Lo conocí en el año 92, cuando su edad debía ser 16 años. Se llamaba Iván y era guerrillero del 24 frente, que operaba por entonces en las vegas de los ríos Tamar y Cimitarra, en el Magdalena Medio. Como la mayoría de sus compañeros, provenía de algún caserío o vereda cercana, castigado por el calcinante sol. Su humor era excepcional, siempre reía, buscándole la gracia a todo y contagiando a los demás con su alegría.
Solía contar entre risas que tenía dos días de haber ingresado al movimiento cuando recibió su bautizo de fuego. La unidad que lo recogió se ubicó por los lados de San Francisco, un pequeño poblado asentado en las bocas del caño del mismo nombre. Un sitio, como se dice, caliente en todos los sentidos. Allí los asaltó la tropa y él recibió su primer proyectil en el cuerpo, que, para su fortuna, no le causó mayor daño daño. Tenía cicatrices para mostrar.
Seis años después, a raíz de la implementación de los cuerpos de fuerzas especiales en las Farc, se había puesto de moda la defensa personal. En especial los más jóvenes, todos querían aprender y practicar ese arte, que se enseñaba a los escogidos para integrar tales fuerzas. Y gustaban, en sus ratos libres, de hacer piruetas y saltos para demostrar su habilidad. Iván, que no se quedaba atrás en nada, intentó un salto mortal sobre el duro piso.
Salvo las ganas, no tenía ninguna preparación para eso. El resultado fue desastroso, cayó de cabeza y se fracturó el cuello. Hubo que sacarlo a toda prisa a la ciudad, de donde a los pocos días llegó la dolorosa novedad. El muchacho no podía regresar a filas, su lesión le había causado parálisis, tendría que continuar el resto de su vida sobre una silla de ruedas. Los mandos expidieron en seguida una orden terminante, prohibiendo ese tipo de juegos.
El sábado anterior, a la hora del almuerzo, un hombre sentado a la mesa en su silla de ruedas tenía dificultades para cortar la carne en trocitos. Una firmante de paz sentada a mi lado se ofreció a cortársela y él aceptó gustoso. Entonces lo reparé con más detalle, lo que originó su pregunta sobre si lo recordaba. Miré sus ojos con detenimiento, buscando encontrar su rostro en mi pasado. Él sonrió y fue su sonrisa la que me permitió reconocerlo, Iván.
En menos de un segundo pasaron por mi mente muchas cosas. Lo vi de unos 20 años, bromeando, jugándose siempre con los demás, lleno de energía y vivacidad. No lo había visto en los últimos 26 años, ahora era otro. Mi alegría por el encuentro rivalizaba con mi aflicción por su estado. De manera rápida intercambiamos anécdotas del frente, aquel asalto, su accidente. Un sabor muy agrio inundó mi boca, tristeza por todo lo vivido y perdido.
El escenario era el comedor del hotel Bachué de Barrancabermeja, en donde se celebraba una asamblea de los firmantes de paz del ETCR de Carrizal, en Remedios, Antioquia. Ellas y ellos fueron expulsados tiempo atrás de ese espacio por las disidencias de Mordisco. La Agencia Nacional de Tierras, les hizo entrega en diciembre del año anterior, de 1571 hectáreas, correspondientes al predio Santa María, ubicado en la vereda Campo Capote, de Puerto Parra, Santander.
La Agencia Nacional de Tierras, les hizo entrega en diciembre del año anterior, de 1571 hectáreas, correspondientes al predio Santa María, en la vereda Campo Capote, de Puerto Parra, Santander
Ahora se trataba de determinar qué se iba a hacer en esa tierra, qué proyectos productivos implementar, cuánta se podría adjudicar individualmente y cuánta destinar a la producción colectiva. El terreno fue adjudicado por la ANT después de haberlo comprado, durante la gestión del doctor Gerardo Vega, tras una larga búsqueda por parte de un comité de reincorporados dedicado religiosamente a esa difícil tarea. Y para alrededor de 140 firmantes de paz.
Trascurrieron siete años desde la firma del Acuerdo en 2016, para que comenzara a materializarse el sueño de muchos firmantes, una tierra donde poder ubicarse y trabajar para ellos y sus familias. Una promesa, como muchas de la reincorporación pactada, cuyo cumplimiento apenas empieza a avizorarse. No hay que olvidar que fueron alrededor de 13.000 los reincorporados y que aún quedan muchísimos, la inmensa mayoría, esperando algo parecido.
Hay que agradecerle al actual gobierno su esfuerzo por materializar esa parte del Acuerdo. Entiendo que esta semana entregan un sexto predio a firmantes, en el Casanare. Se avanza, aunque falten muchos. Como hará falta el apoyo para vivienda, servicios y proyectos productivos rentables. Contemplar una enorme extensión de tierra verde, a 37 grados bajo el sol, hace pensar en las inmensas dificultades que implicará llegar a vivir y trabajar allí.
Son evidentes las precarias condiciones económicas de muchos de los firmantes. Algunos, como Iván, partirán de mucho menos que cero, lo que conduce a pensar, no sin amargura, que siempre se estará empezando, en el primer escalón de una prolongadísima cuesta.