Antes que nada, un prolegómeno: la medida de restricción a la movilidad y aislamiento que estamos viviendo es, sin duda, la más adecuada para palear con la pandemia que estamos viviendo. Eso es incuestionable y no lo digo yo, sino las más altas y encumbradas autoridades científicas que ha desfilado por todos los medios recientemente.
Sin embargo, como en el caso de toda medida adoptada por una autoridad (democrática), ordenar la restricción a la movilidad y el aislamiento de la población requiere no solamente un análisis sesudo, sino también de coordinación, aunque también de preparación y anticipación, de manera que todos los ciudadanos que tengan que someterse a dicha medida, puedan estar debidamente preparados y con sus asuntos suficientemente en orden como para aislarse nada menos que 23 días continuos.
Con todo y aunque las medidas adoptadas por la alcaldesa y por el gobierno central parecen ser técnicamente correctas, lucen inoportunas, súbitas, sorpresivas y, encima de todo, dúctiles, cambiantes e inseguras. En efecto, a mí parecer, tales medidas lucen inoportunas, no porque este momento no sea el adecuado para adoptarlas, sino más bien porque podrían haber sido consideradas y anunciadas con una semana de anticipación a su adopción, de manera que no se sometiera a la ciudadanía a una desagradable sorpresa de confinamiento sobrevenido que, además de imprevista para el ciudadano de a pie, resulta ser súbita e inexorablemente instantánea, como si las autoridades se hubieran dado cuenta apenas la noche anterior de un problema que llevaba ya más de tres meses de anunciar su inminencia.
Ahora bien, muchos aplauden la medida, pero olvidan ver lo injustificable del modo en que fue adoptada; a algunos ciudadanos la medida los cogió ya estando fuera de Bogotá, otros salieron de la ciudad hastiados ya con el riesgo y amenaza de ser contagiados. Pero la alcaldesa resolvió satanizarlos a todos, solo porque esperaban hacer cuarentena fuera de Bogotá o, bien, porque otros asuntos así se lo demandaban. Y, no nos han explicado, ¿cuál es el pecado?
Aparentemente la alcaldesa no reprochó tales salidas de Bogotá por que con ellas se aumentase ningún riesgo. Lo hizo porque supuso que tales salidas constituían un irrespeto a su autoridad (aunque el decreto no impedía a nadie movilizarse fuera de Bogotá, ni antes ni después).
Pero vista la "astucia" de los bogotanos, la Alcaldesa reaccionó con furia y sarcasmo en contra de quienes abandonaron la ciudad quizá buscando un mejor destino para sus preocupaciones o, en cualquier caso, atendiendo legítimamente sus asuntos. Los reprendió y escoció en la picota de Twitter y les anunció, ahí sí anticipadamente, que no les dejaría volver.
Y así fue; con todo y medida presidencial de confinamiento a bordo, una vez más de manera súbita y sorpresiva, resolvió extender su “simulacro obligatorio” para quitarle a los otrora viajeros la última posibilidad de volver a sus casas, es decir, resolvió castigarlos y a continuación escribió:
Mañana decidiremos qué previsiones agregamos a nuestro decreto para extender hasta el martes a media noche #SimulacroVitalBogota de manera que quienes realmente lo necesiten puedan regresar.
Pero tenemos que aprender que cuando en emergencia damos una instrucción se debe cumplir.— Claudia López 👍 (@ClaudiaLopez) March 22, 2020
Me pregunto si es la vanidad del poder la que mueve a la alcaldesa; si es la ansiedad de protagonismo, de allanar su camino a la presidencia o el desespero porque no se note su miedo y falta de norte sobre cómo afrontar esta situación.
La medida debía ser adoptada, de eso no cabe duda. El problema no es el qué, sino el cómo y, en nuestro caso, es evidente que la medida se tomó de manera desordenada, apresurada y violentando las expectativas legítimas de los ciudadanos a ser informados oportunamente sobre las determinaciones de la administración y a que se les respeten sus derechos.
No faltaba más que se satanice a una persona sólo porque tiene la buena fortuna de poder visitar a su mamá en un pueblo a 30 Kms de la ciudad y, de paso, alivianar la carga tan dura que esta crisis impone a todos nosotros, incluso a la alcaldesa, sin importar estratos.
Le pido mesura a la alcaldesa y, sobre todo, razonabilidad; por favor absténgase de atropellar las legítimas expectativas de la ciudadanía. Nadie esperaba una cosa tan inmediata, menos habiendo pasado tanto tiempo de crisis en el mundo. Lo más elemental es que las personas que habitan esta ciudad compleja, dispongan adecuada y oportunamente de sus bienes y derechos como mejor lo consideren, eso sí, sin que eso signifique que puedan desconocer las imperiosas razones del bienestar colectivo y la salubridad públicas.
El arte de gobernar consiste en encontrar un justo punto medio, nunca en la imposición arbitraria de las propias razones del gobernante de turno, lo cual, de paso sea dicho, es la tesis que de forma lamentable se ha venido mayormente imponiendo en nuestro medio, dada su espectacularidad y popularidad transitoria (a alguien oí diciendo “eso era lo que nos faltaba; mano dura, ¡autoridad!”).
Pero algo así no es autoridad. Es tiranía con oportunismo, del mismo tipo que aquella que la propia Dra. López solía execrar desde la otra orilla, cuando no era gobierno y no compartía las decisiones de sus hoy colegas (y nótese que la tiranía no es liderazgo; es apenas el resultado de imponer a la fuerza los propios motivos o preferencias por cuestión de temor, miedo o vanidad).
Así que, sin contar al virus y sus estragos, ¿a qué le tiene miedo la Dra. López? o ¿será su vanidad?