Desafiante, atlético, cabeza rapada sobre un cráneo que solo los griegos han podido esculpir por los siglos de los siglos, Yanis Varoufakis , camisa azul por fuera del pantalón, jeans negros, botas enormes y abrigo de cuero se disponía a estrechar la mano de Georges Osborne, Chancellor of the Exchequer —ministro de Fianzas— de Gran Bretaña, su homólogo. Sí, su estilo estaba rompiendo los moldes de los tradicionales grises del mundo financiero, y lo sabía. Estaba transgrediendo el protocolo británico, y lo sabía. Estaba allí, la semana pasada, “proveniente de un país en bancarrota”, al comienzo de una gira europea con la deuda sobre sus hombros para cumplir las promesas electorales de poner fin al ahogo económico impuesto a Grecia por las grandes instituciones financieras.
Y acertó. De Fleet Street a Nueva York, los columnistas de los grandes diarios no ocultaron su contenida simpatía por el griego “descorbatado”, de inglés fluido y cosmopolita, que había llegado del sur portando un aire fresco más cercano al de una estrella de rock en sus espléndidos 53 años.
Una semana antes había sido nombrado por el carismático primer ministro Alexis Tsipras como ministro de Finanzas, encargado de negociar la deuda griega, por su reconocida postura antiausteridad. Y ya se había entrevistado en Atenas con Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo en una cita en el que se reseñó más su llegada en una moto Yamaha 1.300 c.c., que el duro mensaje que envió a los acreedores.
Porque en solo veinte días, Yanis Varoufakis se ha convertido en una celebridad mundial. Las mujeres lo encuentran absolutamente irresistible, en Atenas lo asedian por una selfie y la diputada portuguesa Isabel Moreira no tuvo ningún reparo en decir en su página de Facebook: “Maldita sea, el ministro de Finanzas griego es sexy”. Su nuevo apelativo de Varoufucker recorre las redes sociales donde se ofrecen camisetas con la palabra y su imagen.
En la red es, precisamente, donde Varoufakis se mueve al ritmo de la inmediatez. Tiene un blog en inglés llamado Thoughts of the Post-2008 World que alimenta constantemente —subió ocho post en los quince días siguientes al triunfo del Syrisa— y 249.000 seguidores en Twitter, @yanisvaroufakis. Con gran ingenio dispara titulares como una ametralladora, inventa términos con mucho punch, como el famoso “waterboarding fiscal” de los acreedores a Grecia, en relación a la tortura de ahogamiento simulado por agua.
Pero muchas más armas que ironía y sentido del humor necesitará el ministro de Finanzas para salir airoso de la misión casi suicida que le ha sido encomendada. Sin ganar una batalla, el imaginario popular lo ha convertido en un héroe, un Aquiles moderno capaz de salvar la patria de las garras de la troika formada por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI, que no quiere dar su brazo a torcer en los duros condicionamientos económicos que Grecia quiere mitigar.
El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ya ha dado una muestra de lo que se viene. El Gobierno alemán no está dispuesto a ceder, quiere que Grecia vuelva a retomar las medidas acordadas mientras enfatiza que Atenas no puede poner fin a las reformas realizadas hasta el momento. “Las promesas electorales a costa de terceros no son realistas”, ha dicho Schäuble. Y ha rematado con un “solo estamos de acuerdo en que estamos en desacuerdo”, al fin de la reciente entrevista con Varoufakis en Berlín. Y aunque el griego ripostó: “No estamos de acuerdo ni en estar en desacuerdo”, está claro que la batalla contra Ángela Merkel, la Dama de Hierro de Alemania, será digna de las leyendas griegas.
Lo dramático es que la batalla tiene fecha límite. Contrarreloj. El último día de este mes Grecia estará resteada. Y empezará marzo sin un euro para pagar salarios, y pensiones… y la deuda. El héroe nacido en Atenas —24 de marzo de 1961— con cerebro de economista que ha dejado las universidades por la política tendrá que sacar todas sus fortalezas.
Hoy su bagaje recorre todos los medios. Ya casi nadie ignora que es economista de la Universidad de Essex, que tiene una maestría en estadística de la Universidad de Birminghan, que se autodenomina “marxista libertario” y que es un experto en teoría de juegos. Que no soporta a Margaret Thatcher y que por eso se marchó a Australia donde enseñó en Sidney y tuvo un programa de televisión antes de regresar a Grecia en el 2000, para dar clases en la Universidad de Atenas invitado por Yannis Stournaras, —gobernador del Banco Central de Grecia desde junio de 2014—; para asesorar al socialdemócrata Yorgos Papandreu, el hijo de Andreas, antes de que fuese primer ministro, y para crear un programa doctoral en Economía que sucumbió en medio de la crisis financiera del 2010. Que por eso decidió ir a Estados Unidos y aceptar la cátedra de Economía en la Universidad de Texas, y trabajar en Valve, una poderosa empresa de videojuegos que los distribuye por Internet (Half Life es uno de los más conocidos).
También se ha escudriñado su vida privada, que Varoufakis no oculta. Su Talón de Aquiles se llama Xenia, la hija de su primer matrimonio con una australiana de origen griego que su madre llevó a su país casi recién nacida. “En aquel agosto, mi pequeñísima hija, Xenia, me fue arrebatada por... Australia", cuenta en su blog, con el corazón destrozado. Para ella fue su último libro Discussing economics with my daughter (ed. Patakis Plublishers), en el que, explica de forma clara y literaria la crisis griega a su hija que ya tiene diez años.
Al rescate de sus penas llegó Danae Stratou, procedente de una familia patricia, hija de la artista Eleni Potaga-Stratou, quien representó a Grecia en la 48 Bienal de Venecia. Con ella vive en una casa al pie de la Acrópolis y en una segunda residencia en la isla de Aegina. Danae es la gran compañera con quien ha realizado varios proyectos, y entre ellos uno sobre los muros de la globalización (2005-2006) que separan a las gentes en Chipre, Kosovo, Belfast, Palestina, Cachemira, Etiopía-Eritrea y la frontera entre Estados Unidos y México.
La vida ha cambiado para Yanis Varoufakis. Ya no hay mucho tiempo para el blog, los trinos, el descanso en Aegina, ni la escritura de libros como El Minotauro global (Capitán Swing) que Tsipras suele regalar a los amigos. Ahora es la hora de la deuda de Grecia. En plata blanca son 315.000 millones de euros repartidos así: FMI 32.000 millones, acreedores privados –principalmente bancos griegos–, 61.200 millones; Banco Central Europeo, 27.000 millones; Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, el de los rescates, 141.800 millones, socios en la Eurozona, 53.000 millones.
Qué hacer con la deuda y las promesas que llevaron a Alexis Tsipras al poder y propiciaron la caída del gobierno conservador de Antonis Samarás, líder de la Nueva Democracia, es el gran interrogante desde el 25 de enero, día de la victoria del Syriza, de izquierda radical. Cifras, propuestas, rumores, gestos han corrido desde entonces. En el comienzo, la fuerte salida de Varoufakis diciendo que no acepta negociar con la troika, esa que con nombre derivado de la alianza de Stalin, Kamenev y Zinoviev contra la corriente personificada en Trotsky, es hoy el símbolo de la austeridad y el apretón. Sus representantes son los encargados de ir los países a confirmar si se están cumpliendo las reformas, son esos “hombres de negro” que no quieren ver ni en pintura griegos, portugueses e irlandeses.
América Latina también los conoció en la década de los ochenta. Entonces, la banca inundada de petrodólares repartió a manos llenas los préstamos a los países de la región que los derrochó. Cuando subieron las tasas de interés, no hubo cómo pagar. Uno a uno, empezando por México con su deuda de 90.000 millones de dólares fueron cayendo en moratorias como fichas de dominó. Y vinieron las restructuraciones y los planes de ajuste para retomar la disciplina fiscal y las privatizaciones y los hombres de negro de FMI en una cruel etapa donde la región se volvió en exportadora neta de capital mientras se daba un salvavidas a los bancos y los habitantes pagaban los platos rotos en desempleo y pobreza. El crecimiento se estancó y con razón hoy se recuerda ese periodo como “la década perdida de América Latina”.
Quizá el panorama no sea tan distinto hoy en Grecia como el de hace tres décadas en A.L. Berlín, que manda en la troika, quiere que Grecia tenga un superávit presupuestario primario —antes del pago de intereses— de 3 % del PIB en 2015 y 4,5% en 2016, que recorte 150.000 puestos en la Administración Pública, implemente una reforma pensional con una estrecha relación entre cotizaciones y prestaciones, mantenga el salario mínimo reducido, que siga privatizando los puertos, las empresas de energía y de bienes inmuebles, y fomente la inversión extranjera directa, para conseguir ingresos por 2.200 millones de euros en el 2015.
Pero el gobierno griego ni está de acuerdo, ni da su brazo a torcer. Apoyado por el Parlamento, el domingo pasado anunció la Ley Salónica para solucionar la “emergencia social”, que costará unos 2.000 millones de euros y que piensa recaudar con menos evasión fiscal e impuestos a las rentas más altas. El salario mínimo pasó de 586 a 751 euros, restableció la mesada trece para las pensiones mínimas, y se desechó las privatizaciones de infraestructura, entre otras medidas.
Así se ha llegado a la crucial reunión de la eurozona donde se definirá el futuro de la deuda. En los días anteriores se vio desfilar un torbellino de propuestas griegas para eludir el alto costo social, desde la amenazante quita, que fue desechada, hasta el plan de Varoufakis de canje de bonos, de tal manera que aquellos en poder del BCE se cambiarían por bonos perpetuos, donde solo se paga el interés, y la deuda con los socios y con el fondo de rescates (194.800 millones) se canjearía por bonos ligados al crecimiento. El país mantendría un superávit fiscal primario de entre el 1 y el 1,5 por ciento del PIB, 3 puntos por debajo del que exigía hasta ahora Europa.
En medio de rumores de salida de la zona euro, a los que contribuyó Alan Greenspan con un “solo es cuestión de tiempo”, Varoufakis puso sobre la mesa una última propuesta: la creación de un "programa puente" para mantenerse a flote hasta septiembre. Dentro de las reformas ya pactadas con sus acreedores, propuso cumplir el 70 %, mientras que el 30 % restante sería reemplazado por unas elaboradas con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Porque, bueno es decirlo, reformas se necesitan. No es que la troika sea la única mala del paseo.
Al final de la primera reunión de los 19 miembros de la eurozona en Bruselas ni siquera hubo un comunicado, señal inequívoca de las distancias que los separan. Varoufakis aún mantiene un prudente optimismo, sobre todo después de la reunión con Christine Legarde, directora del FMI. Para este fin de semana se anuncian manifestaciones de apoyo a Grecia en quince países, antes de la nueva cita del lunes 16 cuando se verá si finalmente el héroe griego logra cortar el nudo gordiano de la deuda. Porque los héroes no pueden volver a casa con las manos vacías.