Sobre aquellos caseríos aseados con las cálidas y apresuradas brisas del mar caribe, rótulos de los mejores años de la vieja Riohacha que se precipitaba a saludar embarcaciones llenas de todo tipo de mercaderías, desde las finas porcelanas hasta los garrafas de vidrios más conocidas en el caribe; el whisky Old Parr y la clásica Johann María Farina.
Incrustadas y lucientes las bellas mansiones moldeaban un arquetipo de ciudad que le brindaba reverencia al mar porque era la única avenida que la conectaba con Aruba, Curazao y esas ciudades del Caribe a las que la vieja Riohacha le tienen el débito del progreso en sus primeros años.
Se podía contemplar desde cualquier esquina navíos danzantes que trasportaban hasta un alma de melodías, como el acordeón. Esos caserones, de los Weber, Deluques, Daes y otros que escapan a mi tímida memoria de 24 años, son el laurel arquitectónico de la vieja Riohacha, que sucumbe ante el olvido. ¡No se puede morir!, es nuestro testigo más diciente de nuestro pasado colonial y republicano, de lo que fuimos y de lo que podemos ser.
Pero allí está agonizante, no se preserva, sino que se sepulta, se desvanece en escombros y balcones sin tablas. Cada tarde la sal del nordeste devora con pasión las paredes y ventanales de los viejos casones de Riohacha, que nos hablan día a día de nuestra perdurable y longeva ciudad, que tiene una historia, que fue premiada por hijos como el almirante Padilla y el Negro Robles y como cuantos muchos más.
Sobre esas cenizas perece Riohacha, apreciada bajo la mirada de todos y todas, desde el humilde que brega bajo la inclemencia del sol con una carretilla adornada por frescos y dulces cocos hasta los más altos ejecutivos, fallece ante los mismas miradas que en ocasiones preferimos una postal en una casa colonial de Cartagena que en una morada antigua de nuestra Riohacha.
Muere la vieja Riohacha, como las ironías del abuelo que acude con diligencia al bautizo de su nieto, que bien sabe en su conciencia jamás le dará afecto, con esa misma escena satírica pareciera que emprendieron los esfuerzos por promulgar la Ley 1766 de 2015, con la cual se otorgó a Riohacha la categoría de Distrito Especial, Turístico y Cultural.
Pero como brillantemente Neruda declaró “Delgada es nuestra patria y en su desnudo filo de cuchillo arde nuestra bandera delicada”. Con profundo entusiasmo se valoran las intenciones y esfuerzos de la diligencia que promete cambios loables para la ciudad del mar y el río.