Dos hechos recientes, me llevaron a una reflexión: La muerte de José Gabriel Baena, y el premio Rómulo Gallegos, otorgado a Pablo Montoya. En ambos casos, el desarrollo de la noticia mostraba que cada uno tenía una gran obra forjada letra a letra, durante muchos años de escritura silenciosa y disciplinada. Casi diez libros cada uno, títulos que solo salieron al conocimiento público, cuando fueron mencionados en los grandes medios, como en este caso, y suele suceder, por muerte, o galardón. Es decir, morirse, o triunfar afuera para hacerse visibles, es decir, leídos.
Si de la literatura antioqueña se destacan siempre autores como Héctor Abad, o Jorge Franco, es además de su talento, gracias a su rigor y juicio en el trabajo, pero el resto son casi invisibles. Esto es de resaltar, porque es justo detrás de esa indiferencia, que duermen innumerables obras en los anaqueles del olvido; una producción poderosa y abundante, que puja por ser conocida; digna en muchos casos, también de reconocimiento.
Iniciar por ejemplo, con Esteban Carlos Mejía (un poco más conocido por su columna en El Espectador), sirve bien de ejemplo en principio, por su constante seguimiento a los autores locales, y el tratamiento diferente, a los temas de actualidad.
Seguir con Luis Fernando Macías (más de veinte libros bien escritos en todos los géneros), excelente escritor, se destaca en la pedagogía literaria; Emilio Alberto Restrepo (más de 10 libros, varios premios, conocido solo en Medellín, ya tiene seguidores, un gran aporte a la Novela Negra); Jaime Restrepo cuartas, como Emilio Restrepo, galeno; con ocho obras literarias a su haber, y atrapado en los gajes de la política. También existe, Elkin Restrepo (poeta notable, cuentista poderoso, muy disciplinado); O Juan Diego Mejía y Guillermo Cardona (novelistas interesantes, algo diluidos en le promoción de la cultura, atrapados por la burocracia local). José Libardo Porras (riguroso y constante, ha sido premiado, pero poco difundido), John Saldarriaga (un cronista a la altura de Alberto Salcedo Ramos, desconocido fuera de la ciudad); el mismo Juan José Hoyos (maestro de periodismo literario y novelista, con algo más de difusión, pero no la que se merece). Memo Anjel (incansable y culto), o Reinaldo Spitaletta y Darío Ruiz (muy recorridos y eruditos, con una obra sólida de muchos años). Y las matronas Rocío Vélez, Janeth Posada, María Cristina Restrepo, María Teresa Ramírez, Claudia Giraldo, Teresa Yañez, Olga Martínez, todas con una obra variada, numerosa y de calidad.
En fin, y es de lo que trata el mensaje, con seguridad hay muchos más. Toda una cantera de autores escribiendo libros que vale la pena conocer, para ser leídos. Vale la pena entonces, verificar el papel de la prensa, y las revistas culturales. La cohesión de este importante nicho de la industria cultural, entre las editoriales, las iniciativas particulares, y los programas de estado.
Autores que llevan años desgastándose en autoediciones, en búsqueda de apoyos, fondos universitarios de tirajes y promoción exigua. Escenarios insuficientes, limitados, muchas veces inapropiados, para la abundante calidad creativa, de los escritores antiqueños.
El esfuerzo vale la pena, hay que pensar en conjunto, unir esfuerzos; trascender las fronteras del anonimato y la indiferencia; releernos como país, promover no sólo la producción literaria, sino el fomento de la lectura, porque materia prima hay, y en abundancia; sólo es que el producto, pueda alcanzar a su público.