñen totalmente con las bases de construcción de la democracia y la paz: la búsqueda del bien común por medio de la argumentación, el respeto al oponente,  la búsqueda de consensos y el diálogo fructífero en un campo tan importante como es la educación pública.  Triste lección están recibiendo los niños y jóvenes de la patria de quienes ostentan la gubernamentalidad, representan los derechos ciudadanos y se promueven como los constructores de un país donde se pueda hacer política sin armas. Lamentables enseñanzas en un país donde los ciudadanos de regiones tan ricas en recursos como Chocó y Buenaventura han tenido que salir a paro para reclamar derechos tan básicos como son el agua, la salud y la educación.

Estos sucesos nos llevan a pensar que distantes estamos de otras épocas en las que los maestros eran considerados los primeros ciudadanos del país.  El decreto orgánico de 1870 lo plantea de manera expresa: “El Director de escuela, por la importancia y santidad de las funciones que ejerce, es el primer funcionario del Distrito” (Art. 51), la ley de manera directa le daba un puesto de dignidad entre todos los funcionarios  “Las autoridades dispensarán a los Directores de escuela una consideración especial y una deferencia respetuosa, en atención al augusto ministerio que desempeñan” (Art. 57).  Este decreto fue el fundamento con el que los Liberales Radicales de finales del siglo XIX  se propusieron construir la ciudadanía, el progreso y la democracia.  Ellos hicieron de la educación el pilar de  construcción de la nacionalidad y sus acciones respondieron a sus metas, pese a las fuertes dificultades que tuvieron que sortear.

De manera similar, los gobiernos liberales y los intelectuales de la tercera década siglo XX hicieron del  ideal de maestro un líder social, cultural y político que ayudara a la construcción de un país democrático, moderno y progresista.  Desde estas ideas, la escuela se constituyó en centro de la vida nacional y en espacio de edificación comunitaria: “insistir sobre el propósito de hacer de Colombia una inmensa escuela, pues instruir al pueblo es prepararlo para que realice todos sus actos con un deliberado espíritu y una conciencia nacionalista” (López Pumarejo. El Tiempo, 19 de octubre de 1933).  Eran las políticas educativas jalonadas por un puñado de intelectuales que unidos por las ideas pedagógicas de la Escuela Activa y liderados por Agustín Nieto Caballero propusieron otros horizontes para el maestro y la educación en nuestro país con la certeza de que “La nación será lo que sea el maestro”.

El movimiento magisterial, resaltando en ello el Movimiento Pedagógico que irrumpe en la década del 80 del siglo pasado, ha luchado con denuedo por reivindicar la imagen del maestro, en tanto que las políticas educativas del la segunda mitad del siglo XX y con mayor énfasis las actuales, han buscado empobrecer su imagen como intelectual, como líder social y cultural.  Lastimosamente en nuestro país, solo en los maestros y sus organizaciones ha recaído la labor de defensa de la educación pública y de la dignidad de la profesión docente.  Pese a la abundancia de eslóganes y discursos que prometen darle un puesto de respeto al maestro (discurso presidencial de Santos) y las promesas de hacer del país “el más educado”, ni las políticas educativas emprendidas, ni el trato (indecoroso) a los maestros dan muestras de una coherencia ética que permita a los niños, los jóvenes y los ciudadanos en general recibir del gobierno lecciones éticas del respeto y la dignidad del maestro y menos aún de democracia, concertación y política de construcción de paz.

 

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